Otto Dix. Encuentro nocturno con un loco. |
Entre
las densas nubes de las explosiones y la tierra levantada, entre el olor a
pólvora y a hueso incinerado, la luz de la luna parece asomarse; puede ser que
el horror o su indiferente timidez no nos permitan verla por completo. Más allá
de este paraje, donde la sangre se abre camino por la más minúscula grieta de
tierra, conectando entre sí cuerpos sin nombre y sin forma reconocible, la
noche ha de ser clara, quizá serena.
Ahora me toca llevar a Hans: un alambrado de púas le
destrozó la pierna cuando parecía que ya alcanzaba la trinchera y se ponía a
salvo, si es que se puede estar a salvo entre cuerpos que se pudren, o se comen
a sí mismos por el hambre o la infección. El campamento está a unas cuantas
horas a pie, los vehículos no pueden entrar porque la trinchera quedaría al
descubierto, entonces los aviones harían todo. Nos toca ser relevados luego de
tres meses que no me siento capaz de describir, porque no estoy seguro de
haberlos vivido. El peso de Hans se vuelve insignificante al recordar la
explosión de aquella mina que arrojó sobre mí no sé cuántas toneladas de tierra
y restos sanguinolentos de carne muerta, carne de compañeros con los que había
hablado o compartido el rancho minutos antes; enterrado vivo, creí que había
llegado el fin, y aun en la
desesperación de la asfixia sentía un alivio, una especie de liberación. Pero
pronto una mano conocida desenterró mi cara y me volvió al aire pestilente de
la guerra.
Otto estaba ahí, viéndolo todo con esa mirada
endurecida por el hambre, el hedor y un miedo casi desvanecido por la cercanía
de la muerte. No dormía por apuntar y hacer bocetos rápidos. ¡Se necesitan
verdaderas tripas para pintar esto, se necesita una templanza de gigante! Yo no
podría. Además nunca he pintado nada. Creo que no me gustaría ver expuestas las
obras de Otto, si es que alguna vez llega a ser un grande, si es que logramos
llegar al campamento para ser enviados a casa de una vez por todas. Otto ya ha
llevado a Hans y lo ha oído quejarse, algo debió decirlo porque se ha callado;
yo sospecho que viene dormido en mis espaldas.
Entramos en algo que parece haber
sido un poblado campesino ya arruinado por las explosiones. Algo se remueve
entre el silencio. La polvareda se ha desvanecido un poco y la noche aclara. La
luna alumbra escenas habituales y nos ayuda a no tropezar con los cuerpos, nos
muestra restos de racionamiento que podrían sernos útiles, pero que no nos
detenemos a recoger por nuestra urgencia de llegar. Hans empieza a retorcerse y
me es difícil sostenerlo pero no se queja, su dolor debe ser inmenso. Otto se
adelanta unos pasos hacia la fuente del ruido. Alcanzo a ver un puente. Otto
lanza una exclamación y da un salto hacia atrás, luego avanza de nuevo sin
empuñar su arma. Al doblar la esquina se ilumina el espectro humanoide de un
ser desencajado de toda realidad. Avanza hacia nosotros con el rostro eufórico
y ennegrecido de ceniza y hollín, aunque no parece vernos. Su mirada se perdió
en un lugar sin tiempo que no imaginamos. El ennegrecido y roto uniforme no nos
permite saber a qué filas ha pertenecido. Tras él, la luna relumbra con más
brío y los cuerpos parecen cobrar vida con la luz. Un paisaje macabro al que
nos hemos acostumbrado con el servicio. Otto parece impresionado por la
aparición; sabe que es habitual, pero vio algo que quizá esta noche, si existe
un dios que nos lleve con bien al campamento, será transportado al papel,
traducido en unas formas que sólo él sabe hacer tan dolorosas como esta maldita
inmundicia.
Lánzate a ver obras de Otto Dix al Palacio de Bellas Artes.
"Pero pronto una mano conocida desenterró mi cara y me volvió al aire pestilente de la guerra". Cuento, invitación, impresionismo. Pero sobre todo obsesiones, recuerdo tu cuento de "La feria de las balas" ¿Se llamaba así? ¿Qué tiene el patidifuso con las personas enterradas vivas? ¿Metáfora del hombre, sentido literal -sin pensar en las connotaciones ya es un acto terrible? Quizá ni siquiera lo ha pensado el sr. Patidifuso. Pero si así, no estaría mal ahondar en los porqués de esa mente tan perturbada.
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