jueves, 24 de febrero de 2022

Un día: febrero 24 (2022)

Soy hijo de Dios – Buscando Te


Que me parezco a ti con estos lentes –dice la Gabity. No creo que sea por eso o porque uso camisas por mí mismo y he empezado a parecer un adulto, o un hombre. A parecer…

Estarías cumpliendo 66 y quién sabe si un poco nervioso por todo esto. Lo más probable es que ni estuviera pasando, aunque en verdad ya había aprendido desde antes a no hacerte caso. No puedo imaginar dónde estarías, como tampoco tú lo imaginabas. Cualquiera se hubiera ido sin que se lo pidieran. Pero estoy aquí, acaban de juntarse unas personas para decirme que sé cosas, que puedo enseñar cosas a otros, o a otres, como decimos ahora, aunque te sulfures. Sé cosas –dicen y no veo el momento de empezar a sentir que de verdad las sé. Tampoco sé dónde estaría yo, y no me siento tan mal a pesar de todo. Porque esto de hacer lo que uno quiere y tal vez sacrificar cosas que no sabe si quiere es bien doloroso también. Aprender a renunciar.

Tu metáfora deportiva de no dejar nunca de mover las piernas y mis ganas de rendirme. ¿No te dolía? ¿Confundir tenacidad con necedad es algo inteligente? ¿No te dolían la tos ni la pobreza? ¿El descrédito o la frustración? Acá ando. No sé si he dejado muchas veces de mover las piernas y dejar que la vida me lleve. Se siente bien, aunque sí se desespera uno cuando no sabe muy bien a dónde lo llevan.

Ando buscando la foto, la nuestra, la única. No sé si se perdió entre los traslados porque reviso las carpetas en busca de una copia qué ver en la pantalla y no aparece. Pero sí el yo de los años anteriores, los que me trajeron a este punto en donde gente muy seria se reúne a certificar que sé cosas aunque yo siga sintiéndome un poco como en esa foto, pequeño e indefenso, un bultito de carne que mira a la cámara, mientras me sostienes con la alegría y la esperanza que casi no te vimos en los últimos años. Acá sigo, dejándome mecer y sostener, no por tus brazos pero sí por los vaivenes del vivir y del hacer, que todos los días me pone a mover las piernas aunque muchas veces no sepa para qué. Y eso que yo sé cosas –como bien dicen, certifican y registran en actas solemnes.

Hay entre las fotos algunas ofrendas de Día de Muertos. Antes de que fueras nuestro motivo principal para ponerlas, sólo recuerdo la vez que el perro entró a comerse los panes. Las arcadas que le dieron y la manera dolorosa como respiraba cuando lo dormimos. No muy diferente a como te escuchabas tú cuando la traqueotomía, cuando casi dormías por fin en ese suicidio velado, ese abandono aberrante de ti mismo que se sacrificaba por nada.

Sesenta y seis tendrías, y no eras un hombre malo. Dueles como si lo hubieras sido y en realidad sólo estabas ejerciendo tu derecho a equivocarte. No era difícil reconocerlo. ¿Y qué si te digo que el ejercicio de ese derecho es una buena parte del saber cosas? Decías saberlas, y mira. Perdona si no te dejo descansar o si esto empieza a sonar como venganza. Sobreviviendo en nosotros tendrás la tuya, pues por algo te empeñaste tanto en que hiciéramos cuanto decías. No supe hacerte caso y acá estoy, ni bien ni mal, pensando lo que sería si ahora tuvieras sesenta y seis y te hubiera llamado por la mañana, o si estaríamos llevándote un pastel quién sabe a dónde, ¿por qué no a un hospital para perpetuar el ciclo de la miseria?

Esto ya me está doliendo, pero era necesario. Antier fue capicúa y hoy soy yo el que sabe cosas. El mundo al revés, el mundo de cabeza al borde de la guerra… Nada que contar, ya la había cuando te fuiste. Está también la otra guerra, la que he tenido contigo, siempre perdida. Hoy que sé cosas, no sé cómo hacer que dejes de dolerme, por ti y por mí, por mi incapacidad de resarcir lo que fue en el aquí estoy. Uso estos lentes sin querer y me parezco a ti sin que importe cuánto me esfuerce por evitarlo. Me parezco a ti y parece que sé cosas, como parecía que las sabías, tan a tu favor para que obedeciéramos en todo. Un día no lo hice y acá estoy, pero tú no. Y duele, y ya no quiero: tu sombra me sigue en las fechas y en las coincidencias que no son nunca gratuitas, ni felices.