miércoles, 22 de octubre de 2014

Fortuna y utopía

La mala pero involuntaria costumbre de escuchar charlas ajenas suele traer más amarguras que sonrisas. A los compatriotas alegres y decidores suele no faltarles el humor, esa forma indefinible del carisma que nace de las palabras y termina por ofrecernos piezas valiosas de literatura oral que se fugan con los enunciados pero nos alegran las mañanas.
     Como en una persiana a medio cerrar, trasluce la desnudez de un mundo adverso en las sentencias: -Llevaba un mes trabajando y fui el que salió mejor de los baristas. Todos se sacaron de onda y me empezaron a odiar: había unos que ya llevaban más del año…
     Era un empleado nuevo en el café. Hablaba demasiado: que si conocía tales métodos y tales no, que si el té chai no es té chai porque es una infusión distinta, que si el gerente inventariaba el grano y lo dejaba oxigenando algunas horas. Su voz acallaba las palabras que yo estaba leyendo en un papel, un texto que mis compañeros de mesa revisaban; acallaba la dulzura amarga del café y los mismos triunfos de que hablaba: nadie como él en cuestión de bebidas e infusiones. Lo habían valorado injustamente, lo envidiaban y se unían en su contra, de modo que había llegado a este modesto local donde aderezaba las bebidas con su fracaso.
     Un latte descuidado, medianón, llegó a la mesa cuando empecé a perder la ilación de sus palabras por no poder seguir la enumeración de adversidades. Volví el rostro y la atención a los compañeros, que habían acabado de leer el texto. Comenzaron las críticas.
     El mundo no es lo suficientemente ancho para que Dios impida que se junten aquellos que él hace semejantes: en los pocos metros cuadrados del local nos hemos encontrado los cófrades del fracaso y la frustración. Si los textos valieran más que la inútil defensa de sus propios autores, si el latte ameritara una mejor calificación entre baristas y clientes… En otro café habrán de reunirse los cófrades del éxito, que también alaban sus propias virtudes pero a ellos nadie los odia, y quienes los envidia no se atreven con ellos: el éxito da autoridad, infunde respeto; contra los felices el mundo no tiene complots, nunca han conocido el fracaso, no nacieron para las quejas.
     La rabia se guarda en las esquinas enmohecidas de locales modestos, entre las líneas de los textos cojos. Sale cuando nadie parece escuchar, cuando la sensación de confianza o de estar entre iguales permite relajar el rostro y la lengua, que va dejando escapar en pequeñas dosis de confidencia la explicación de la propia miseria.
     En el orbe triunfalista donde vivimos, donde tenemos que pensar positivo y sumarnos a las filas del optimismo, de la proactividad, de la anulación de los imposibles, queda para la cofradía de los inconformes, los miserables y los frustrados, la visualización de las utopías: mundos planificados a la medida de nuestros deseos y del bien, mundos justos (según nuestras propias leyes) donde se nos redima de la desdicha de no haber sido reconocidos, y donde los lattes mejorables, los cuentos o poemas mediocres tengan, no sólo cabida, sino primacía. Un mundo invertido, revolucionado, donde los que ahora saborean cafés perfectos elaborados por baristas elegantes e infalibles puedan ensoberbecerse con cualidades que no correspondan a sus figuras, a su posición en el mundo y sean los genios frustrados que sustituyan a quienes juegan hoy ese triste papel. 
     La dinámica es giratoria, revolucionada bajo el inexplicable y paternal padre azar que rige su forma: es una rueda, es la Fortuna. En estas y en otras vidas, nos toca estar abajo. Las probabilidades de quedar arriba son, teóricamente, las mismas. Y mientras estemos abajo siempre sospecharemos que han sido los que ahora nos pisan quienes colocaron peso adicional en la rueda para dejarnos abajo. Las sospechas pesan, sin duda, mas pecaría de ingenuo quien creyese que la vida corresponde a los méritos de cada cual con la justa medida.
     Cuando escuchamos que se quejan, que hay resentimiento y frustración, fracaso, debemos entender cómo el peso de las cosas no logradas mueve la rueda. La parte inferior –mayoritaria– empuja hacia abajo, el eje gira. Algunos saldrán a flote y serán dichosos, se jactarán de merecer su felicidad, pero la inercia propia del giro, magnificada por la muchedumbre de fracasados seguirá la trayectoria: ya caerán, escucharemos nuevas promesas y utopías, nuevas sospechas de complot y como Galileo, ante una evidencia incomprobable para todos, ante el traje nuevo del emperador que nadie ve, el mundo continuará –eppur– moviéndose. Alguna vez quienes escuchamos quejas podremos sumarnos a las celebraciones.   

martes, 7 de octubre de 2014

26 de septiembre



¿Y entonces? ¿A dónde me voy a conseguir un revólver, a gastar mis ahorros en una escuadra “quemada” para irme a echar balazos, tembloroso, contra los federales entrenados? ¿O debo ir a marchar (¿con cuántos más?) por la presentación con vida de los 43 (ya encontrados sin vida) desaparecidos? ¿Quién me aconseja? ¿Quién me acompaña?
     ¿Con qué sacerdote confesar que mientras esto ocurre no puedo dormir porque me atraganté con un tubo completo de galletas antes de ir a la camita, cansadísimo, con mis manos lisas de profesionista –orgullo de mamá, niño dorado y sin brújula– de tanto calificar exámenes donde reluce la ignorancia, la pobreza de mi pobre gente que, encima de todo, es la mejor, la que quiere superarse por cuenta propia, la que penosamente reúne, con el sudor de alguno de sus dos trabajos manuales de tiempo completo, el costo de la prueba para obtener el bachillerato, pero que no sabe sustentar en cincuenta líneas sobre si las cirugías estéticas son buenas o riesgosas para la salud, que no sabe entender lo que se le pregunta y no tiene tiempo de leer ni dinero para comprar un periódico, para enterarse de que en este país la sangre indigesta, como las galletas con chispas de chocolate al profesor, al atascado profesor, al agotado profesor que además anda por ahí reprobando gente con objetividad, con criterios consensuados, a lo lejos?
    ¿Qué sacerdote absuelve este pecado, a lo lejos, mediador de Dios? ¿Qué balas, golpeteando unas en los camiones, otras en las sorprendidas carnes de los normalistas, futuros profesores rurales, marginados, sin derecho a indigestarse con un tubo completo de galletas, sin computadoras como ésta ni camas ni internet ni libreros repletos, liberarán, a cuarenta pasos de distancia, mediadoras de dioses terrenales, pecado por pecado a cada uno de los caídos? ¿Con qué balas les respondo y los vengo? ¿Dónde compro el arma? ¿Con qué temblor de manos, meada en los calzones, lágrimas de niño, con qué inteligencia de maestro en Letras me dejo alcanzar por ráfagas idénticas? ¿Con qué escrito lapidario los lapido?
¿Qué Maestría en Letras Modernas explica este pacto social “ultramoderno”? ¿Es porque ha ido más allá de lo moderno que mi maestría se queda corta?
     Los filósofos de la Modernidad explican la dinámica de viajes, la globalización como un fenómeno geográfico, económico, político después. Todo se explica bajo una lógica civilizatoria. Y dicen bien, concordamos con cada una de sus afirmaciones. El hombre moderno se ha desinhibido porque se ha comprometido de antemano. Pero, ¿qué compromisos anteriormente adquiridos desinhiben tanto para disparar contra 43 personas que pasaban, para hundir a un pueblo en el silencio? ¿Qué compromiso con el Cruz Azul, con el Club América se ha adquirido antes para festejar que a 400 kilómetros de casa están matando gente solamente por pasar? ¿Con qué cara cumplir años, ser felices un 26 o 30 de septiembre, un 2 o 3 o 7 de octubre de cualquier año de la vida?
     Y es lugar común señalar a pamboleros y telenoveleras. Nosotros, los godínez, los maestros en Letras Modernas, licenciados en Contaduría (y en Derecho y en Informática y en Diseño Gráfico y Agronomía y Físico-Matemáticas y Turismo) jugamos nuestra cáscara y vivimos nuestra telenovela todos los días en la oficina o en la escuela o en el aeropuerto, luego en casa y en el bar y en el gym. Es hacerse el loco no reconocer que la recompensa es miserable, y que no hay expectativa que valga mientras estemos expuestos a pasar el día equivocado por un pueblo incorrecto y ser acribillados a balazos. Mientras quepa la posibilidad de que uno de nuestra misma especie nos desuelle el rostro sin explicación y sin impedimento, cada uno de nuestros esfuerzos diarios es un paso dado sobre el mismo sitio, depositar la quincena bajo el colchón y dejar abierta la puerta de la casa.
     Hacemos memoria y vemos nuestras manos limpias, pero la sangre derramada tiene herencia. "Clama a Dios desde la tierra la sangre de Abel" y la raza de Caín está maldita para siempre, aunque a Dios lo hayamos matado hace siglo y medio. God’s missing, pero también están faltando 43 estudiantes de Guerrero y muchos otros que debería darnos vergüenza no poder contabilizar. Para engendrar somos muy buenos. Nos llena de orgullo decir: soy padre de tres, madre de cinco. Pero a los desaparecidos les perdimos la cuenta. ¿Por qué? ¿Acaso no los engendramos? ¿La incertidumbre de no saber si viven o han muerto nos impide saber cómo contarlos?
     Y a todo esto ¿yo qué voy a hacer mañana u hoy, cuando amanezca, porque son las 3:41 de la madrugada de un 7 de octubre de 2014? Cristo no regresó ni el mundo se ha acabado para desgracia nuestra. Los mayas se equivocaron o no los supimos entender. ¡Pero qué me pueden importar los mayas si no entiendo a mis contemporáneos, hermanos también de sangre y patria –caínes si se quiere–, que abren fuego contra otros tantos abeles desarmados que iban de paso!
     Yo que leí a Bécquer con otros 35 jóvenes hermanos, futuros caínes o abeles de la vida, ¿qué voy a hacer mañana? ¿Volver al aula y decirle que “habrá poesía” mientras el misterio siga existiendo y sigamos sin explicarnos por qué podemos morir gratuitamente? ¿Enseñar las reglas de la vida y la poesía en un mundo sin vida ni poesía ni reglas ni posibilidad de enseñanza?
     Dijo Vallejo: Quiero […] ayudar a matar al matador? cosa terrible?/ y quisiera yo ser bueno conmigo/ en todo.
     Ayudar a matar al matador. Puntuación mañosa. Ayuda para el asesino, pero también para el vengador. Y yo quiero hacer algo, ser bueno. Si de verdad queremos ser buenos hemos de hacer algo: marchar, vengar, gritar, huir. Seguir igual es imposible, ¿y para qué, además? Cualquiera puede matarnos al pasar, por gusto, por órdenes superiores, por azar. Maldita la cosa que vale la vida. Bale berga la bida. En este país y en cualquiera. Y es nuestra culpa –diría Sartre, y por eso me quería confesar desde el comienzo. Porque tengo ganas de matar, de matarme, de gritar.