Y mi voz que madura
Y mi voz quema dura
Villaurrutia
Tener
una hermana cantante, verme de vez en vez rodeado de cantantes y oírlos hablar
de su voz de una manera tan intimista me ha hecho volver a las andadas.
–Los
ensayos y los maestros me hacen crecer, crece mi voz– dicen. Que la presencia
de mi hermana sea tan cotidiana en mi vida me hace perder de vista el hecho de
que, efectivamente, los cantantes son su voz: ellos crecen con su voz, no es
algo accesorio o instrumental que puedan cambiar como la herramienta que
tomamos de una caja cuando no es la adecuada. La voz del cantante está tan
ligada a su carne y a su ánimo, a sus gestos y sus propios dramas; es un trabajo
de tantos años que se vuelve poco a poco en su cuerpo, se puede apuñalar la voz
como se puede hacer con un pecho o un hombre, y también se le puede acariciar –mi
amiga lo decía con tanta naturalidad, aunque hablara de música: “maduro yo,
madura mi voz” (imprescindible el calambur de Villaurrutia)– pienso en la voz
del cantante como un esqueleto sonoro que sostiene su propio ser, uno del que
únicamente el cantante no puede prescindir porque es parte de su fisionomía, es
una especie de rostro y no una máscara porque al ensayar pueden verse al espejo
y ver su voz, verse.
¿Qué
hay más allá de la escucha?
Esta
misma amiga cantante me ha llevado a una muestra multidisciplinaria de artistas
entre poetas, músicos y visuales. El programa incluía una sesión de discusión,
como muestra de un trabajo social de diálogo que se hace en comunidades indígenas.
Tal era la pregunta de arranque: ¿qué hay más allá de la escucha? Una pregunta
con sus aristas. Era previsible que la discusión se perdiera entre el onanismo
chairo y la pose hipster (cuando estás en la Roma, es común que pase esto, gooey)
que no conducen a ningún lado. En mi desesperación por hallar asideros entre
tanta verborrea, llegué a pensar que más allá de la escucha estaba la voluntad
de mantener la farsa, la voluntad de oír al otro o simular escucharlo para
construir un diálogo, que definitivamente no se estaba efectuando en esa
sesión.
Alguno
propuso relacionar la escucha con otros sentidos, pero nadie entre poetas y
músicos fue capaz de pronunciar la palabra sinestesia. Y horas más tarde, al
oír a mi amiga hablar de su desarrollo como cantante, la pregunta volvió a mí.
Para quienes usamos la voz como instrumento cotidiano de comunicación, la voz puede
ser algo anodino. Si me resfrío, puedo escucharme gangoso y seguir impartiendo
mis clases con alguna dificultad, pero no hay mayor tragedia. No así para el cantante:
más allá de la escucha de su propia voz está la tragedia de la nulidad, pueden
volver al espejo y ver su reflejo modificado por la ausencia de la voz. Recuerdo
entonces a Henri Meschonnic y sus planteamientos sobre el ritmo y la corporalidad;
el lenguaje como descanso discontinuo en la abrumadora continuidad del mundo.
En
la novela que leo ahora, un hombre se obsesiona por construir un reloj. Su
dilema está en la representación del tiempo: entre lo pendular, a saltos,
discontinuo (como el avance de las manecillas) y un flujo continuo, como el de
la sombra en un reloj de sol o el agua en una clepsidra:
O tempo, flua ou não, repudia as interrupções, os seccionamentos. Contesta-se, no entanto, a tendência do homem a imprimir-lhe um ritmo? Este ritmo surge –é conquistado– com o relógio a saltos. A saltos move-se no corpo o sangue, a saltos atuam os pulmões, movemo-nos a saltos, mesmo as aves de mais tranqüilo vôo a saltos se deslocam, nadam os peixes movendo, a saltos [...] Um erro ambicionarmos, para a representação do tempo, engenhos contínuos nunca interrompidos, sem pausas, renegando a nossa natureza, que pulsa como pulsam os pulsos.
La
voz es una pulsión, expresión del ritmo de la vida. Si la utilizamos como
herramienta es porque hemos anulado nuestra capacidad de escuchar ese ritmo y
consonar con él. –Voz de los dioses, voz del universo– decían los participativos.
Nunca se habló de la fuente emisora, y la escucha se redujo a la mera pasividad
de recepción en un proceso comunicativo, ¡que no es pasivo nunca! La voz es
respuesta y es himno, función adánica por la que los dioses del Popol Vuh
destruyeron a los primeros hombres de tierra: no pueden cantar, alabarnos y
decir nuestros nombres, son incapaces de expresar la pulsión de la creación,
están fuera del tiempo, destruyámoslos. Su mudez absoluta es imposible de
representar en cualquier notación musical si no es con el blanco. Pero ni siquiera
los creadores son absolutamente blancos. Si Dios necesitó de voz fue porque había escuchado.
He
estado un tanto muerto este último año. La continuidad abrumadora de la vida,
el trabajo y la subsistencia no me habían permitido ninguna pausa. Pero he aquí,
una vez más –no sé si más madura– mi voz, que no es de cantante pero se suma al
coro en esta partitura irregular que quiere hacerle la parada al tiempo.
Muy buena, me hiciste imaginar el cuerpo de la voz. Saludos.
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