domingo, 12 de junio de 2016

Péndulo o clepsidra. Voz y silencio




  
Y mi voz que madura
Y mi voz quema dura
Villaurrutia

Tener una hermana cantante, verme de vez en vez rodeado de cantantes y oírlos hablar de su voz de una manera tan intimista me ha hecho volver a las andadas.
     –Los ensayos y los maestros me hacen crecer, crece mi voz– dicen. Que la presencia de mi hermana sea tan cotidiana en mi vida me hace perder de vista el hecho de que, efectivamente, los cantantes son su voz: ellos crecen con su voz, no es algo accesorio o instrumental que puedan cambiar como la herramienta que tomamos de una caja cuando no es la adecuada. La voz del cantante está tan ligada a su carne y a su ánimo, a sus gestos y sus propios dramas; es un trabajo de tantos años que se vuelve poco a poco en su cuerpo, se puede apuñalar la voz como se puede hacer con un pecho o un hombre, y también se le puede acariciar –mi amiga lo decía con tanta naturalidad, aunque hablara de música: “maduro yo, madura mi voz” (imprescindible el calambur de Villaurrutia)– pienso en la voz del cantante como un esqueleto sonoro que sostiene su propio ser, uno del que únicamente el cantante no puede prescindir porque es parte de su fisionomía, es una especie de rostro y no una máscara porque al ensayar pueden verse al espejo y ver su voz, verse.
     ¿Qué hay más allá de la escucha?
     Esta misma amiga cantante me ha llevado a una muestra multidisciplinaria de artistas entre poetas, músicos y visuales. El programa incluía una sesión de discusión, como muestra de un trabajo social de diálogo que se hace en comunidades indígenas. Tal era la pregunta de arranque: ¿qué hay más allá de la escucha? Una pregunta con sus aristas. Era previsible que la discusión se perdiera entre el onanismo chairo y la pose hipster (cuando estás en la Roma, es común que pase esto, gooey) que no conducen a ningún lado. En mi desesperación por hallar asideros entre tanta verborrea, llegué a pensar que más allá de la escucha estaba la voluntad de mantener la farsa, la voluntad de oír al otro o simular escucharlo para construir un diálogo, que definitivamente no se estaba efectuando en esa sesión.
     Alguno propuso relacionar la escucha con otros sentidos, pero nadie entre poetas y músicos fue capaz de pronunciar la palabra sinestesia. Y horas más tarde, al oír a mi amiga hablar de su desarrollo como cantante, la pregunta volvió a mí. Para quienes usamos la voz como instrumento cotidiano de comunicación, la voz puede ser algo anodino. Si me resfrío, puedo escucharme gangoso y seguir impartiendo mis clases con alguna dificultad, pero no hay mayor tragedia. No así para el cantante: más allá de la escucha de su propia voz está la tragedia de la nulidad, pueden volver al espejo y ver su reflejo modificado por la ausencia de la voz. Recuerdo entonces a Henri Meschonnic y sus planteamientos sobre el ritmo y la corporalidad; el lenguaje como descanso discontinuo en la abrumadora continuidad del mundo.
     En la novela que leo ahora, un hombre se obsesiona por construir un reloj. Su dilema está en la representación del tiempo: entre lo pendular, a saltos, discontinuo (como el avance de las manecillas) y un flujo continuo, como el de la sombra en un reloj de sol o el agua en una clepsidra:

O tempo, flua ou não, repudia as interrupções, os seccionamentos. Contesta-se, no entanto, a tendência do homem a imprimir-lhe um ritmo? Este ritmo surge –é conquistado– com o relógio a saltos. A saltos move-se no corpo o sangue, a saltos atuam os pulmões, movemo-nos a saltos, mesmo as aves de mais tranqüilo vôo a saltos se deslocam, nadam os peixes movendo, a saltos [...] Um erro ambicionarmos, para a representação do tempo, engenhos contínuos nunca interrompidos, sem pausas, renegando a nossa natureza, que pulsa como pulsam os pulsos.

La voz es una pulsión, expresión del ritmo de la vida. Si la utilizamos como herramienta es porque hemos anulado nuestra capacidad de escuchar ese ritmo y consonar con él. –Voz de los dioses, voz del universo– decían los participativos. Nunca se habló de la fuente emisora, y la escucha se redujo a la mera pasividad de recepción en un proceso comunicativo, ¡que no es pasivo nunca! La voz es respuesta y es himno, función adánica por la que los dioses del Popol Vuh destruyeron a los primeros hombres de tierra: no pueden cantar, alabarnos y decir nuestros nombres, son incapaces de expresar la pulsión de la creación, están fuera del tiempo, destruyámoslos. Su mudez absoluta es imposible de representar en cualquier notación musical si no es con el blanco. Pero ni siquiera los creadores son absolutamente blancos. Si Dios necesitó de voz  fue porque había escuchado. 




     He estado un tanto muerto este último año. La continuidad abrumadora de la vida, el trabajo y la subsistencia no me habían permitido ninguna pausa. Pero he aquí, una vez más –no sé si más madura– mi voz, que no es de cantante pero se suma al coro en esta partitura irregular que quiere hacerle la parada al tiempo.    

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