viernes, 6 de julio de 2018

Re vuelto


El viaje es una burbuja que has de reventar en algún momento. Cede a la presión del cuerpo que empuja en su camino de vuelta al medio familiar, sus aguas necesarias, su heredad. El irremediable desorden del sueño, levantarse a escribir. Optar todavía por el papel para dejar a la fiel computadora, que no pude llevar conmigo, habituarse de vuelta a mi presencia, para mantener un ritmo en la prosa que el propio viaje me impuso: su agitación, su respirar forzado de pez fuera del agua que se niega a saberse anfibio.
   Los oídos aturdidos de tanto repentino español: en la sala del último vuelo, en la fila de asientos del avión; acentos de Chihuahua y de la capital, mi capital. Un español que pasa a ser la regla y no la alegre excepción que en la soledad de las mesas extranjeras te impulsaba al saludo, al abrazo --¿Habla español? ¿De dónde es?—que terminabas reprimiendo por el siempre ridículo temor al ridículo. Los oídos aturdidos de tanto español. Hasta hace unas horas seguían habituados al silencio de las lenguas comprendidas a medias. Silencio o ruido de fondo que sólo exigía atención cuando te hablaban los meseros, las recepcionistas, los dependientes de las tiendas, los letreros de las calles y museos. De pronto te llaman por todas partes, y no, sientes que son para ti todos los mensajes sólo porque lo comprendes todo, sin ningún esfuerzo. Habrá que reaprender a filtrar para no enloquecer.
    Despertar en mi cama y creerse en un hotel, siendo el otro, el de allá; entreabrir los ojos y sorprenderte de la cantidad de objetos que te rodean, tantos libros, sombras de prendas colgadas, la pantalla de la fiel computadora y televisión reflejando el poco de luz callejera. Estás bocabajo y quieres levantarte un poco. Los músculos están entumidos. Los encorajas en inglés y esta es la traducción que te viene a la cabeza ahora que escribes, al impulsarte pensabas en inglés, pues no sabías bien todavía dónde estaba tu cuerpo, to encourage.
    Tensas los tríceps y el abdomen. Una pequeña plancha. Se te revuelve el estómago, ¿pastor y Negra Modelo? Un eructo breve lo confirma. Estás en casa. Reconoces las siluetas de las cosas alrededor. No es el limpio vacío de las habitaciones temporales sino la forma y sustancia de una vida que estabas empezando a olvidar. Un desodorante en espray te insiste en francés a quedarte dentro de la burbuja. Lo haces a un lado para darle espacio a la libreta y notas que también está en inglés. Lo quitas de enfrente, –yo escribo en español– piensas, tal vez lo dices en voz alta mientras tomas el lápiz. Apartas la cangurera para que no estorbe los trazos. Un tintineo de monedas forasteras que pronto serán un souvenir, porque era ridículo cambiarlas en el aeropuerto donde quisiste pagar un agua con ellas y la dependienta se las quedó viendo antes de decirte en español que despertaras, que eso no valía, y luego sacabas, por primera vez en más de un mes, un billete mexicano. Benito Juárez sin despeinarse vale poco más que un loonie. Estos billetes sí que caben en tu cartera.
    Te levantas por agua. No más botellas, tomas un vaso de la alacena y te sirves de la horrible jarra de plástico que pronto tendrás que tirar. Estás en casa y deberías sentirte aliviado, pero sueles ser un viajero liviano y ahora sientes el peso de todas las cosas que se quedaron aquí abrumarte de nuevo. De momento les cierras la puerta al volver a la recámara. Ya te ocuparás de ellas. Abres de nuevo la libreta, empuñas el lápiz. Tres páginas se llenan de un tirón. También el español tropieza un poco, pero no se paraliza. Empiezas a sentirte en casa. La cama te pide volver.