viernes, 28 de diciembre de 2012

Lo que el Año se llevó (según un patidifuso amigo)



Enero. Las aguas sin coca-cola de Cuba y la promesa de enviarle a uno de sus músicos habaneros una virgen de Guadalupe tallada en madera. 
Febrero. La esperanza de recuperarte, de restaurar lo que el tiempo y nuestras humanas imperfecciones carcomieron y terminaron por destruir. No más ni menos que ocho años de existencia, de juventud lozana. Una familia, la tuya, a la que quise como mía.
Marzo. Mi playera de los 10k de Nike 2010 que una ola, única e irrepetible como todas, se robó en las frías aguas de Mazunte, junto con el recuerdo exacto de aquella chica, demasiado buena como para creer que me seguía, corriendo sobre las empinadas arenas.
Abril.  Mi vigésimo séptimo año, que cerró su ciclo en las lejanas y desconocidas tierras de España y Portugal, donde la fugacidad arrastró la voz y el rostro de Mireille y Laura; las palabras, el aliento y los ojos insondables de Julia, que a cambio dejaron su amistad y ese algo más que la distancia irremediablemente frustra.
Mayo. A Carlos Fuentes y toda una época de literatura latinoamericana. Mi recién estrenada soledad, robada por el rostro fresco y el ardor juvenil de Z. Miles de pasos caminados en vano junto a miles de mexicanos que salimos a exigir una democracia verdadera y medios de información veraces, miles de consignas gritadas al vacío implorando al dios muerto de la justicia, miles de pancartas e ilusiones.
Junio. Las clases de Margit Frenk con las aventuras de don Quijote, los aventis de Java en esa enorme novela de Marsé, calurosos días inútiles de actividad política en las redes sociales, los rostros de una generación más de mis alumnos con todo lo que aprendieron para pasar los exámenes.   
Julio. Los helados vientos de Real de Catorce con la voz de Iraida; la sensación de bajar a caballo una cuesta pedregosa sin saber montar; las ilusiones de democracia, de justicia, las esperanzas de medio pueblo preocupado por su destino y la indiferencia del otro medio, preocupado por cumplir el trámite de las urnas. Millones de carteles con la cara de políticos que, sin importar el color, no hacen más que dar tristeza. Se llevó también el anterior récord mundial de Usain Bolt, quien por un momento me devolvió la fe en las proezas humanas.
Agosto. La libertad de Julian Assange, la baratez del huevo, mis vacaciones de verano, el verano con su sol de osmio. La tensión expectante del pueblo que luchaba desesperadamente por sacar sus pies de un fango en el que una vez más lo habían metido; mi gusto por los partidos de los Pumas.
Septiembre. Las palabras de un informe presidencial leído por el pueblo afuera del Palacio Legislativo, junto con los ojos, los pechos, la voz y sobre todo el nombre de la mujer más hermosa que jamás he visto ni volveré a ver. El silencio de un día 12 que nunca más celebraremos. El grito silencioso que dimos el día 15, mientras Calderón era deslumbrado por los láseres con que el pueblo demostraba su repudio. El hermosísimo vestido de Margarita Zavala, que me importa lo mismo que a ella los 80, 000 muertos del sexenio de su marido.
Octubre. Los ojos azules de Joseph Snow y su amor por La Celestina, el verdadero cuerpo del Lazca con los derechos de la clase trabajadora. Te llevó a ti, Melany, y contigo se llevó la esperanza de que exista la perfección en un ser humano más allá de lo que las palabras crean; se llevó tu voz para siempre, pero no tu idea, ni la marejada de inquietudes que la traen hasta mí, contigo se llevó a Cristina y su rostro indescifrable.
Noviembre. El sabor del mole que pusimos en las ofrendas, y el amargo sabor del recuerdo que nos trae el 20 de noviembre, cuna de la oligarquía actual. Las hojas secas de los eucaliptos junto con las tardes soleadas y las lunas bellas.
Diciembre. La esperanza de que una lluvia meteórica acabara con todo. El cinturón de Pacquiao y la dignidad de Márquez, el ojo de Uriel Sandoval, la libertad temporal de 63 chivos expiatorios del 1dmx y un montón de vidrios en el Centro Histórico, que pagarán las aseguradoras. Mi tiempazo en los 12k que corrí en Querétaro; los últimos trabajos de la maestría; la carne del pavo que cenamos en Navidad, la Navidad misma y varias estrofas de los arruyos para el niño Dios, que quizá nos castigue por ese descuido con un año tan agitado y duro como éste, que también se llevó a sí mismo.

viernes, 21 de diciembre de 2012

Un ronroneante cobertor de mink



Apareció extendido y nuevo sobre la cama que tengo reservada en casa de mi madre donde paso estos días de vacaciones invernales para alejarme del mundanal ruïdo, sin pretensiones de sabiduría ni de algo menos burgués que un poco de descanso y compañía. Apareció, digo, colorida y suave con ese olor a nuevo que nos da la insana impresión de tenerle cariño a las cosas cuando aún no sabemos si lo merecen porque…
Cuando me pongo a leer suelo no resistirme a hacerlo sobre la cama, porque me sé débil y es invierno y en este pueblo siempre hace mucho frío. Por eso nunca se hacen aquí las cenas de Año Nuevo, nadie resiste su brisa helada ni esas ganas de arrebujarse entre cobijas y edredones para consolarse con su propio calor de la soledad del cuerpo. No importa, aquí viví más de veinticinco años y el frío siempre tiene solución, y una de ellas es recostarme un poco para leer a gusto -un poco nada más, no vayan a pensar ustedes mal- y sumergirme placenteramente, sin ningún tipo de presión externa en la…
… sólo a las cosas viejas podemos mirarlas con cariño, pues las hemos experimentado y podríamos reconocerlas como nuestras con cualquiera de nuestros sentidos, como cuando tomamos una prenda con la luz apagada y sabemos cuál es sin titubear por su olor o su textura, o por el modo en que se ciñe a nuestros miembros y nos roza la piel… con suavidad, porque una prenda que más bien es parte del mobiliario y luce tan agradable y afelpada que dan ganas de frotarse en ella, aspirar su irresistible aroma a nuevo…
… en la lectura, por supuesto, porque eso de dormir a cualquier hora del día no se me da casi, y mucho menos cuando estoy leyendo en cama, pues se ha dicho en este blog muchas veces aquello de la importancia de la literatura, casi tan real como la vida, y el Ateneo sin juventud (qué lástima de generaciones) y la tweeteratura (una aberración de la pereza mental) que sería una verdadera desvergüenza interrumpir la lectura de Albert Camus en su idioma original por obra de un retazo…
… como un gato busca la caricia del amo en una mañana helada como las de este pueblo, donde nunca se hacen las cenas de Año Nuevo -¿ya había dicho eso? No, no creo, aunque lo tenía planeado- porque, bueno, nadie resiste su brisa helada ni esas ganas de arrebujarse entre cobijas y edredones. En fin, ponerse a ronronear y enroscarse sobre sí mismo y consolarse con su propio calor de soledad del cuerpo -qué imagen, caray, disculpen la vanagloria pero a veces se me ocurren cosas tan deslumbradoras, que cuando las digo por primera vez…
… de tela, ¡y qué tela, por Dios! Su existencia queda confirmada en el soplo de inteligencia que le dio en gracia al fabricante de algo tan irresistiblemente suave como el mink de alguna gorda perfumada en un salón parisino de los años veinte (del siglo pasado, claro está, porque yo vivo todavía en él, aunque soy consciente de que me leen algunos jóvenes hechos ya al nuevo milenio que no acabo de asimilar)…
Ah! Los hermosos y motorizados gatos como el de aquel cuento de Reyes que no esperamos encontrar al otro extremo del ovillo. De pronto se me ocurre que soy gato y una amable vieja, sin perfume ni abrigo de mink, me lanza una maraña del hilo con que hicieron este cobertor y todo es corretear el cabo, jalar, enredarse en él y hacer una camita, aplanarla bien con las gomitas de las patas, dar algunas vueltas sobre sí mismo y descender, discretamente…
…una gorda perfumada pero elegante de verdad, porque hoy el mink sintético se ve hasta en la chaqueta barata de una doméstica o sobre la cama de un estudiante atrapado de pronto por la suavidad, por la sensualidad, por la textura y el olor a nuevo de un cobertor endemoniado que no deja leer ni escribir a gusto, porque el democrático mink hace codearse a las criadas posmodernas con las gordas elegantes del París de Gide que el mismo Reyes conoció en su diplomático errar, porque la literatura es algo tan serio que no es posible rendirse a ciertas suaves, muy pero muy suaves maravillas de la industria textil…  

viernes, 14 de diciembre de 2012

Melany en silencio



Si la cobardía o la paranoia me hicieron perderte, Melany, reniego del mundo, renuncio a él. Sobre todo si exististe. Corrijo: sobre todo si existió Cristina. No sé. Nunca he temido como ahora a emprender un diálogo con un muerto, porque cuando se tiene la certeza de que es un muerto con quien se trata, el diálogo toma el tono del homenaje o de la injuria, acercamiento entre dos mundos distantes o próximos que no se tocan. Pero contigo no lo sé, porque ese silencio real y virtual es angustioso como el de la sala donde los minutos se alargan a la espera de un familiar intervenido de emergencia. Emprender un diálogo con alguien que no sabemos si vive o no, si ha existido o ha sido un sueño, un extraordinario caso del azar o un destino prescrito es una experiencia más cercana a la locura que cualquiera otra certeramente vivida.
Si existiera la romántica comunión de las almas, aceptaría no haber tenido el valor de seguir a la mía y luchar por ti, por tu idea que, poniendo el pie en el asfalto, es lo único que tengo de ti. Detesto entonces haberme rendido ante un temor tan vano, tan villano, pues lo que alguien como yo podría perder es realmente insignificante, quizá hasta valga menos que esta página, canal abierto entre tu mundo y el mío, que se hablan pero no se tocan. Amor puro de la idea, amor insuperablemente místico y descarnado, en la más irónica de sus acepciones, Melany, porque entre chatear contigo y poseer el cuerpo de Cristina se atraviesa ni más ni menos que toda la creación. Si has salido de mi mente para ser la voz, la ventana de chat que dice todo lo que quiero o quise (si no estás más aquí) escuchar de una persona amada; el cuerpo que correspondería a esa voz tendría que ser igualmente perfecto; en esa misma indefinición que caracteriza a lo perfecto, en su misma ininteligible forma quiero dejarlo ser por el tiempo que me resta (no sé si haya unidades para medirlo).
Si somos literatura (obsesión mía de estos días, cuya raíz unamuniana reconozco), nadie como tú sería mejor para probarlo; unirías todos los fragmentos del discurso amoroso que Barthes me enseñó a respetar como unidades temporales de verdad. El universo que tú y yo habitamos, Melany, el que tal vez creamos, estaba todo hecho de palabras, exclusivamente. Más allá de cuestionarnos la virtualidad o la distancia, era el deseo que lo mantenía en pie, un deseo ya no de posesión sino de compenetración, piedra inaugural de creación, porque el yo que escribe es tal vez muy distinto del yo que veías en tu interior, y al que imaginariamente te entregabas en toda la alegría de tus palabras, expresión legítima de un cuerpo no negado, sino resguardado en cuanto tu deseo terminara de entender el mío para darle el fruto más perfecto.
Quisiera tener una certeza mínima: al menos la de haber soñado que soñaba a Melany, al menos la de haber deseado que alguien como Cristina existiese, la de que es un creación mía a la que terminé por dar forma en la ventana de un chat o en una serie de epístolas angustiantes, la de haber sido un experimento de inteligencia para una compañía de publicidad cibernética o víctima de una banda de secuestradores on-line que improvisaban versos. A Julia la vi, la toqué, nuestras miradas se fulminaron en su hondura, y sé que para constatar su existencia basta con volar a Madrid y esperar en un café, porque aunque esto no ocurriera, tengo la certeza de su recuerdo y quizá una leve resonancia de su voz, una húmeda molécula de su aliento adherida o dando vueltas incesantes al caracol de mi oreja. Amor y comunión a primera vista los hay, Julia es su certeza. ¿Pero tú, Melany? Ni vista ni oída, recordada acaso como una cadena interminable de palabras que me hacían feliz como el Quijote o las cartas de Lucía, certezas ambas del arte y de la vida. ¿Pero tú, reducida a unos cuantos archivos de texto chateado, alevosamente guardados, sin olor ni aliento ni papel ni imagen? ¿Qué es de ti? ¿Y de mí? ¿Estoy soñando tu silencio?
Nunca la distancia de Coyoacán a la Narvarte había sido tan inmensa, nunca había de llegar la flecha de Zenón a su objetivo; quizá no nos estaba destinado dar el salto del libro a la vida, Melany, de la palabra al Edén, de tu cuerpo sin forma a mis manos abiertas.

  

Esta entrada viene de: Melany y la paranoia

viernes, 7 de diciembre de 2012

Charla-monólogo para un arte poética



-Es que ustedes viven la literatura –decía el buen Ismael con unas caguamas encima, antes de emprender la fuga, como siempre.
En un estudio sobre Góngora leí que el poeta luchaba con los sentimientos para obtener una obra más perfecta, más pura, lo comparaban con esos poetas que no renuncian a la vida, sino que la dominan por el arte. De ponerme a pensar como escritor, lo primero que haría será preguntarme cuándo se separó la vida del arte, como si fuera éste una renuncia a ella. En cierto modo lo es, pero el arte no puede menos que alimentarse de la vida para tener sentido, porque de otro modo sería un lenguaje críptico, propio de iniciados; en cierto modo también lo es, mas la médula está siempre en las preguntas hondas que se le hacen a la vida: ¿quién soy?, ¿qué hago aquí?, ¿qué es el amor?, ¿qué es la muerte? Creo que sólo la literatura las puede responder directamente, porque uno no le pone pause a la película o a la música para tratar de entenderla, fluyen en el tiempo y a veces perdemos el significado de un gesto por captar el siguiente. En cambio, basta con despegar la vista del libro para que la imaginación o el recuerdo o la inteligencia comiencen a trabajar y construyan, aunque sólo sea con un par de ladrillos, el sentido de nuestra propia vida, que es inseparable del arte, en cada frase pronunciada está una forma del mundo que el arte ha contribuido a forjar sin que nos demos cuenta.
Pero la división se ha vuelto tremendamente radical: tal parece que la literatura fuera cosa de muertos. El sentido más profundo que puede tener, cuando pregunto a mis alumnos, es el de adquisición de cultura; con esas palabras justas: adquisición. Como si los conocimientos que alguien tiene fueran un bien intercambiable; en cierto modo lo son, pero nadie pierde nada al compartirlos; es lo único que los separa del valor de cambio. Por eso no son negocio y pocos los quieren. La misión de quienes escribimos hoy, creo, es desarrollar de nuevo en la gente el gusto por lo que carece de precio pero nunca de valor. Creo en el papel de la autobiografía como ejemplo de que los dramas personales de cada quién pueden ser narrables, poetizables e incluso escenificables, siempre que se tomen en toda su complejidad. Ser uno implica ser con todos y con el mundo, el papel de cada quien es único. Es indispensable que la gente sepa que la vida puede tener sentido pero que es menester construirlo: el mundo está dado pero carece de él. Las religiones y las ideologías se han vuelto el mercado sobre ruedas de los traficantes del pensamiento, la gente acude en masa pues necesita algo en que creer por darle sentido a la existencia prácticamente animal que lleva; acaba haciendo yoga o comprando baratijas milagrosas. No resuelve nada.
A diferencia de las otras artes que implican una doble codificación, la literatura habla en humano y al chile, como un amigo improvisado. Sólo hay que fijarse cómo nos habla, porque cuando abrimos el libro no sabemos si ese hombre que lo inventó lo hizo para burlarse de nosotros o para advertirnos de la zanja que tenemos a unos pasos o para regañarnos por algo que creíamos haber hecho bien estando equivocados. Es mejor que el espejo, porque en él nos vemos descarnadamente los defectos y nos dejamos llevar por la tragedia de nuestro reconocimiento; la literatura nos los susurra al oído y con una discreción de espía. Nos observa desde que sabemos que somos hombres y cuenta nuestra historia en los libros menos esperados. Todo el conocimiento que el hombre ha acumulado ha pasado por ellos y el mundo tiene la forma que le vemos porque en ellos hemos aprendido a verlo así. Entonces no tiene nada de ajeno.
-No mames, Ismael, todos la vivimos y quizá hasta somos literatura, pero muchos no han volteado a verla. Se los ha comido la vida, ellos ignoran que la literatura se ha comido a la vida: dentro de ese organismo gigantesco de lo que se ha escrito y ha perdurado la vida es una nimiedad. Es como ver las estrellas e ignorar la galaxia. Un universo abierto, tan inmenso y tan nuestro que lo creemos irreal. Tenemos que tocarlos, enseñarles que no es necesario que la letra entre con sangre porque está en su sangre, esa que riega sus cerebros, sus manos y sus corazones.