domingo, 21 de julio de 2019

Alentejana 5



Beijinhos. Índice onomástico


É a hora!


FP


Estou a partir, finalmente, infelizmente. Se calhar até para todo o sempre. Sei lá, a gente é que não sabe, embora esteja o tempo todo a fazer planos. Na verdade é que não me lembro de ter feito na minha vida plano nenhum que derivasse nas imagens reais, as resultantes da experiência. Esta viagem, por exemplo.
¿Este viaje? Pois é.
     Sí, sí, que siempre soñé con vivir en otra ciudad. Mejor si era en otro país. O sea, que puedes hacer un montón de planes y, de todos modos, las cosas que ocurren mientras el plan va realizándose son totalmente diferentes. Y puedes ser específico, incluso. Dices “vivir en otro país” y Portugal te viene a la mente, quizá por motivos profesionales; crees que el plan va bien, que toma forma. Pero cuando dices “otra ciudad”, la cosa ya no es tan simple. Lo accidental empieza a infiltrarse en tus previsiones y temes perder el control, o reconoces que…
     E então Évora não estava nos planos?
     Tava, sim. Sí estaba, pero ya no dependió completamente de mí, tuvo su cadinho de accidente. Por eso el temor de no controlarlo todo se materializa de inmediato en nombres y personas concretas. Portugal era una idea vaga, demasiado amplia, para país tan pequeño. Una idea vaga pero tenaz, llevaba ahí más de diez años, guardada, levemente acariciada la primera vez…
     Que tiveste em Lisboa, pois não? Já veo. Entendo. Esa primera vez tan a vuelo de pájaro, cuando empezabas con la manía de ir a encerrarte a las bibliotecas, a los lugares donde hubiera libros, como toda la vida. Tás a perceber? Estou. Sí, que fuiste a tocar tierra, como quien dice, a echar un ojo, como el turista extraviado que somos en todas partes cuando los planes no han tomado forma. Portugal y la posibilidad de que el sueño se realizara terminaron por concretarse en nombres. El de Évora y el de la Dra. Ana Luísa llegaron juntos, por ejemplo. Olha, imagina que la idea de Portugal es un pliego grande de papel que extiendes sobre la mesa. Esos primeros nombres son el área que trazas para delimitar el contorno de tu sueño, sus líneas más generales. Lo pones en perspectiva de manera que Lisboa se vea a lo lejos, por pura utilidad. Habrá que ir ahí regularmente, pues las bibliotecas, como los planes, son imperfectas y es necesario complementarlas con nombres, títulos, formas que el carboncillo delinea un poco al azar sobre el papel, pero que va estructurándolo todo. Te permites ligeros desvíos, como Parede: Sofia y Maria, las senhorias del Erbianbi, a Jacky y a Bee, as cadelinhas. Los desvíos hacen los sueños más originales, caprichos que los personalizan y te distinguen de la masa informe de los turistas.     
     Nombres, porque hay que dar todos los créditos en la película, elaborar algo así como un índice onomástico. Percebes como não faz sentido nenhum? Es como si pudieras planear la gente con que vas a cruzarte en el camino, como si fuera un factor controlable. El carboncillo te lleva la mano, avanza sobre el papel, pero te es muy difícil creer que se mueve por voluntad tuya o que reproduce una imagen almacenada en tu cabeza. Não faz sentido nenhum, pá! Agarras el teléfono y empiezas a llamar a todos los caseros potenciales. ¿Estaba en los planes que respondiera el señor Rocha? ¿Su generosidad y la de señora Margarida estaban planeados? ¿Qué fueran los papás de Alice, la organista prodigio a la que no sólo tuviste el gusto de conocer sino de escuchar dos veces? Los propios señores Rocha no lo habrían previsto: así como una tarde inesperada les entró un mexicano por la puerta, alguien se les apareció con la noticia de que esa niña no iba a estar con ellos mucho tiempo, pues se había sacado la lotería del genio y el talento, que era forzoso desarrollar. Simba y Manjerico tampoco estaban en mis planes, y sin embargo, tantos ladridos, tantas festas. Lá cima, o Leandro y o Nelson tampoco estaban contemplados. El carboncillo los contorna igual.
     La armonía eborense, los serões literarios: André, Nuno, Vicente, virgilios y ferreirianos por la ciudad con un calor de Inferno. Diz-me si consegues prever en cualquier coisa que planeas las cervezas que te vas a tomar y las horas de charla, los conocimientos que vas a llevarte de ahí, la lista de libros por leer que se suma a la Lista de libros por leer. Información nueva para planes potenciales, de leitura se calhar. Y pumba! La iniciación en la evoricidade: los jantares, las bromas, las risas, las caras de cansancio a altas horas de la madrugada que ficavam mais um bocadinho, estoicamente.
     Prezada vizinha: mereces un párrafo aparte, não achas? Es verdad que este texto es algo así como los créditos al final de la película. Pero enlistar las cosas que te agradezco estaría muy chafa. (mexicanismo por acrescentares à lista). Ia ficar muito chato, quise decir. Insisto en tu paciencia para las correcciones. Ofrezco em troca una confesión: aunque tampoco fueras parte de los planes, sí pude prever que nos íbamos a volver cercanos. En México me pasa igual: acabo siempre por relacionarme más profundamente con las mujeres que con os gajos, sei lá, se calhar por tanta convivencia con mi mamá y con mis hermanas. Allá también tengo una vecina, muy querida, y un montón de amigas para as coscuvilhices. Se van rompiendo paradigmas, se acepta cada vez más que los hombres también somos muy buenos para el chisme. Querida Patrícia: I think this is the beginning of a beautiful friendship. Pois é. Beijinhos.
     El sueño tiene forma ahora. Faltan detalles por afinar, nombres que agregar a la lista mientras sus rostros siguen presentes en mi memoria, y que aos poucos se irán desdibujando: Sara, Maria Gato, el Dr. Hélio, Francisco y Francisca, Guilherme; la sociedad iniciática de los caracóis: a Isabel, a Teresa Maria, o Ricardo. Rostros que se van desdibujando a falta de palabras: el de Ana Teresa, el de Vanessa, tan lindo. Rostros que no puedo asociar a nombres, el balconista de Choupana, el de la biblioteca pública, que se avergonzaba un poco de su mano mala, el de la SHE… Cuando se acaban los nombres es seguro que ya no hay nadie frente a la pantalla, hay que irse. É a hora!
     Es verdad que el viaje continúa. Pero lo que sigue de él ya escapa a los márgenes del sueño. Queda atrás el Alentejo, queda atrás también mi portuñol. Alivia el peso de la despedida saber que el resto de mi viaje tiene que ver casi todo con segundas partes, con amistades que se consolidan. Nombres y rostros reencontrados: Silvia, Miguel Ángel, Carlota, el Vicente español, quizá Cristina, acaso Julia. El plan incluía más nombres: Lisa, Elena, Maribel… No hay que ser tan ambiciosos, pues aunque finalmente, infelizmente, llega siempre la hora de partir, ahí a donde nos vamos, el plan acaba por dejarle espacio a lo inesperado y distribuye los tiempos para segundas y terceras partes. Tchau!
 


viernes, 19 de julio de 2019

Alentejana 4


Omiri o el aroma seco de la despedida


O viajante volta já.
Não é verdade. A viagem não acaba nunca. Só os viajantes acabam.
E mesmo estes podem prolongar-se em memória, em lembrança, em narrativa.

Viagem a Portugal
José Saramago

Estoy empezando a irme. La cabeza llena de preparativos, listas de pendientes y cosas que ya no me fue dado ver. Tantos planes para acabar de cualquier forma arrollado por lo espontáneo. Omiri, por ejemplo. Decisión de última hora entre amigos que habían planeado algo diferente. Escucharlo por internet mientras escribes, mientras intentas concentrar la atención en eso que te ha traído aquí. La ansiedad de avanzar con el trabajo, la negación a quedarse encerrado a trabajar cuando la vida ha puesto ahí, en la plaza, el tianguis de lo irrepetible.
     Porque Omiri preparó el concierto especialmente para esta noche, para esta Praça do Sertório que “nunca vi tão cheia” –dijo Vicente, y le creí. Tamborileros gigantes llevan la marcha de las paredes, hombres con esa boina alentejana que desde ya pongo en la lista de los souvenirs imprescindibles, un telar que canta, un hombre que juega “ao aro”, un barbero con castañuelas. Alentejanos todos, síntesis o postal de lo visto en casi dos meses de carreteras bordeadas de viñedos y poblados rurales. La voz poderosa y grave de un joven: holograma en la pared de cal que me devolvió al recuerdo de mis primeras dos semanas, cuando no lograba entender una palabra de lo que me decían, sobre todo los hombres, con todas esas vocales cerradas y esa indolencia ante mi extranjería.
     La música y el cine son las artes que más me emocionan, aunque me diga literato. Omiri las conjugó en un escenario todavía más fixe. Objetivamente, porque la Praça do Sertório es el corazón de Évora. Las letras blancas gritan el nombre de la ciudad frente a la Cámara Municipal, de donde nace toda la actividad, la vida en forma de dinero público. Quizá sea más bonita la Praça do Giraldo, pero es apenas la fachada, la cara para recibir a los turistas apresurados que pasan a saludar, a saludarse a sí mismos desde sus selfies con telones de fondo intercambiables. Después de dos semanas de errar por Évora, entre calles curvas y vapuleado por el sol, descubrí la Praça do Sertório. Sentado al escritorio, veo el mapa. Ser animal de costumbres tiene sus desventajas: te aprendes un camino y aunque te pierdas un poco, volver al camino acostumbrado impide ver lo que está unos pasos más allá. Una plaza está a unos cuantos metros de la otra. Pero las primeras dos semanas, por más que caminé y caminé, mis pies no me llevaron hasta ahí.
     El corazón de Évora. Ahora veo por qué no entendía ni una palabra, por qué no había hecho amigos, por qué empezaba a querer huir de la ciudad. Seguía siendo el turista apresurado, encerrado en sí mismo, en sus preocupaciones de investigador que necesita sólo las cuatro paredes de su cuarto y el confortable autoengaño de que se puede conocer una cultura a través los libros. La gaita, las cuerdas que Omiri tañe me mandan a un recorrido por mis propias imágenes mentales. Síntesis, postal. Todo empieza a cobrar sentido. Un riff y el batir de los tambores me despiertan a la vida de la ciudad. Tambor, latidos. Esta vez dentro de mí, que había llegado al lugar correcto después de un leve extravío.
     Despertar a la vida arrastra su inevitable regreso al estado somnoliento. No sólo es que el concierto se acabara, que la noche se acabara, que los vasos mostraran ya sólo un lastimoso rastro de espuma… Évora y Portugal se estaban acabando para mí. Una semana más y guardar toda mi evoricidad en una maleta que ha de pesar tanto como las despedidas. El coro frente a la puerta calla, el coro en el balcón calla, los tambores se van apagando. Sólo habla Omiri. Agradece, sí, pero sobre todo evalúa: foi fixe, foi bué de fixe. Omiri y yo tenemos en común lo forastero. Lo veo en su forma de agradecer, no sólo a los espectadores, sino a todos los que hicieron posible el concierto con un programa hecho ex-profeso. Omiri evalúa porque al acabar el concierto descubre que no está ahí tan sólo en su rol de artista, sino de espectador de sí mismo, del proyecto que lo conectó con la ciudad. No es el concierto sino su propia experiencia de la evoricidad lo que se lleva en la maleta, junto con los aplausos. Bué de fixe.      
     Para Omiri, sin embargo, será más fácil volver que para mí. Esta semana iré a Lisboa a mis últimas diligencias de investigador apresurado, de turista correteado por las últimas compras y la puntualidad de los trenes. Quisiera ir a Belem y ver partir mi nave hacia los mares por siempre navegados del regreso. Que se vaya el turista y se quede el gajo mexicano con su maleta y su evoricidad + e = evoricidade. La humedad de Lisboa y una ilusión de permanencia impostada en el muelle, ver partir todos los barcos desde la inmovilidad secular de la torre.
     O viajante volta já. En vez de Belém el Cais do Sodré, la estación de Oriente; el tren que me devuelva a mis últimos tres días en Évora. En vez de mares, barcos y humedad, el calor seco del Alentejo. Su aroma de pastos amarillos y casas blancas. Cambiar los até já, por até mais ver. Tal vez adeuses. El aroma seco de la despedida, su incertidumbre. No ha ocurrido aún, pero empecé a verlo cuando escuchaba a Omiri y pasaba por mi mente todo ese flashback alentejano. El viaje se prolonga, dice Saramago: é preciso recomeçar a viagem. Sempre. O viajante volta já. Vuelvo ya, a Évora, a México, a mis pasos. Cuando se está en medio del camino, el concepto “vuelta” cobra una ambigüedad inesperada. Siempre. Hasta siempre.