martes, 15 de mayo de 2018

Tentanda via

Hay una manzana en mi escritorio, soy el maestro. Pensarán que los alumnos me la han obsequiado, pero no es así. Quiero ser un hombre saludable y quiero que los estudiantes lo sepan, quiero que ustedes también lo sepan. 

La manzana atrae las miradas de los pupilos y se preguntan quién de ellos pudo habérmela obsequiado. Se lo preguntan quienes han llegado tarde y no me han visto sacarla de mi mochila y pulirla con el puño de la camisa. Tal vez se pregunten quién es el ñoño traidor entre ellos, o quién ha sido tan perverso para envenenarla. 

Sigue ahí, cercana, pero a la vez al otro lado de la barrera infranqueable del escritorio; apetitosa y brillante, pero traicionera o envenenada. 

La puse ahí, nomás. Un desafío. Quien se esfuerce por preguntar, quien se estire, podrá obtenerla. Sea el fenómeno frente a la mirada, sea una llave que abra mil puertas, sea el fruto del Árbol de la Ciencia. Los hombres se vuelven dioses a costa de infinitos sufrimientos. Los niños se vuelven hombres luego de enfrentar las tentaciones. 

Una manzana en el desierto de mi escritorio. Un oasis. Soy el maestro y esta es la lección: me pregunto si el sufrimiento nos vuelve saludables. Pregúntenselo también ustedes y tal vez brillen como la manzana, que ha venido del Árbol de la Vida a llenarnos todos de dilemas.


domingo, 6 de mayo de 2018

Imago et similitudo





Deberías perder menos tiempo en eso, la vida se acomodará. Pero ya no puedes dominarte, esa pantalla te absorbe y barajas todas las imágenes pasando el dedo hacia arriba. De pronto te detienes en la imagen que te atrae y fisgoneas: el ancho de los ojos, el grosor y la forma de los labios, lees la actitud en la mirada y en la sonrisa. Lees el espacio detrás de sus figuras y decides si sigues barajando o si te das la oportunidad.  Crees temerario aceptar que te ha gustado lo que ves y en un momento de arrojo, oprimes el corazoncito en la pantalla. 

Estás tan solo. Tú así lo decidiste, pero estás harto también y en un momento de desesperación comenzaste a barajar imágenes a exhibirte en el aparador virtual de las emociones. Eso crees al menos. Emociones. El caso es que no has podido detenerte desde hace un par de meses, y esto realmente ha movido tu ritmo de vida. Podrías estar leyendo, haciendo un intento por escribir de nuevo, estudiando. Te quejas de no tener tiempo, pero en realidad tienes demasiado tiempo libre, tanto que puedes desperdiciarlo en el juego de las imágenes. Un día te respondieron y creíste que habías adelantado un paso, pero en realidad lo único que conseguiste fue quedar más atrapado. 

Te quejabas de la naturaleza remota de ese noviazgo y pensaste en cambiar de aires. Te decidiste. Pero dejaste el trabajo a medias. Así has hecho siempre, no sabes para donde ir y te quedas en medio del camino. Ya no tienes edad para eso. Te ilusiona  descubrir si lo que esperas está en alguna parte de la realidad, conectado y a la espera, como tú; que sólo es cuestión de que las líneas se crucen y todo se vaya dando. Pero temes también a la posibilidad de estar lanzando señales a un universo muerto, perverso e infinito. Peor aún: a un universo indiferente y automático a cuya construcción dedicas más tiempo del que crees. 
 
Cuando ella te respondió e hilaron la charla por varias horas, un par de días (noches de insomnio que nada en tu vida, cuando tenía un orden, justificaría) esperabas llegar más lejos. Que se interesara por ti, que fuera menos humillante, o al menos más divertido. Y piensas que tampoco puedes quejarte,  que muchos otros usuarios habrían celebrado ese logro que apenas consiguió desconcertarte. Sin haberlo pedido, conociste su cuerpo. No te pareció mal salvo por el hecho terrible de no ser más que una imagen, una que invalidaba todas tus palabras y el esfuerzo gastado en proferirlas, seleccionarlas, escribirlas. Te preguntaste si tú eras el inadaptado, si todo funcionaba así. Reconociste ser un inadaptado, pero no lo lamentaste, de algún modo siempre has tenido una aversión por colocarte en el centro de las miradas. Desde afuera todo parece más claro. Decidiste no insistir, aunque te despediste con una frase sugerente, un esfuerzo precipitado por mantener sus líneas en la pantalla: las de sus palabras y las de su imagen. Por mantener la esperanza de que la línea detrás de la pantalla trazara un camino de materialización que diera unidad a los mundos. 

El silencio es una respuesta contundente.  Un no se puede cuestionar, se puede ir minando a base de preguntas y falacias hasta hacer dudar a quien lo profiere. Hay quienes dicen no sólo por miedo, por reprimir deseos que no saben que tienen, que no se permiten tener. Hay autoengaños y convicción a medias tintas. El amigo al que le dijeron no y sujetó un brazo parecía estar muy seguro de su deseo, y mientras lo hacía quizá recordaba cuántas veces él había dicho no sin estar seguro de ello… Al macho le enseñan que la mujer siempre dirá no la primera vez. Insiste como si tuviera que dominar a la hembra y no pocas veces consigue, aunque después se le juzgue. Pero a nadie le enseñan a defenderse del silencio, de los gestos inesperados, de la desnudez no solicitada que paraliza. 

Las palabras crean un perfil que tratamos de acoplar a la imagen. No es sólo una enumeración de características, inclinaciones y pasatiempos, sino un lenguaje que leemos entre líneas, por el uso de las palabras  y la demora de las respuestas. Si nuestra imaginación se adelanta, interactuamos mentalmente con el perfil que hemos creado, especulamos. Pero estás hablando en nosotros y tal vez seas tú el único al que le pasan estas cosas. Un iluso que llegó demasiado temprano y le tocó ver cómo se montaba el juego, pieza por pieza, uno que creyó ver cómo funcionaba todo, un ingenuo que sigue creyendo en el control sobre nuestras creaturas. Los que han llegado después simplemente se han integrado y fluyen entre reglas no escritas y el placer de la imagen por la imagen misma. A ver si te das cuenta de que te han estado viendo la cara, de que nada hay interconectado más que información. 

Los científicos siguen dudando si, tras el colapso de una estrella, la información escapa al horizonte de acontecimientos y se conserva, o si se pierde con todo el universo que habitaba alrededor de ella. Tú crees que depende de quien presencie los acontecimientos, pero fuera de la ciencia ficción, no se sabe de una especie que pueda sobrevivir tanto tiempo como demoraría una estrella en autodevorarse. En general, no se sabe de otra especie viva, aunque hayamos generado tanta información con nuestras especulaciones, palabras que nos forman un perfil de los fenómenos que intentamos acoplar a las imágenes reveladas por potentes telescopios, imágenes de universos muertos hace algunos eones. Su imagen es una arqueología, un cementerio. 

Vuelves a la imagen de su cuerpo desnudo. Ella, la fotógrafa, la artista, ha jugado al azar de que la  conserves o deseches, de que la traduzcas en palabras o te la apropies en la experiencia. La señal de despedida quería ser un legado, piensas en tus momentos optimistas. Te desnudas también tú en estas palabras o finges que eres capaz de desnudarte cuando siempre has estado ocultando algo, revistiendo de signos equívocos: has revestido de palabras tu brutal vacío. 

En realidad siempre has estado frente a la pantalla. Crear imágenes es quizá el oficio más viejo desde la invención del lenguaje. La palabra es la imagen sonora de eso que estás pensando que estás viendo en la pantalla interior de tu mente y que quieres conocer. La cámara oscura de la mente es donde se revelan las imágenes en emulsión de materia gris. Proyectar esas imágenes, llevarlas a la mente del otro. Entenderse.

Algunas palabras son símbolos. La imagen es un ícono. Los símbolos, dicen los hermeneutas, guardan su contacto con lo sagrado, ocultan su misterio, que puede revelar un bien o un mal supremo. Las imágenes son ídolos, quieren ser adoradas, puestas en pedestales. Cuando te miras al espejo y adoras tu imagen estás siendo idólatra. Pero ese ídolo es apenas la imagen de lo que hay al interior de tu mente y quieres que tu cuerpo comunique. La imagen divina, inaprensible. De la no correspondencia entre ellas nace tu sufrimiento. Te jalas los cabellos, remarcas el rímel, pruebas varios colores de labial. Te resignas y tomas la fotografía. Desnuda, poco maquillaje, luz clara, dejas que el encuadre sugiera formas que has disimulado bien.  

La envías y es recibida al otro lado de la ciudad. Sin cables. Esperas que satisfaga el apetito de un receptor ávido de imágenes. Uno que no se tomaría la molestia de hacer cruzar su cuerpo a través de la ciudad. No le interesas, tu imagen basta. Se masturba, toma video a sus movimientos. Envía. 

La sucesión de imágenes te intriga y te repugna. Cambio de pronombres. Ahora tú eres yo, o esa parte de mi consciencia con la que hablaba antes. La palabra es equívoca. Me has entregado tu imagen para dominarme y mi palabra se ha apropiado de ti. Simbólicamente, claro está. Entregaste la imagen de tu cuerpo, éste lo guardas para un mundo al que no pertenezco, que me va a ser siempre inaccesible. 

Te resignas también, te desconectas. Vuelves a ti o a lo que crees que siempre has sido. El tú para el interlocutor de la consciencia. El yo para esa parte a la que no quiero culpar de lo que has hecho. Deberías perder menos tiempo en eso. –Se te olvida que eso te llevó a escribir una novela –respondes. Guardo silencio. No esperaba que dijeras nada, pero tienes razón en parte. Estas experiencias dan que pensar, a ti y a mí. Si escribo, respiro un poco la pesadumbre de no alcanzar lo que la imagen muestra, la de la pantalla o la de la mente. Escribir para formar imágenes que drenen el exceso de imaginitud que almacena mi cerebro. Reproducirlas, pero no a semejanza de las que están almacenadas, eso es imposible. Imágenes nuevas, inesperadas,  fruto de mi proyecto mental y la imperfección de mi lenguaje. Pecado original que origina cosas nuevas e incontrolables. Cuando pensaste que ibas a escribir sobre ella, no tenías en mente estas palabras, este tejido nuevo. Estás fuera de control. Te resignas también.  Te desconectas.