Los
horarios de trabajo, los resabios de la sangre y la injusticia en los que el
país se ha visto envuelto los últimos meses me tenían algo alejado de la
escritura: entre el poco tiempo y el ardor de mi visceralidad consideré
prudente –no sin reconocer cierta indolencia– postergar el regreso al blog para
mejor momento. Ni fue propósito de año nuevo ni estoy justificándome del todo.
Ahora, con más tiempo para decidir qué cosas de las que vivo o pienso puedo
llevar a la escritura sin que vayan acompañadas del discurso incendiario a que
fuerza la política, espero dejar este canal abierto a quienes con cierta
constancia me han venido siguiendo.
Reiniciar,
o retomar el camino son actos de la voluntad sumamente loables para quien tiene
algo claro en mente; para quienes no, el regreso pudiera parecer necedad. En
ambos casos los esfuerzos tendrán sus consecuencias, y son ellas las que forman
nuestro destino. Hoy justamente, en uno de los nuevos cursos que estoy
impartiendo hablé de los novecentistas y su visión de un reinicio para España: para
trascender el lamento por la pérdida y el despertar del letargo que trajeron
los noventayochistas, los jóvenes del 14 se enfrentaron a la titánica tarea de
comenzar de nuevo. Impulsados por la juventud, los elementos de la generación
anterior que aún conservaban la fuerza para no dejarse derrotar por el recuerdo
del desastre se sumaron a sus esfuerzos. No es nuestro caso tan trágico: un mes
sin escribir o publicar no le hacen mal a nadie.
Es
natural que busquemos certezas sobre los resultados, pero el que este espacio
busca no va más de la respiración ordinaria que una mente puede traducir a escritura, respiración que se comparte para
quienes quieren observarla, en el entendido de que solemos aprender sobre
nosotros viéndonos en los demás. De modo que si el resultado es volver a
compartir el aliento semanal o quincenal en una página, bienvenido sea. La
vocación del escritor, aunque necee en serlo, incluye series incontables de
reinicios frente a un conjunto casi siempre reducido de resultados.
Como
sea, contener el aliento no implica que se deban callar la tragedia o la
irritación. En una situación tan desastrosa como la que vivimos sería antiético
mantenerse aparte e ir a encerrarse en la torre de marfil. Esa burbuja en la
que habitan, para esconderse de la responsabilidad, quienes deberían
afrontarla. Pero basta de acusaciones, los reinicios ocurren porque tenemos
esperanza de recuperar algo que hemos perdido, incluso el camino. Cuando el
terreno comienza a perder estabilidad, quien rehace el rumbo percibe como
necesario volver sobre pasos que antes parecían más firmes. Cuando una meta que
veíamos cercana cierra sus caminos, los reinicios suelen ser dolorosos. Una meta
abandonada es más frustrante en función del empeño que hemos puesto en
conseguirla.
El
optimista ve el reinicio como una oportunidad nueva, como
si bastara el aprovechamiento de una sola para un cambio de destino, como si el
tiempo en el que se estuvo errado no contara o nos fuese integrado por alguna
entidad superior. Como contraparte, los reinicios nos dan la ventaja de la
experiencia: si bien nos podemos hallar más debilitados, el temor de cometer
errores que son propios del camino nos pone alerta, y si llegáramos a percibir
que repetimos nuestros pasos, nos detenemos, alentamos el paso, lo apuramos cuando
el recuerdo nos advierte que fue precisamente la dilación la causa de nuestro
yerro. Percibimos indicios que antes no parecían claros y gozamos con la
autocorrección, con la suficiencia moral de la enmienda.
Cuando
en vez de reiniciar reanudamos los cabos, una vaga convicción de llevar el
rumbo adecuado nos da la fuerza. En la pausa verificamos el recorrido y el
itinerario, echamos una ojeada al horizonte, verificamos si conviene seguir.
Porque es mentira que las suertes estén echadas: “ya entrados en gastos”
solemos decir para justificar que nos hemos resignado a lo que viene, a lo que
no se esperaba pero es viable cumplir en las nuevas circunstancias. El camino
puede rehacerse siempre. Incluso cuando la meta está tan cerca que el verla
sólo nos sirve para convencernos de que no era exactamente ahí a donde
queríamos llegar; la experiencia del andar nos ha cambiado y podemos volver la
vista a rumbos más promisorios. Por eso cada reanudación tiene su mucho de
convencimiento. Sólo la Moira puede cortar el hilo de manera definitiva, antes
de ese corte los nudos son insustanciales, incluso marcan los rasgos distintivos
de cada vida.
“Yo soy yo y mi circunstancia” –vuelvo a la
clase del Novecentismo y concuerdo, con Ortega, en que muchas de las pausas que
tomamos en nuestra vida personal nos vienen de las circunstancias de lo social,
de lo que es exterior a nosotros. Los nuevos bríos con que reanudo el curso de
mi escritura me vienen también de fuera: si el sistema se detuvo o dejó de
responder, es porque me hacía falta convencerme de apretar el botón de
reinicio. Envuelto por la circunstancia, la escritura podía volverse grito; el
pensamiento, niebla; el silencio, muerte. Esa que en estos días abunda y parece
querer hundirnos en lamentaciones como puede hundirse un cuerpo bajo tierra,
repleto de semillas, repleto de memoria y esperanza que tardan muchas veces en
brotar.
Y yo vuelvo a reiniciar mis comentarios, y tu entrada me hace querer escribir en mi blog quizá lo haga. Lo que me gustó pensar siguiendo lo que escribes, es que el reinicio es siempre un construir algo, y eso siempre es bueno.
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