martes, 13 de enero de 2015

Botón de reinicio




Los horarios de trabajo, los resabios de la sangre y la injusticia en los que el país se ha visto envuelto los últimos meses me tenían algo alejado de la escritura: entre el poco tiempo y el ardor de mi visceralidad consideré prudente –no sin reconocer cierta indolencia– postergar el regreso al blog para mejor momento. Ni fue propósito de año nuevo ni estoy justificándome del todo. Ahora, con más tiempo para decidir qué cosas de las que vivo o pienso puedo llevar a la escritura sin que vayan acompañadas del discurso incendiario a que fuerza la política, espero dejar este canal abierto a quienes con cierta constancia me han venido siguiendo.
Reiniciar, o retomar el camino son actos de la voluntad sumamente loables para quien tiene algo claro en mente; para quienes no, el regreso pudiera parecer necedad. En ambos casos los esfuerzos tendrán sus consecuencias, y son ellas las que forman nuestro destino. Hoy justamente, en uno de los nuevos cursos que estoy impartiendo hablé de los novecentistas y su visión de un reinicio para España: para trascender el lamento por la pérdida y el despertar del letargo que trajeron los noventayochistas, los jóvenes del 14 se enfrentaron a la titánica tarea de comenzar de nuevo. Impulsados por la juventud, los elementos de la generación anterior que aún conservaban la fuerza para no dejarse derrotar por el recuerdo del desastre se sumaron a sus esfuerzos. No es nuestro caso tan trágico: un mes sin escribir o publicar no le hacen mal a nadie.
     Es natural que busquemos certezas sobre los resultados, pero el que este espacio busca no va más de la respiración ordinaria que una mente puede traducir  a escritura, respiración que se comparte para quienes quieren observarla, en el entendido de que solemos aprender sobre nosotros viéndonos en los demás. De modo que si el resultado es volver a compartir el aliento semanal o quincenal en una página, bienvenido sea. La vocación del escritor, aunque necee en serlo, incluye series incontables de reinicios frente a un conjunto casi siempre reducido de resultados.
       Como sea, contener el aliento no implica que se deban callar la tragedia o la irritación. En una situación tan desastrosa como la que vivimos sería antiético mantenerse aparte e ir a encerrarse en la torre de marfil. Esa burbuja en la que habitan, para esconderse de la responsabilidad, quienes deberían afrontarla. Pero basta de acusaciones, los reinicios ocurren porque tenemos esperanza de recuperar algo que hemos perdido, incluso el camino. Cuando el terreno comienza a perder estabilidad, quien rehace el rumbo percibe como necesario volver sobre pasos que antes parecían más firmes. Cuando una meta que veíamos cercana cierra sus caminos, los reinicios suelen ser dolorosos. Una meta abandonada es más frustrante en función del empeño que hemos puesto en conseguirla. 
     El optimista ve el reinicio como una oportunidad nueva, como si bastara el aprovechamiento de una sola para un cambio de destino, como si el tiempo en el que se estuvo errado no contara o nos fuese integrado por alguna entidad superior. Como contraparte, los reinicios nos dan la ventaja de la experiencia: si bien nos podemos hallar más debilitados, el temor de cometer errores que son propios del camino nos pone alerta, y si llegáramos a percibir que repetimos nuestros pasos, nos detenemos, alentamos el paso, lo apuramos cuando el recuerdo nos advierte que fue precisamente la dilación la causa de nuestro yerro. Percibimos indicios que antes no parecían claros y gozamos con la autocorrección, con la suficiencia moral de la enmienda.
      Cuando en vez de reiniciar reanudamos los cabos, una vaga convicción de llevar el rumbo adecuado nos da la fuerza. En la pausa verificamos el recorrido y el itinerario, echamos una ojeada al horizonte, verificamos si conviene seguir. Porque es mentira que las suertes estén echadas: “ya entrados en gastos” solemos decir para justificar que nos hemos resignado a lo que viene, a lo que no se esperaba pero es viable cumplir en las nuevas circunstancias. El camino puede rehacerse siempre. Incluso cuando la meta está tan cerca que el verla sólo nos sirve para convencernos de que no era exactamente ahí a donde queríamos llegar; la experiencia del andar nos ha cambiado y podemos volver la vista a rumbos más promisorios. Por eso cada reanudación tiene su mucho de convencimiento. Sólo la Moira puede cortar el hilo de manera definitiva, antes de ese corte los nudos son insustanciales, incluso marcan los rasgos distintivos de cada vida.   
       “Yo soy yo y mi circunstancia” –vuelvo a la clase del Novecentismo y concuerdo, con Ortega, en que muchas de las pausas que tomamos en nuestra vida personal nos vienen de las circunstancias de lo social, de lo que es exterior a nosotros. Los nuevos bríos con que reanudo el curso de mi escritura me vienen también de fuera: si el sistema se detuvo o dejó de responder, es porque me hacía falta convencerme de apretar el botón de reinicio. Envuelto por la circunstancia, la escritura podía volverse grito; el pensamiento, niebla; el silencio, muerte. Esa que en estos días abunda y parece querer hundirnos en lamentaciones como puede hundirse un cuerpo bajo tierra, repleto de semillas, repleto de memoria y esperanza que tardan muchas veces en brotar.

1 comentario:

  1. Y yo vuelvo a reiniciar mis comentarios, y tu entrada me hace querer escribir en mi blog quizá lo haga. Lo que me gustó pensar siguiendo lo que escribes, es que el reinicio es siempre un construir algo, y eso siempre es bueno.

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