He estado
regresando a leer este blog no por mi voluntad, sino por ese escaparate
misceláneo que es Facebook –cometí el error o caí en la tentación de volver a
instalarlo en mi teléfono–. Es curioso que al abrir la aplicación se nos
obligue a ver algún recuerdo: fotografías, notas, enlaces compartidos que nos
llevan de regreso a las huellas que hemos dejado sobre la arcilla informática
del servidor. Y es triste, porque esta invitación a recordar y a compartir o
comentar recuerdos desnuda la pobreza de nuestro presente: usamos el pasado
como pretexto para generar información que no tarda en volverse redundante. Nos
repetimos, somos copia y comentario del yo pasado, que no ha muerto pero no ha
avanzado. Es mi caso, al menos.
Estos regresos
para mí son casi siempre un retorno a mi escritura. No me culpo ahora por haber
atosigado a mis contactos con la publicación diaria de las entradas de este
blog, cuyo abandono sería irrisorio seguir lamentando (tres entradas en más de
un año, qué pena). Intento releerme como si fuera otro el que escribió esa
entrada. No es fácil. Me descubro en los gestos y en las frustraciones, e
inmediatamente asimilo la expresión de mi ex–periencia como algo significante.
Si no escribiera tanto sobre mí, tal vez…
Afortunadamente
está también la impresión que causamos sobre los otros. Recuerdo de ese blog el
compromiso, también abandonado –mea culpa– de leer a los demás junto al
gusto de saberme leído. Un único lector tuve acaso, envalentonado tal vez por
su obsesión lectora o impulsado por la amistad.
Pocas cosas han
fortalecido mis lazos amistosos como ese acto recíproco de leerse. Este abandono del escribir ha pasado
la factura del distanciamiento. La amistad se limita de nuevo a los actos
cotidianos, a los encuentros rutinarios de la academia o del trabajo en
conjunto, pero la sensación, quizá ilusoria de sentirse, si no comprendido al
menos escuchado, queda relegada a los recuerdos que la red pone a nuestro
alcance para señalarnos cuánto puede arrinconarnos el silencio.
Releí una de mis
entradas. Citaba un texto de Geney Beltrán: “la elección del escritor novato es
creer”. La escribí un día, como hoy (que son los más del año) en que había
perdido la fe. Me alenté escribiendo e intenté recuperarla, así como hoy me
alienta el recuerdo amistoso de las lecturas recíprocas. Esta falta de práctica
me ha vuelto más escritor novato de lo que era cuando escribí aquella entrada.
Pero acaso mi poética es la del escritor frustrado que lucha contra su
indolencia o las vicisitudes que no le permiten escribir como o cuanto
quisiera. Estancamiento patético que se vuelve pretexto para repetir palabras
en tiempos de retuits y plagios presidenciales. La creatividad anda muy escasa,
se paga mal y es difícil reconocerla. Mucha charlatanería experimental mantiene
ocupadas las prensas.
Si he creído lo
suficiente para no ver a los míos esta tarde, luego se juzgará. Pongo cada palabra
con la cautela del albañil que no sabe si el siguiente ladrillo derribará toda
la barda. Pero el imperativo de fe sigue ahí, en el pasado que la tarea
programada por un servidor vino a hacerme presente.
Da gusto una nueva patidifusada, los ladrillos siguen ahí, esos edificios ya están, falta ver esa ciudad que hoy tiene al patidifuso, difuso. Abrazos, me gusta el tono de génesis, de barro de tu entrada, total, no pasamos de ser aprendices de albañil. Abrazos
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