El
viaje es una burbuja que has de reventar en algún momento. Cede a la presión
del cuerpo que empuja en su camino de vuelta al medio familiar, sus aguas
necesarias, su heredad. El irremediable desorden del sueño, levantarse a
escribir. Optar todavía por el papel para dejar a la fiel computadora, que no
pude llevar conmigo, habituarse de vuelta a mi presencia, para mantener un
ritmo en la prosa que el propio viaje me impuso: su agitación, su respirar
forzado de pez fuera del agua que se niega a saberse anfibio.
Los
oídos aturdidos de tanto repentino español: en la sala del último vuelo, en la
fila de asientos del avión; acentos de Chihuahua y de la capital, mi capital.
Un español que pasa a ser la regla y no la alegre excepción que en la soledad
de las mesas extranjeras te impulsaba al saludo, al abrazo --¿Habla español?
¿De dónde es?—que terminabas reprimiendo por el siempre ridículo temor al
ridículo. Los oídos aturdidos de tanto español. Hasta hace unas horas seguían
habituados al silencio de las lenguas comprendidas a medias. Silencio o ruido
de fondo que sólo exigía atención cuando te hablaban los meseros, las
recepcionistas, los dependientes de las tiendas, los letreros de las calles y
museos. De pronto te llaman por todas partes, y no, sientes que son para
ti todos los mensajes sólo porque lo comprendes todo, sin ningún esfuerzo.
Habrá que reaprender a filtrar para no enloquecer.
Despertar
en mi cama y creerse en un hotel, siendo el otro, el de allá; entreabrir los ojos
y sorprenderte de la cantidad de objetos que te rodean, tantos libros, sombras
de prendas colgadas, la pantalla de la fiel computadora y televisión reflejando
el poco de luz callejera. Estás bocabajo y quieres levantarte un poco. Los
músculos están entumidos. Los encorajas en inglés y esta es la traducción que
te viene a la cabeza ahora que escribes, al impulsarte pensabas en inglés, pues
no sabías bien todavía dónde estaba tu cuerpo, to encourage.
Tensas
los tríceps y el abdomen. Una pequeña plancha. Se te revuelve el estómago,
¿pastor y Negra Modelo? Un eructo breve lo confirma. Estás en casa. Reconoces
las siluetas de las cosas alrededor. No es el limpio vacío de las habitaciones
temporales sino la forma y sustancia de una vida que estabas empezando a
olvidar. Un desodorante en espray te insiste en francés a quedarte dentro de la
burbuja. Lo haces a un lado para darle espacio a la libreta y notas que también
está en inglés. Lo quitas de enfrente, –yo escribo en español– piensas, tal vez
lo dices en voz alta mientras tomas el lápiz. Apartas la cangurera para que no
estorbe los trazos. Un tintineo de monedas forasteras que pronto serán un
souvenir, porque era ridículo cambiarlas en el aeropuerto donde quisiste pagar
un agua con ellas y la dependienta se las quedó viendo antes de decirte en
español que despertaras, que eso no valía, y luego sacabas, por primera vez en
más de un mes, un billete mexicano. Benito Juárez sin despeinarse vale poco más
que un loonie. Estos billetes sí que
caben en tu cartera.
Te
levantas por agua. No más botellas, tomas un vaso de la alacena y te sirves de
la horrible jarra de plástico que pronto tendrás que tirar. Estás en casa y
deberías sentirte aliviado, pero sueles ser un viajero liviano y ahora sientes
el peso de todas las cosas que se quedaron aquí abrumarte de nuevo. De momento
les cierras la puerta al volver a la recámara. Ya te ocuparás de ellas. Abres
de nuevo la libreta, empuñas el lápiz. Tres páginas se llenan de un tirón.
También el español tropieza un poco, pero no se paraliza. Empiezas a sentirte
en casa. La cama te pide volver.
Sólo algo podría gustarme más que el texto: los tríceps y el abdomen de quien escribe, cuanto más si están reposando en una cama.
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