viernes, 14 de marzo de 2014

Hados de febrero



Sé que es algo tarde y que a mediados de marzo no debería escribirse sobre febrero sin que parezca el reporte mensual de actividades de alguna dependencia burocrática. Pero hace varios días que me traía en la punta de los dedos esta especie de celebración doble de hondo significado para mí.
Alfonso Reyes es uno de los escritores a quienes debo mi inclinación por la literatura. Sin la Palinodia del polvo que leí en la preparatoria nunca hubiera sabido lo que un ensayo puede llegar a ser y el tono poético que puede encerrar. Más adelante me fui adentrando en su lectura y cuando fue el momento, poco después, entendí el peso que los hechos del 9 de febrero de 1913  tuvieron para su destino. La tragedia personal, la familiar, la nacional incluso, alcanzan en su Oración del 9 de febrero una dimensión cosmogónica. Por los años de mis primeras lecturas de Reyes mi padre todavía vivía y mi relación con él era lo bastante áspera como para asociarlo con uno de mis escritores preferidos.
Mis trabajos de la licenciatura adolecieron de reyismo: algo en el estilo, en mis intentos fallidos de ligar una idea con otra por asociación libre (que me valieron varios comentarios negativos de los profesores), algo incluso en el tono, así como mi gusto creciente por los ensayos me llevaron a sentirme émulo suyo. Poco tiempo pasaría para darme cuenta del alcance monstruoso de su obra y de mi insignificancia, con suerte sería un admirador bastante lego.
Para quienes están por enterarse, el 9 de febrero de 1913, en la llamada “Decena trágica”, Francisco I. Madero fue asesinado sangrientamente junto con algunos de sus hombres leales, entre quienes figuraba el general Bernardo Reyes, padre del escritor. La conmoción de estos hechos marcó el rumbo del hijo, quien se autoexilió en varios países con misiones diplomáticas. Es complicado e incluso arbitrario separar al hombre de su obra, la muerte del general fue un motor en la obra de Reyes, que salvo en algunos textos personales y muy sentidos como la Oración parece evadir la cuestión que hay de fondo, sus ensayos sobre México y América están desprovistos de resentimiento, algunos hasta pintan un destino prometedor.
Sin embargo, no hay evasión en su actitud, al contrario: con 24 años de edad, el joven Reyes pareció entender que la muerte de su padre era parte de un proceso histórico necesario para los países jóvenes. Con la distancia deseable en un escritor profesional, supo aislar su tragedia en el cajón de lo privado y escribir para un público mexicano ansioso de pautas para reconstruir el país que la Revolución estaba formando. La Oración del 9 de febrero es un texto póstumo, quizá Reyes no lo haya querido dar a conocer y contiene esta confesión que revela la importancia de la figura paterna para el escritor:
“Aquí morí yo y volví a nacer, y el que quiera saber quién soy que lo pregunte a los hados de Febrero. Todo lo que salga de mí, en bien o en mal, será imputable a ese amargo día”.
A los mismo “hados de Febrero” se les puede imputar este texto; hados patrióticos y fatales como cuanto tiene que ver con esta patria. El 24 de febrero de hace 8 años fue el último cumpleaños de mi padre.  No era un Bernardo Reyes, como no soy ni seré un Alfonso, pero bajo su sombra y su guía, atenta a las cuestiones del espíritu –quizás a falta de las materiales– elegí esta profesión y me he formado como literato en un mundo que él señalaba lleno de complicaciones. Era una guía contradictoria: una parte me enseñó a querer los libros, me rodeó de ellos y la otra no quería que me dedicara a ellos, el mundo era demasiado rudo para abrirse paso a golpe de frases. El desafío de mi juventud fue resolver la contradicción y responsabilizarme de mi elección. Apenas llevaba unos semestres en la licenciatura (ya leía a Reyes) cuando mi padre comenzó su peregrinaje por los hospitales de la capital. Tendría 58 años ahora, tal vez unas cuantas humildes satisfacciones que no podría más que ver a la distancia. Semejante pasividad no podría ser de su gusto, por ello decidió irse un 4 de diciembre. Las fechas son arbitrarias: la Oración del 9 de febrero se empezó a escribir en esa fecha y se terminó el 20 de agosto de 1930, son todos los cuidados que requiere la escritura de un texto como ése. Más humilde, el mío empieza y acaba este 11 de marzo, cuando el peso tardío de los hados de febrero me recuerda la orfandad paterna que también padecen los ídolos, sensibles e inexorablemente mortales, como todos.

1 comentario:

  1. Tú Telémaco buscando patrias y tienes dos. Creo que debes de agradecer por partida doble a tu padre y a Reyes, pues el primero te metió el gusto por la escritura y el otro te dio maneras de volcar tus pensamientos; tanto es así, que ahora has levantado una estructura amorosa que sin importar las fechas celebran tus pasadas, presentes y futuras patrias.

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