La
estación lluviosa se empareja con la sequía de las ideas. Es un verano nublado
que drena cada tarde la luz y la voluntad. Caen lentos los dedos sobre el
teclado, apenas impulsados por una vaga inquietud de cumplir el oficio. Los
días se despejan de los deberes y contagian al espíritu una calma ociosa, una
abulia de respiración profunda y todavía agitada, como la que sucede a un
esfuerzo físico desgastante. En la ciudad se habla de robos y detenciones, de
atropellados y prohibiciones. La injusticia es una máquina sin freno. Los
pájaros siguen gorjeando, pese a todo, son meramente escenográficos.
La
abulia y la facilidad de la tecnología orillan a buscar los lugares queridos.
Echo de menos las líneas diarias de Muñoz Molina en el aparador virtual de la
red. Entro a la página y descubro un título: Hasta pronto. Comienza con unas líneas sobre las zonas de dulzura
en la vida española, pero cierra con una despedida. Pensando en el verano, en
la abulia, en el necesario descanso, viene a la mente la idea de unas
vacaciones. Los escritores que admiramos también cargan sus huesos y su carne.
Pero no, se trata de una despedida a mayor plazo, consecuencia de lo que genera el pensamiento
y la forma como las ideas son recibidas por la comunidad:
El
enconamiento español no sería tan triste si no fuera tan estéril, tan inútil,
cuando hay tantas cosas imprescindibles que hacer; tanto que cambiar para
mejor, tanto que haría falta corregir con urgencia […] En
todas las peleas furiosas, extenuadoras de tan repetidas, jamás se discute de
nada que sea de verdad importante. Qué tristeza. Me pregunto quién sale ganando
en toda esta confusión. En cualquier caso, yo prefiero no seguir contribuyendo
a ella.
Se
cierra un espacio de expresión que cada día nos revelaba un horizonte distinto,
un punto de vista sobre el mundo que no necesariamente había de ser compartido
por todos, aunque estuviera ahí para todos. Porque el autor no está exento de
la vida pública y en el espacio democrático de la red, tiene el derecho,
ciudadano del mundo, a hacernos partícipes de él. La injusticia es una máquina
sin freno. Mi posición al otro lado del Atlántico neutraliza mi opinión
política y me abre al goce de lo importante: el autor es un hombre como yo, y
en cada página podía asistir a su experiencia, que en algún momento podría
apropiarme, ciudadano yo del mismo mundo y susceptible de las mismas emociones
y descubrimientos.
A
la vida y al enconamiento “español” yo les quitaría el adjetivo. La red es un
aparador global. Recientemente me enfrasqué en una discusión con una activista
peruana del feminismo musulmán. Mi afán por conocer otra cultura y otro modo de
pensar toparon con la frontera del odio, el resentimiento y la cerrazón. Admito
la legitimidad de la lucha y como parte del género masculino, nacido en un
mundo occidentalizado, admito también mi responsabilidad. No “cuestiono mis
privilegios”, como pide la interlocutora, porque nunca los he concebido como
tales. En la lucha diaria, sufro también injusticias, violencia y opresión. Pero
la propia injusticia es injusta: lo que yo sufro, alguien lo sufre peor que yo.
Quien se subleva para defender su integridad y la de su gente es apresado por
la Justicia; quien defiende su género y su cultura es criticado por alzar la
voz. Pide espacios autónomos y un respetuoso silencio, pero lo pide a gritos y
por la fuerza, no abriendo un diálogo sino imponiéndolo. Las críticas y los
cuestionamientos se responden con descalificaciones y tapabocas. No importa
llegar al acuerdo sino ganar la batalla, expulsar al enemigo de la ciudad.
Cuando
uno se acerca a mirar y dice lo que ve, sale apedreado, confundido. Muñoz
Molina dice alejarse para no contribuir a la confusión. Me parece a mí que es
precisamente confusión lo que hace falta en esos nichos de verdades absolutas. La
locución española “que Dios confunda” pide merced por quienes hacen mal para
que no sean juzgados como merecen. Pero es una petición injusta, pues supone
que quien no merece el castigo lo recibirá por confusión divina. La injusticia
es una máquina sin freno. Yo emplearía la frase para pedir que Dios confunda un
poco a quienes están demasiado seguros de sus verdades, a quienes las esgrimen
como lanzas y las levantan como puños. De la confusión nace la duda que
engendra a la pregunta de donde nace el diálogo donde surge la escucha que hace brotar la
tolerancia que hace posible la democracia que da pie al relativismo que caracteriza
a la Posmodernidad que hace posible el nihilismo que nos sumerge en el vacío
que aprovecha el Mercado para moldear esclavos.
Confundidos
todos, las voces que –con o sin razón– nos dejaban algo cada vez que se
levantan optan ahora por guardar silencio. Las que gritan siguen encerrándose
en sus murallas y erigiendo dictaduras. Las democracias hacen torres de Babel
que Dios confunde y terminan por derrumbarse.
La
estación lluviosa se empareja con la sequía de las ideas. Es un verano nublado
que drena cada tarde la luz y la voluntad. Los pájaros siguen gorjeando, pese a
todo, como la injusticia.
Yo que vivo confundido y me sales con esto yo que quería terminar con mi confusión, ahora no sé sí está bien o mal quererlo. Ah del mundo, nadie me responde y con la lluvia menos, y sin voluntad para quere tocar más fuerte, para imponer un verdadero diálogo, caray, pero Patidifuso es más fácil gritar que entender razones, y sí el otro no entiende de... Mejor, como Muñoz Molina, alejarse, no sé...
ResponderEliminar