miércoles, 11 de octubre de 2017

Reflexión de movilidad a título estrictamente personal


Estoy convencido de que la bici es el modo más cómodo y eficiente para moverse por la ciudad en distancias cortas, dadas las condiciones del tránsito y del transporte público. Y sé, como muchos ciclistas y sobre todo como todos los que no se han atrevido a serlo, de los riesgos inherentes a este modo de transportarse. Realmente no sé cuánto tiempo tengo moviéndome así en la ciudad. Serán entre 4 y 5 años. Nunca he tenido un accidente, pero sí experiencias ásperas con otros usuarios de la vía, que han sido automovilistas en el 100% de los casos.

Dos de ellos han derivado en violencia: en el primero “gané” y en el segundo “perdí”. Para los más racionales, sonará absurdo cómo lo juzgo, y después de reflexionarlo a mí también me parece así. Pero lo común es ver el asunto como una batalla en la que se pierde o se gana.  

Primer caso: Circulaba una mañana por División del Norte en el carril confinado del trolebús –el gobierno lleva años prometiendo su acondicionamiento para compartirlo con ciclistas– cuando sentí un golpe en el manubrio por el lado izquierdo. Sin pitar, sin decir agua va ni calcular la distancia adecuadamente, un Godínez cualquiera, en un carro bastante jodido, había entrado al confinado para rebasarme y adelantar a los otros autos que circulaban adecuadamente por sus carriles. Mi reacción: Sacar el candado y pedalear a todo tras el infractor. No sé cómo lo juzguen pero por accidental que haya sido el golpe que recibí (no me hizo ningún daño ni me hizo perder el equilibrio), yo lo considero una agresión: una cosa es tener prisa y querer ir rápido y la otra es dejársele ir al ciclista o al peatón con la ventaja cobarde de casi una tonelada de acero. Lo alcancé entre el inevitable tráfico y con el candado le rompí el espejo con que me había golpeado. El tipo se veía asustado y sabía que había actuado mal. No hizo nada, ni tampoco hubiera podido hacer mucho. Era perseguirme o checar a tiempo para evitar el descuento, supongo. “Gané”.

Segundo caso: Salgo al anochecer de Ciudad Universitaria con un tráfico infernal. En la entrada principal de CU se aglomeran los autos que intentan incorporarse a Av. Universidad. Circulo por la extrema derecha en la que casi siempre hay un resquicio para avanzar. Dos automóviles intentan, con el semáforo en rojo, incorporarse a la avenida, pero tienen un autobús enfrente. Intento pasar entre ambos y el autobús, pero el segundo auto se pega demasiado a él y me cierra el paso. Quedo atrapado entre el primer auto y el autobús. Bajo el pie del pedal y espero. El autobús se había movido un poco cuando siento que algo me empuja y, con todo y mi pie en el suelo, casi pierdo el equilibrio. Volteo y veo al conductor del primer auto hacer movimientos con la mano, como queriendo decir que me fijara. La realidad es que yo estaba ya enfrente de él y no tenía por qué fijarme en nada. Una de dos: o él vio que se movió el autobús y por estar mirando a otro lado no percibió que yo seguía ahí, o decidió que yo era un buen pretexto para descargar su frustración. Mi reacción: Creer que no me había visto y como tampoco me había hecho daño, en cuanto vi oportunidad de avanzar, lo hice PERO, al voltear de nuevo, vi que el conductor se reía. Mi conclusión: "el tipo me agredió intencionalmente". Pero yo ya había avanzado y no sé si fue miedo, confusión o prudencia, el caso es que no regresé a enfrentar la situación. “Perdí”. 

Ahora recuerdo que he tenido otras experiencias quizá más violentas, pero no han quedado más que en intercambio de palabras, señas o pitazos. En estos dos, el contacto físico de vehículo a vehículo, tomando en cuenta mi vulnerabilidad en la bici, me parecen más relevantes, pues considero que se trata de agresiones y no de incidentes de tránsito.   

Ahora sí, la reflexión

La verdad es que no me siento orgullo de mi “victoria” y mucho menos de mi “derrota”. Me parece que en casos como estos, dependiendo de nuestro talante, habrá que evitar caer en el juego de la violencia. También soy automovilista y conozco los niveles de histeria y ansiedad que provoca el tráfico. Moverme en bici ha sido la mejor terapia. Pero no caer en el juego de la violencia no implica que dejemos pasar la situación sin enfrentarla, porque así el cochista (y ahora sí uso este término despectivo) nunca entenderá que la calle no es suya y que no tiene ningún derecho a atentar o poner en peligro, por ligero que éste parezca, nuestra integridad. Y no sólo como ciclistas, sino también como peatones e incluso como motociclistas, que también son más vulnerables (aunque también hay casos de cuidado).

No sé qué tan capaz sea yo mismo de hacer esto, pero creo que lo ideal es, primero, tomar un respiro hondo y evaluar la situación: estar bien ya es mucha ganancia. Lo segundo, ir a encarar, de la forma más serena y respetuosa posible al agresor y preguntar si tuvo alguna razón para actuar como lo hizo. SPOILER: Nos va a insultar, se va a hacer pendejo, nos va a gritar o intentará agredirnos físicamente. La idea es no caer en su juego pero mantenernos firmes y hacerles ver que no se puede andar haciendo eso y desde luego, tener lista la adrenalina para huir o luchar o pedir ayuda a la mínima señal de una segunda agresión física.    
Desde luego nuestro criterio juega un papel importante y tenemos que evaluar bien la situación, porque habrá casos en los que acercarse aumentará el peligro. Pero si consideramos que es manejable, enfrentar ese peligro se vuelve parte de la batalla que libramos diariamente por el uso del espacio público. 

Eso en cuanto a los usuarios vulnerables de la vía. En lo tocante a las políticas de movilidad hay mucho por hacer, empezando por la obligatoriedad de un examen teórico y práctico a todos los conductores de automotores, y la revocación de las licencias de quienes no aprueben. Porque más allá de las agresiones que referí, en mi experiencia como ciclista (y también como automovilista) creo que los conductores más peligrosos son los inexpertos y los distraídos. Los gandallas hasta cierto punto le miden mejor, el problema es que cuando les falla, matan. Pero los torpes y distraídos son demasiados y la cantidad los hace peligrosos: adolescentes inexpertos o inconscientes, mamás-minivan que para todo se les hace tarde, repartidores en moto y camioneta compacta, y ancianos que deberían ser evaluados cada año y revocadas sus licencias en cuanto se verifique que su conducción ya es torpe y deficiente. La infraestructura también es importante, pero es harina de otro costal y me he extendido demasiado.  

Como siempre, los bici-haters alegarán que nos subimos a las banquetas, que vamos en sentido contrario… Sí, hay muchos ciclistas torpes, maleducados e imprudentes. Pero ninguno de esos ha matado a nadie, y sólo en los casos más extremos habrá provocado lesiones -lo que de ningún modo justifica su comportamiento-.  El verdadero peligro ni siquiera son los autos, sino algunos conductores llevados por la histeria que provoca conducirlos.
 

1 comentario:

  1. Me recordaste a "Los supercívicos" Y no sabía lo de la cadena y los espejos. Saludos, buena entrada.

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