La imagino temblando y sigilosa. Reventada de
cansancio y harta de su voz. A veces el entusiasmo en los pómulos de él la
iluminaba tanto como los recuerdos infantiles o los más recientes: niños suyos,
el parpadeo de las luces en sus pómulos sonrientes, el entusiasmo, el árbol,
las cartas en los zapatos boleados. Pero su voz... las horas de andar, los ojos en la busca.
Nos hemos portado bien y mal. A veces lo admitimos,
a veces sólo crecemos.
Magia para una mañana de muchos eneros, incontables,
desdibujados. Él se ha ido. Hay que reconocerle las actuaciones anuales, las
compras acertadas que aparecían junto a los zapatos cuando el deseo escrito en
la carta era inconseguible, o incosteable, casi siempre. La actuación:
sorpresa, curiosidad, alegría desmañanada y desvelada.
Magia. Ella la ejerce aún en las cocinadas veloces,
en el reflorecer de la casa, en la adivinación de nuestros gustos. Porque al crecer
partimos y ya no boleamos zapatos. No escribimos cartas y no siempre sabemos
bien lo que deseamos. Leemos cosas y cursamos posgrados, nos volvemos difíciles
de complacer. Siempre lo fuimos, pero ya no aventamos los juguetes despreciados
a otro sillón ni fruncimos las cejas. Nos basta callar y torcer la boca. La
magia negra y distante del silencio.
Habíamos crecido tanto cuando él se fue… Magia inútil,
diluida cada enero en el ritual de partir la rosca en casa. Ausencias,
compromisos; adultez, practicidad. Chocolate amargo: lo dulce es todo lo que ya
no somos.
Todas sus lecturas, sus posgrados y sus gustos exigentes
no valían la mínima parte de la felicidad que a ella le provocaba la llegada de
los Reyes Magos.
(Ella era los Reyes Magos)
No siempre sabemos bien lo que deseamos. A veces
encontramos cosas, gente. Gente sigilosa que tiembla sin amargarse. Ha crecido al
punto de seguir boleando zapatos y escribiendo cartas con letra redonda. Me
pregunto si esa gente sabe bien lo que desea, si los adultos existen, si la
clave de la felicidad de enero y del resto del año consiste en asumir la identidad
de los Reyes para que la magia vuelva hacia nosotros con el entusiasmo en los
pómulos que nos hacía brincar de la cama una mañana al año.
Que los adultos no existen, que son una construcción
social. Que la felicidad no existe, que es un tópico publicitario. Epifanías.
Los Reyes Magos… ¿existen? ¿El recuerdo basta? ¿Podemos sustituirlos sin haber
niños en casa?... Si el recuerdo basta, habrá siempre un niño en casa. ¿Habrá
quien prefiera la existencia de los adultos a la de los Reyes Magos? Una casa
llena de niños, ¿no es la felicidad?
El chocolate se endulza. La rosca memoriosa esconde
al niño. Epifanía: nos sabe otra vez el mundo.
¡Aleluya, aleluya!
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