Difícil decir si es insoportable; difícil también no
caer en el cliché de un título tan revolcado que aun ha llegado al lenguaje de
las calles, al de los periódicos, e incluso al de este blog; difícil entender
que las cosas pueden caer por su propio peso o huir flotando por su propia
levedad. Aquí el problema eres tú, Melany, tú y la forma tan impredecible que
tienes de ir y venir de ese más allá que es el ciberespacio.
Sólo hasta que te conocí empecé a
creer en que había un mundo virtual acá adentro y que las palabras entre dos
seres que no se han visto nunca, de una máquina a otra a través de una sala de chat, podían conmover y arrastrar tantas
insospechables consecuencias.
Te presentas como Cristina, sin
fotografías, sin invitaciones carnívoras ni propuestas de negocios
prometedores: "me llamo tal, me gustaría aprender Lengua Española,
etc". Una tomada de pelo -pensé. Por
no seguir abrigando la duda, te obligué a confesar de dónde habías sacado la
poca información que tenías de mí. Me pareció interesante que se la robaras a
una de mis alumnas, que ahora es sólo una borrosa silueta en el pasado. Nos
"enamoramos" a la segunda conversación y quedé convencido de que algo
en la red la hacía una muy eficaz generadora de satisfactores para solitarios online, como yo. Pero seguiste
apareciendo y tu existencia más allá de la red se hacía cada vez más probable.
Aparecieron datos concretos:
Coyoacán, un canal de televisión, el nombre de un programa y de un
compañero de trabajo; pero parecía demasiado que, al apagarse el monitor, este
mundo donde las cosas se tocan y respiran pudiera albergar algo así, como lo que
decías ser y yo me negaba a creer a pesar de la coherencia de tu discurso,
porque ¿cuántas chicas, aprovechando el anonimato de lo virtual, podrían
hacerse pasar por actrices o artistas y modelos para obtener alguna cita con
cualquiera y concretar así el doble fraude de lo virtual y lo real? Pero tú
estabas ahí, contándome problemas cotidianos sin alardear de nada, sin segundas
o terceras intenciones. Que el director era un genio, que la escena no sé qué,
que nos vamos a España, que estuve grabando en Chiapas, que el maldito trabajo
me tiene presa y tú eres mi único escape y que no he podido verte. Cero
provocaciones, cero ventas, sólo hablar y buscar salidas a una soledad y un
abrumamiento por un trabajo que, eso sí, te fascina.
Grabaciones en el Ajusco a las
cuatro de la mañana, las estúpidas discusiones de los compañeros, la exigencia
del juvenil genio de tu director, la intención de comprar un edificio para
vivir de tus rentas... terminaste por encarnarte en las diminutas fotografías
de tu perfil e incluso por ilusionarme un poco: “¿a quién le importa si nunca
llego a verla, o mucho menos a tocarla? Saber que el mundo alberga alguien así,
lo vuelve menos insoportable” -me decía.
Más valedero.
En el ciberespacio cada quien se
deforma a su gusto, se coloca los atributos deseables y se convierte en su
"yo" imaginario, en el ideal. Pero dice muy bien Barthes que el amor
es un discurso, y fragmentario, además. Es lo que tenemos, lo que podemos
presumir como nuestro en un mundo donde las palabras no valen nada porque son “sólo
palabras” (que Lucero lo diga ya le da el estatuto de verdad universal). Para
mí, que hago el enorme esfuerzo por escribir estas líneas, cada palabra debe
tener el peso preciso para que la burbuja del texto no se hunda en la bañera o
salga volando por la ventana, y la pureza de nuestro lenguaje, Melany, es tal
que no nos conocemos la voz ni los gestos o miradas.
Entre realidad y virtualidad elijo
el código que nos vincula. Sería una elección como la de vivir la vida de carne
o la que vivo en los libros: una verdadera obviedad, pues no hay como aceptar
el pacto de las mundos inventados y la fe de lo que se dice para ampliar el verdadero.
Acceder al afecto maquinal de tus palabras abrió una puerta muy a lo Huxley, a
lo Morrison si quieres. Por eso me gustas más Melany que Cristina, más
imaginaria e indefinida que delineada y tangible.
Calvino
propone la levedad entre las virtudes necesarias para el nuevo milenio. Lo dice
para los escritores, y temo estar poniéndome bastante pesado. Entre la levedad
de los bits que intercambiamos y el peso de un cuerpo que se herrumbra y
acelera su marcha al cementerio, me quedo con el incesante teclear de frases
que me construyen un engaño irremediablemente evasivo e impredecible al que hoy
añado estas palabras de amorosa pero
ficticia sinceridad.
Me siento un intruso leyendo esto. Como si estuviera leyendo una carta que no es para mí. O estuviera en un café internet mirando por encima del hombro de esa Melany.
ResponderEliminarDigo, no eres tú patidifuso, pero estar detrás de ti o de Melany, digo, la respuesta es lógica; además, le das un muy buen peso con tus palabras, así la imagino sin mucho esfuerzo, aunque con otras palabras -algunas nada más- y otro rostro que va más con mis furores.
Es cierto que al "conectarnos" tomamos la máscara que mejor nos conviene con todos los que nos relacionamos en este mundo, al fin tú lo dijiste, nos distorsionamos a nuestro gusto, colocamos los atributos y creamos un avatar para montar este poderosísimo y vasto mundo irreal, al fin y al cabo tenemos el cálido y reconfortante sentir del anonimato.
ResponderEliminarRealidades difusas. Aunque la diferencia es clara: Cierto que cada quién realiza el perfil que meor le acomoda, sin embargo, esta persona no intentó impresionar a nadie, no intentó obtener beneficio. La timidez intrínseca de la pobre y humilde mujer se transformó en seguridad al charlar con ese hombre en linea. Ten por seguro que siempre te estará agradecida por haberle dado tu hombro para llorar, sin algún interés.
ResponderEliminarMuchas gracias, José. Sabes bien lo que siento.
M.