Monterroso
ha dicho -y de qué manera- que hay tres temas: el amor, la muerte y las moscas.
Estaba por darle la razón cuando un ligero escozor sobre mi pierna desnuda (en
estas veraniegas tardes de ventilador y cerveza siempre ando de shorts) me hizo
cuestionar esa tercera categoría. Vamos a ver: Monterroso, guatemalteco perseguido
por dinosaurios omnipresentes, y familiarizado con todo el bestiario de nuestra
tropical Centroamérica, no pudo pasar por alto a esos seres, unas veces reales
y otras imaginarios, que nos pasean su zumbido entre la vigilia y el sueño, el
cual difícilmente podemos consumar; al día siguiente nos descubrimos enronchados,
rascándonos brazos, piernas y barriga, maldiciendo además por la ventana que se
ha quedado abierta toda la noche.
A
los mosquitos nos les hizo justicia Monterroso si es que los consignó al
insultante cajón de las moscas, porque si, según él, ellas podrían transportar nuestras
almas, los mosquitos se llevan nuestra sangre con todo el sacrificio que debe
implicar aumentar varias veces de peso; son la contraparte material del
transporte espiritual de la mosca.
Yo he descubierto la ambición de las moscas en su forma de
frotarse las manos y ensalivarse el pelo de la cabeza; en los mosquitos, el
tímido movimiento de una pata parece demasiado atrevimiento. Subestimamos de
tal forma su pequeñez, que lo hemos condenado para siempre con el diminutivo
que lo nombra, y le hemos creado un complejo de inferioridad por su humilde
trabajo de mensajero entre sanos y enfermos. A estas alturas deberíamos ya
reconocerle su peligrosidad: del dengue y la malaria que tan servicialmente nos
transmiten han muerto, siguen muriendo y habrán de morir millones de personas
en el diablo mundo; muertes, por si fuera poco, muy cuestionables éticamente, pues
tales muertos de ningún modo tienen relación con los nombres de la revista Forbes
o las secciones sociales de cualquier periódico. No, el mosquito, o no tiene
sentido de la justicia social, o está al servicio de muy sospechosistas
intereses.
La mosca podrá defenderse con su velocidad, pero una vez
bien ubicada es presa fácil; carece en toda medida del poder copperfieldiano
con que el mosquito aparece en la más sana de nuestras venas, despegando el
vuelo con su preciosa carga de rubí.
Pero en términos literarios todo es cuestión de canon y
reivindicaciones: si para Monterroso, experto en dinosaurios, ovejas, monos y
grillos, la mosca es uno de los grandes temas merecedores de antologías,
estudios críticos y preceptivas literarias, también quiero reconocer el acierto
de un grupo musical de cuyo nombre no
quiero ni puedo ni me interesa acordarme, porque es de esos que
viven más o menos lo mismo que los mosquitos, el cual señalaba que
pican con gran
disimulo:
unos pican en la cara
y otros pican en el …
Cu…ando fui a corroborar la información, el buscador arrojó
el ya conocido pero un tanto olvidado dato de que Jim Morrison, en uno de esos
inspiradores momentos de creación más bien dionisiaca que lo caracterizan, arrebatado
como rey lagarto en un trance de muy etílica debilidad, pidió clemencia al más
injustamente tratado de los zumbadores de nuestra fauna alada: No me moleste mosquito, why don’t you go
home?
Seguirá en pie el debate de la tradición literaria culta y la
popular, parirán los montes, Monterroso seguirá diciendo que por si las moscas…
Yo, por no tener mejor remedio, aguzo la vista, cierro la ventana y empiezo a
cazar zumbidos con las palmas listas.
Esta entrada me molesta, me lastima, porque me acuerdo de los 22 piquetes que recibí en las manos en tu departamento ¬¬. Todo por tener las palmas anestesiadas. Pero es bueno conocer a un nuevo Juan de Arjona con esta novísima -jajaja, parezco crítico pedante- "loor a los moscas" Ahora las veré con más respeto, pero sobre todo cuidado. Saludos.
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