Lo alcanzable: una
pieza de Dizzie Gellispie interpretada por dos guitarristas forasteros, la
mejor vista de la Alhambra a la puesta del sol, con una bandera portuguesa
ondeando en lo alto de la torre que asoma a la ciudad. Es 25 de abril. Tal vez
en una muestra de fraternidad, los españoles han colocado este pendón como un
clavel que emerge entre la arena. Alcanzables también las decenas de turistas
que se toman fotografías y abren sus ojos y bocas en oes unánimes.
Lo inalcanzable: la
intocada blancura de Sierra Nevada, las nubes grises que la tornasolan,
haciéndola ver rosada como un sueño irrepetible, las lejanas turbinas en las
montañas de Algeciras y el vuelo de los vencejos.
Nunca he tocado la
nieve. No sé lo que será caminar entra la blancura inviolada y profanarla; no
sé si mis plantas serían dignas de algo así: acceder a las nieves eternas no ha
de ser menos que acceder a la eternidad misma.
Lucen también
inalcanzables las chicas granadinas que golpean el aire con sus palabras, las
turistas europeas que tensan la atmósfera con su ofensiva belleza de cabellos
rubios y piernas largas; incluso las calles de la ciudad parecen sólo
alcanzables mediante el vuelo o el salto mortal. Aunque mis pies se plantan
sobre estos empedrados, aunque escucho sus hostias
hiriendo mis oídos y mis hombros vibran con el zumbido de sus lenguas
inextricables, mi mirada no deja de posarse en lo inalcanzable. Podrá decirse
que soy un soñador, un inspirado, un cursi –yo
mismo lo he pensado algunas veces– que no sé vivir la vida desde la
altura justa, al ras de mis verdaderas dimensiones, que siempre estoy en las
nubes. Pero esto ya se ha dicho tantas veces: ¿qué sería de la vida sin las
nubes y sin las cimas y sin los atardeceres en el mirador de San Nicolás?
Sitios como éstos, los
miradores, son puntos de unión. Para el turista bastará con tomar una buena
muestra fotográfica: aparecer en cuadro con todos sus felices acompañantes y el
paisaje al fondo, un pasaje más para la colección de cromos de la vida en
tránsito, la vida ligada a la vida, pisar todos los sitios posibles de la
Tierra, vivir de prisa e irse pronto, porque faltan más lugares por tocar. Pero
en los miradores lo inalcanzable nos engaña con una accesibilidad y una
tangibilidad que va más allá del “take a picture, right here” porque puede
sentirse la absorción de su infinitud, no en los poros ni en los átomos mismos
de la carne, sino en la esencia más profunda de lo que somos, lo inalcanzable
dentro de nosotros mismos, tal vez las “medulas” que decía Quevedo, quien viene
mucho a cuento en plena España, en la cumbre granadina, en el terreno y
pisotado mirador de San Nicolás.
Los turistas pasan, se
retratan y bajan lentamente las escalinatas profiriendo quejas sobre el camino
y limitando sus palabras a “belleza”, “preciosidad”, “lovely”… Los entiendo: el
vocabulario, los recursos del hombre para establecer contacto con lo
inalcanzable son insuficientes, ridículos tal vez; hace falta paciencia,
permanecer hasta que el sol acabe de caer y la noche nos cubra junto con el
paisaje para obtener la integridad del momento único y hacernos partícipes de
él; intentarlo al menos lo alcanzable de las experiencias inalcanzables.
Comienzan a despertar
los faroles en Granada, los bares comienzan a llenarse de gente, de choques de
cañas, de sonrisas y afables camareros; el camino de vuelta se alumbra para mí.
Es mi última noche en España, los torreones de la Alhambra también se iluminan
como en adiós secreto, la nevada sierra guiña su gran único ojo a la noche andaluza
que me ha arropado por completo. Pronto volveré a perderme en el cálido
hervidero de cálidas gentes del Anáhuac.
Tienes un problema con las alturas y el infinito, quizá un complejo de superioridad o inferioridad -dependieno el cristal con que se mire o el mirador o el alcázar -siempre desde las alturas, ¿qué tendrán?; Aunque entiendo, pero sobre todo, imagino las piernas largas y las mujeres rubias.
ResponderEliminar"Nunca he tocado la nieve. No sé lo que será caminar entra la blancura inviolada y profanarla; no sé si mis plantas serían dignas de algo así" Me recordó el inicio de Cien años de soledad, las primeras páginas quizá, no recuerdo con exactitud dónde está la parte de la nieve. ¿Qué tendrá la nieve?, ¿eternidad? Si es así, al menos pudiste verla, fue como dices: tangible y también para el lector lo fue. Uno siente que es accesible y posible poseer la Sierra nevada, al menos por medio del cristal de tus palabras. Buena crónica.