lunes, 15 de octubre de 2012

Las citas de mis sueños

No, lector, no te has equivocado de página y no, no me fusilé esta entrada de Yahoo o de alguno de esos respetables sitios. Pero los títulos son como la publicidad y en este mundo hay que hacer negocio o corremos el riesgo de que nada de lo que hagamos sea entendido por el gran, el respetable, el que paga la entrada y compra nuestros libros: el público. Había que poner algo sensible, sencillo y esto fue lo que encontré.
La cosa en realidad es que mis sueños se citan unos a otros y a veces hasta parecen señalar la referencia. Cada sueño cobra autoría, y acaba por decir en su lenguaje que no podemos entender al despertar, que ellos fueron los primeros en decir o en proyectar esas imágenes que se repiten en el segundo o en el tercer sueño, sucesivamente. Los neurocientíficos argüirán algo sobre los sueños recurrentes, que también es materia rica para los psíquicos charlatanes o los freudianos pasados de moda. Nada de recurrencias ni obsesiones, mis sueños parecen tener un protocolo de citación tipo MLA o Harvard (aunque yo me acomodo más con el de la UNAM) y van diciéndome cuándo soñé aquello, si estaba durmiendo en mi casa, en la de mi madre o si iba cabeceando en el autobús, qué imágenes destacan del sueño anterior y a veces incluso llegan a justificar la cita en ese contexto del sueño. 
Para las neurociencias, el sueño implica una reestructuración cognoscitiva de lo que somos y de nuestra forma de relacionarnos con el mundo. Pero la demasiada sofisticación  de los lenguajes científicos siempre termina por sembrarme dudas. Yo experimento diálogos casi académicos o cuando menos intertextuales entre unos sueños y otros, como si al dormirme siguiera leyendo o asistiera a una escuela más informal, menos fatigosa y eso sí, tremendamente eficiente. Lo mejor de todo es que el aprendizaje es automático: uno no tiene que esforzarse por darle relevancia a ciertos datos, ni por memorizar, es más, ni siquiera se vuelve necesario tomar notas; no hay exámenes, ni trabajos, ni siquiera evaluación. Ellos, los sueños, profesores de gran penetración psíquica, saben lo que es necesario que uno aprenda y a eso se abocan, no fallan en su objetivo.
No llevarán una relación precisamente amigable, porque compiten en cada siesta porque su voz se escuche y por decir cosas relevantes para mí: se citan unos a otros, a veces sin avisar, y esto provoca acusaciones de plagio, de inexactitud en las referencias, alatristazos oníricos. Se ha hablado ya de crear un organismo encargado del registro de sus derechos de autoría, no sólo en lo referente al contenido de cada sueño, sino también en cuanto al método de presentación.
Las cosas se van complicando allá adentro, pero yo disfruto, en las ya incontadas noches en que he despertado por el ruido de su discusión, de esas sabrosas polémicas sobre la importancia de unas piernas o de un rostro en mi historia personal, a veces sus propias acusaciones se vuelven chascarrillos de los que no puedo evitar reírme, con el respectivo fin del sueño que eso implica; hay argumentaciones tan intensas, como aquellas del impacto erótico en la construcción del “yo” provocadas por unos pechos o unos labios anteriormente soñados -aquí el sueño en cuestión cita a un colega-  que despierto tenso y sudoroso, quizá corrido de pudor, para sonreír pensando en que sólo fue un sueño. Me autoengaño, por eso me es difícil volver a dormir. Estoy perfectamente al tanto de lo importante que es para mí lo que vivo en cada sueño, y me voy familiarizando progresivamente con su bizarro sistema de citación.  


1 comentario:

  1. No sé por qué no quiero comentar estas entradas de los sueños, me falta una, si no me equivoco la de Borges. La razón la pondré en la otra entrada, por razones que ya explicaré allá. En esta entrada, la ñoñez del sueño me hace temer que algún día los míos lleguen a ese nivel. Espero que tus monstruos se queden en tu cabeza y en tus textos, ese contagio no me gusta.

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