No,
lector, no te has equivocado de página y no, no me fusilé esta entrada de Yahoo
o de alguno de esos respetables sitios. Pero los títulos son como la publicidad
y en este mundo hay que hacer negocio o corremos el riesgo de que nada de lo
que hagamos sea entendido por el gran, el respetable, el que paga la entrada y
compra nuestros libros: el público. Había que poner algo sensible, sencillo y
esto fue lo que encontré.
La cosa en realidad es que mis sueños se citan unos
a otros y a veces hasta parecen señalar la referencia. Cada sueño cobra
autoría, y acaba por decir en su lenguaje que no podemos entender al despertar,
que ellos fueron los primeros en decir o en proyectar esas imágenes que se
repiten en el segundo o en el tercer sueño, sucesivamente. Los neurocientíficos
argüirán algo sobre los sueños recurrentes, que también es materia rica para
los psíquicos charlatanes o los freudianos pasados de moda. Nada de
recurrencias ni obsesiones, mis sueños parecen tener un protocolo de citación
tipo MLA o Harvard (aunque yo me acomodo más con el de la UNAM) y van
diciéndome cuándo soñé aquello, si estaba durmiendo en mi casa, en la de mi
madre o si iba cabeceando en el autobús, qué imágenes destacan del sueño
anterior y a veces incluso llegan a justificar la cita en ese contexto del
sueño.
Para las neurociencias, el sueño implica una
reestructuración cognoscitiva de lo que somos y de nuestra forma de
relacionarnos con el mundo. Pero la demasiada sofisticación de los lenguajes científicos siempre termina
por sembrarme dudas. Yo experimento diálogos casi académicos o cuando menos
intertextuales entre unos sueños y otros, como si al dormirme siguiera leyendo
o asistiera a una escuela más informal, menos fatigosa y eso sí, tremendamente
eficiente. Lo mejor de todo es que el aprendizaje es automático: uno no tiene
que esforzarse por darle relevancia a ciertos datos, ni por memorizar, es más,
ni siquiera se vuelve necesario tomar notas; no hay exámenes, ni trabajos, ni
siquiera evaluación. Ellos, los sueños, profesores de gran penetración
psíquica, saben lo que es necesario que uno aprenda y a eso se abocan, no
fallan en su objetivo.
No llevarán una relación precisamente amigable,
porque compiten en cada siesta porque su voz se escuche y por decir cosas
relevantes para mí: se citan unos a otros, a veces sin avisar, y esto provoca
acusaciones de plagio, de inexactitud en las referencias, alatristazos
oníricos. Se ha hablado ya de crear un organismo encargado del registro de sus
derechos de autoría, no sólo en lo referente al contenido de cada sueño, sino
también en cuanto al método de presentación.
Las cosas se van complicando allá adentro, pero yo
disfruto, en las ya incontadas noches en que he despertado por el ruido de su
discusión, de esas sabrosas polémicas sobre la importancia de unas piernas o de
un rostro en mi historia personal, a veces sus propias acusaciones se vuelven
chascarrillos de los que no puedo evitar reírme, con el respectivo fin del
sueño que eso implica; hay argumentaciones tan intensas, como aquellas del
impacto erótico en la construcción del “yo” provocadas por unos pechos o unos
labios anteriormente soñados -aquí
el sueño en cuestión cita a un colega- que despierto tenso y sudoroso, quizá corrido
de pudor, para sonreír pensando en que sólo fue un sueño. Me autoengaño, por
eso me es difícil volver a dormir. Estoy perfectamente al tanto de lo
importante que es para mí lo que vivo en cada sueño, y me voy familiarizando
progresivamente con su bizarro sistema de citación.
No sé por qué no quiero comentar estas entradas de los sueños, me falta una, si no me equivoco la de Borges. La razón la pondré en la otra entrada, por razones que ya explicaré allá. En esta entrada, la ñoñez del sueño me hace temer que algún día los míos lleguen a ese nivel. Espero que tus monstruos se queden en tu cabeza y en tus textos, ese contagio no me gusta.
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