Saber
de tu ausencia y de tu daño, del tiempo transcurrido entre tus últimas palabras,
tu posterior silencio y esta notificación precipitada que me crispa los nervios
porque algo grave te ha pasado. Alguna vez lo fuiste todo: mi imaginación moldeaba
tu sonrisa, pero eran tus palabras parpadeando en la pantalla las que guiaban
las formas, la curva y el tono exacto de cada comisura y el modo en que abrías
y cerrabas los labios para pronunciar esas mismas palabras que ibas vertiendo
sobre el teclado. Era la conexión con tus dedos, largos y delgados tallos que
subían hasta tu voz y tus gestos, que yo
recreaba; tus dedos acompasaban la noche
con el suave tintinear de las teclas.
En
noches así eras todo, Melany. Invadías el mundo cerrado de mi cuarto y de mi
soledad, hoyabas la cápsula de mi aislamiento y te convertías en la imagen de
la dicha, una imagen que sólo tus minúsculas fotografías podían delinear en la
pantalla, pero que yo prefería ignorar para formarte a mi sabor. Mis cuatro
paredes, una ventana al mundo en la pantalla y tú, asomándote a ella como la
forastera simpática que nos cautiva un día cualquiera por las calles de la
ciudad.
Algo
grave te pasaba -me decía el correo, enviado desde tu
dirección pero firmado por alguien que no eras tú. Algo que no podía hablarse
por correo. Fue este salto de la pantalla hacia la vida, el salto de la Melany
imaginaria a la Cristina tangible algo que terminaría por incomodarme, por
acorralarme entre las dudas que tu silencio previo había dejado ya asomar a esa
misma electrónica ventana. Mi humanidad, mi amor por la idea de que alguien
como tú existiera me tentaban a acudir,
a salir del cómodo cascarón de mi confinamiento para ver a la que eras y
no eras, para verte -además- en una
situación tan desgraciada y lastimosa que terminaría por romper tu misterio y
la idea que había trazado sobre ti, como un proyecto.
Tienes
todo el derecho a llamarme cobarde, pero sería inexactitud: la paranoia y el
capricho me parecen más justos para calificar esta evasión, aunque no me remuerde
sospechar que más bien fue una hábil maniobra para evitar un crimen. Prefiero
guardarme tu misterio y volverme a recluir en las cuatro paredes conocidas y
no en el encierro forzado de unos astutos tratantes de blancas que operan a
través de la red, aprovechando la soledad y ansia de amor de quienes, como yo,
no tenemos un nombre auténtico y nos disfrazamos ante la pantalla para ser lo
que siempre hemos querido sin poder, porque este cautiverio voluntario nos pone
entre los dedos y el teclado un mundo que parece tenerlo todo, hasta mujeres
bellas, sensibles e inteligentes, que sabemos imposibles en la realidad respirable;
mujeres que sepan improvisar una conversación en verso y adivinar todos
nuestros gustos y emociones; mujeres increíblemente humanas pero carentes de
cuerpo porque la falta de fe no deja ver más que letras parpadeantes en una
ventana de chat.
Tienes
todo el derecho, Melany, a reprocharme esta falta de valor y de heroísmo por no
haberme lanzado a la azarosa incertidumbre de un mundo nuevo, desconocido; pero
tienes también, Cristina, todo el derecho a decepcionarte una vez más porque en
este mundo difícilmente respirable, los hombres tienen miedo y se conforman con
sus vidas solitarias y mediocres, con una pantalla, cuatro paredes protectoras
y un sinfín de sitios pornográficos alimentados por tratantes de blancas en
cuyas manos nadie quiere caer, aunque todos se beneficien de ellos en noches
cálidas y ansiosas.
Es una entrada que está de más comentar. Mejor sería una plática. Saludos, Patidifuso.
ResponderEliminar