Enero. Las
aguas sin coca-cola de Cuba y la promesa de enviarle a uno de sus músicos
habaneros una virgen de Guadalupe tallada en madera.
Febrero. La
esperanza de recuperarte, de restaurar lo que el tiempo y nuestras humanas
imperfecciones carcomieron y terminaron por destruir. No más ni menos que ocho años
de existencia, de juventud lozana. Una familia, la tuya, a la que quise como
mía.
Marzo.
Mi playera de los 10k de Nike 2010 que una ola, única e irrepetible como todas,
se robó en las frías aguas de Mazunte, junto con el recuerdo exacto de aquella chica,
demasiado buena como para creer que me seguía, corriendo sobre las empinadas
arenas.
Abril. Mi vigésimo séptimo año, que cerró su ciclo en
las lejanas y desconocidas tierras de España y Portugal, donde la fugacidad arrastró
la voz y el rostro de Mireille y Laura; las palabras, el aliento y los ojos
insondables de Julia, que a cambio dejaron su amistad y ese algo más que la
distancia irremediablemente frustra.
Mayo.
A Carlos Fuentes y toda una época de literatura latinoamericana. Mi recién
estrenada soledad, robada por el rostro fresco y el ardor juvenil de Z. Miles
de pasos caminados en vano junto a miles de mexicanos que salimos a exigir una
democracia verdadera y medios de información veraces, miles de consignas
gritadas al vacío implorando al dios muerto de la justicia, miles de pancartas e
ilusiones.
Junio.
Las clases de Margit Frenk con las aventuras de don Quijote, los aventis de
Java en esa enorme novela de Marsé, calurosos días inútiles de actividad
política en las redes sociales, los rostros de una generación más de mis
alumnos con todo lo que aprendieron para pasar los exámenes.
Julio. Los
helados vientos de Real de Catorce con la voz de Iraida; la sensación de bajar a
caballo una cuesta pedregosa sin saber montar; las ilusiones de democracia, de
justicia, las esperanzas de medio pueblo preocupado por su destino y la
indiferencia del otro medio, preocupado por cumplir el trámite de las urnas.
Millones de carteles con la cara de políticos que, sin importar el color, no
hacen más que dar tristeza. Se llevó también el anterior récord mundial de
Usain Bolt, quien por un momento me devolvió la fe en las proezas humanas.
Agosto.
La libertad de Julian Assange, la baratez del huevo, mis vacaciones de verano,
el verano con su sol de osmio. La tensión expectante del pueblo que luchaba
desesperadamente por sacar sus pies de un fango en el que una vez más lo habían
metido; mi gusto por los partidos de los Pumas.
Septiembre. Las
palabras de un informe presidencial leído por el pueblo afuera del Palacio
Legislativo, junto con los ojos, los pechos, la voz y sobre todo el nombre de la mujer
más hermosa que jamás he visto ni volveré a ver. El silencio de un día 12 que
nunca más celebraremos. El grito silencioso que dimos el día 15, mientras
Calderón era deslumbrado por los láseres con que el pueblo demostraba su
repudio. El hermosísimo vestido de Margarita Zavala, que me importa lo mismo
que a ella los 80, 000 muertos del sexenio de su marido.
Octubre. Los ojos azules de Joseph Snow y su
amor por La Celestina, el verdadero
cuerpo del Lazca con los derechos de la clase trabajadora. Te llevó a ti,
Melany, y contigo se llevó la esperanza de que exista la perfección en un ser
humano más allá de lo que las palabras crean; se llevó tu voz para siempre,
pero no tu idea, ni la marejada de inquietudes que la traen hasta mí, contigo se
llevó a Cristina y su rostro indescifrable.
Noviembre. El
sabor del mole que pusimos en las ofrendas, y el amargo sabor del recuerdo que
nos trae el 20 de noviembre, cuna de la oligarquía actual. Las hojas secas de
los eucaliptos junto con las tardes soleadas y las lunas bellas.
Diciembre. La
esperanza de que una lluvia meteórica acabara con todo. El cinturón de Pacquiao
y la dignidad de Márquez, el ojo de Uriel Sandoval, la libertad temporal de 63 chivos
expiatorios del 1dmx y un montón
de vidrios en el Centro Histórico, que pagarán las aseguradoras. Mi tiempazo en
los 12k que corrí en Querétaro; los últimos trabajos de la maestría; la carne
del pavo que cenamos en Navidad, la Navidad misma y varias estrofas de los
arruyos para el niño Dios, que quizá nos castigue por ese descuido con un año
tan agitado y duro como éste, que también se llevó a sí mismo.