-Es que ustedes viven la literatura
–decía el buen Ismael con unas caguamas encima, antes de emprender la fuga,
como siempre.
En
un estudio sobre Góngora leí que el poeta luchaba con los sentimientos para
obtener una obra más perfecta, más pura, lo comparaban con esos poetas que no
renuncian a la vida, sino que la dominan por el arte. De ponerme a pensar como
escritor, lo primero que haría será preguntarme cuándo se separó la vida del arte,
como si fuera éste una renuncia a ella. En cierto modo lo es, pero el arte no
puede menos que alimentarse de la vida para tener sentido, porque de otro modo
sería un lenguaje críptico, propio de iniciados; en cierto modo también lo es,
mas la médula está siempre en las preguntas hondas que se le hacen a la vida:
¿quién soy?, ¿qué hago aquí?, ¿qué es el amor?, ¿qué es la muerte? Creo que
sólo la literatura las puede responder directamente, porque uno no le pone pause a la película o a la música para
tratar de entenderla, fluyen en el tiempo y a veces perdemos el significado de
un gesto por captar el siguiente. En cambio, basta con despegar la vista del
libro para que la imaginación o el recuerdo o la inteligencia comiencen a
trabajar y construyan, aunque sólo sea con un par de ladrillos, el sentido de
nuestra propia vida, que es inseparable del arte, en cada frase pronunciada
está una forma del mundo que el arte ha contribuido a forjar sin que nos demos
cuenta.
Pero
la división se ha vuelto tremendamente radical: tal parece que la literatura
fuera cosa de muertos. El sentido más profundo que puede tener, cuando pregunto
a mis alumnos, es el de adquisición de cultura; con esas palabras justas:
adquisición. Como si los conocimientos que alguien tiene fueran un bien
intercambiable; en cierto modo lo son, pero nadie pierde nada al compartirlos;
es lo único que los separa del valor de cambio. Por eso no son negocio y pocos
los quieren. La misión de quienes escribimos hoy, creo, es desarrollar de nuevo
en la gente el gusto por lo que carece de precio pero nunca de valor. Creo en
el papel de la autobiografía como ejemplo de que los dramas personales de cada
quién pueden ser narrables, poetizables e incluso escenificables, siempre que
se tomen en toda su complejidad. Ser uno implica ser con todos y con el mundo,
el papel de cada quien es único. Es indispensable que la gente sepa que la vida
puede tener sentido pero que es menester construirlo: el mundo está dado pero
carece de él. Las religiones y las ideologías se han vuelto el mercado sobre
ruedas de los traficantes del pensamiento, la gente acude en masa pues necesita
algo en que creer por darle sentido a la existencia prácticamente animal que
lleva; acaba haciendo yoga o comprando baratijas milagrosas. No resuelve nada.
A
diferencia de las otras artes que implican una doble codificación, la
literatura habla en humano y al chile, como un amigo improvisado. Sólo hay que
fijarse cómo nos habla, porque cuando abrimos el libro no sabemos si ese hombre
que lo inventó lo hizo para burlarse de nosotros o para advertirnos de la zanja
que tenemos a unos pasos o para regañarnos por algo que creíamos haber hecho
bien estando equivocados. Es mejor que el espejo, porque en él nos vemos
descarnadamente los defectos y nos dejamos llevar por la tragedia de nuestro
reconocimiento; la literatura nos los susurra al oído y con una discreción de
espía. Nos observa desde que sabemos que somos hombres y cuenta nuestra
historia en los libros menos esperados. Todo el conocimiento que el hombre ha
acumulado ha pasado por ellos y el mundo tiene la forma que le vemos porque en
ellos hemos aprendido a verlo así. Entonces no tiene nada de ajeno.
-No mames, Ismael, todos la vivimos y
quizá hasta somos literatura, pero muchos no han volteado a verla. Se los ha
comido la vida, ellos ignoran que la literatura se ha comido a la vida: dentro
de ese organismo gigantesco de lo que se ha escrito y ha perdurado la vida es
una nimiedad. Es como ver las estrellas e ignorar la galaxia. Un universo
abierto, tan inmenso y tan nuestro que lo creemos irreal. Tenemos que tocarlos,
enseñarles que no es necesario que la letra entre con sangre porque está en su
sangre, esa que riega sus cerebros, sus manos y sus corazones.
Ya no sé qué es o no literatura, nunca creí que Ismael fuera materia poetizable, ahora velo aquí, siendo no sólo el pretexto, sino el instrumento para decir qué es literatura. En el fondo Ismael somos todos. A veces no sé si vivo la literatura o ella me vive a mí o sólo le hago a la mamada de decirme que escribo para ser algo, para agarrarme de algo, aunque no sea sincero conmigo mismo. Pero no sé, no sé. Al menos si alguien habla de Góngora, sonrío, si estoy en casa busco mi libro de sonetos y me digo: ¿Por qué no? Qué hay más Ismael que eso.
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