viernes, 7 de diciembre de 2012

Charla-monólogo para un arte poética



-Es que ustedes viven la literatura –decía el buen Ismael con unas caguamas encima, antes de emprender la fuga, como siempre.
En un estudio sobre Góngora leí que el poeta luchaba con los sentimientos para obtener una obra más perfecta, más pura, lo comparaban con esos poetas que no renuncian a la vida, sino que la dominan por el arte. De ponerme a pensar como escritor, lo primero que haría será preguntarme cuándo se separó la vida del arte, como si fuera éste una renuncia a ella. En cierto modo lo es, pero el arte no puede menos que alimentarse de la vida para tener sentido, porque de otro modo sería un lenguaje críptico, propio de iniciados; en cierto modo también lo es, mas la médula está siempre en las preguntas hondas que se le hacen a la vida: ¿quién soy?, ¿qué hago aquí?, ¿qué es el amor?, ¿qué es la muerte? Creo que sólo la literatura las puede responder directamente, porque uno no le pone pause a la película o a la música para tratar de entenderla, fluyen en el tiempo y a veces perdemos el significado de un gesto por captar el siguiente. En cambio, basta con despegar la vista del libro para que la imaginación o el recuerdo o la inteligencia comiencen a trabajar y construyan, aunque sólo sea con un par de ladrillos, el sentido de nuestra propia vida, que es inseparable del arte, en cada frase pronunciada está una forma del mundo que el arte ha contribuido a forjar sin que nos demos cuenta.
Pero la división se ha vuelto tremendamente radical: tal parece que la literatura fuera cosa de muertos. El sentido más profundo que puede tener, cuando pregunto a mis alumnos, es el de adquisición de cultura; con esas palabras justas: adquisición. Como si los conocimientos que alguien tiene fueran un bien intercambiable; en cierto modo lo son, pero nadie pierde nada al compartirlos; es lo único que los separa del valor de cambio. Por eso no son negocio y pocos los quieren. La misión de quienes escribimos hoy, creo, es desarrollar de nuevo en la gente el gusto por lo que carece de precio pero nunca de valor. Creo en el papel de la autobiografía como ejemplo de que los dramas personales de cada quién pueden ser narrables, poetizables e incluso escenificables, siempre que se tomen en toda su complejidad. Ser uno implica ser con todos y con el mundo, el papel de cada quien es único. Es indispensable que la gente sepa que la vida puede tener sentido pero que es menester construirlo: el mundo está dado pero carece de él. Las religiones y las ideologías se han vuelto el mercado sobre ruedas de los traficantes del pensamiento, la gente acude en masa pues necesita algo en que creer por darle sentido a la existencia prácticamente animal que lleva; acaba haciendo yoga o comprando baratijas milagrosas. No resuelve nada.
A diferencia de las otras artes que implican una doble codificación, la literatura habla en humano y al chile, como un amigo improvisado. Sólo hay que fijarse cómo nos habla, porque cuando abrimos el libro no sabemos si ese hombre que lo inventó lo hizo para burlarse de nosotros o para advertirnos de la zanja que tenemos a unos pasos o para regañarnos por algo que creíamos haber hecho bien estando equivocados. Es mejor que el espejo, porque en él nos vemos descarnadamente los defectos y nos dejamos llevar por la tragedia de nuestro reconocimiento; la literatura nos los susurra al oído y con una discreción de espía. Nos observa desde que sabemos que somos hombres y cuenta nuestra historia en los libros menos esperados. Todo el conocimiento que el hombre ha acumulado ha pasado por ellos y el mundo tiene la forma que le vemos porque en ellos hemos aprendido a verlo así. Entonces no tiene nada de ajeno.
-No mames, Ismael, todos la vivimos y quizá hasta somos literatura, pero muchos no han volteado a verla. Se los ha comido la vida, ellos ignoran que la literatura se ha comido a la vida: dentro de ese organismo gigantesco de lo que se ha escrito y ha perdurado la vida es una nimiedad. Es como ver las estrellas e ignorar la galaxia. Un universo abierto, tan inmenso y tan nuestro que lo creemos irreal. Tenemos que tocarlos, enseñarles que no es necesario que la letra entre con sangre porque está en su sangre, esa que riega sus cerebros, sus manos y sus corazones.

1 comentario:

  1. Ya no sé qué es o no literatura, nunca creí que Ismael fuera materia poetizable, ahora velo aquí, siendo no sólo el pretexto, sino el instrumento para decir qué es literatura. En el fondo Ismael somos todos. A veces no sé si vivo la literatura o ella me vive a mí o sólo le hago a la mamada de decirme que escribo para ser algo, para agarrarme de algo, aunque no sea sincero conmigo mismo. Pero no sé, no sé. Al menos si alguien habla de Góngora, sonrío, si estoy en casa busco mi libro de sonetos y me digo: ¿Por qué no? Qué hay más Ismael que eso.

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