Apareció
extendido y nuevo sobre la cama que tengo reservada en casa de mi madre donde
paso estos días de vacaciones invernales para alejarme del mundanal ruïdo, sin
pretensiones de sabiduría ni de algo menos burgués que un poco de descanso y
compañía. Apareció, digo, colorida y suave con ese olor a nuevo que nos da la
insana impresión de tenerle cariño a las cosas cuando aún no sabemos si lo
merecen porque…
Cuando
me pongo a leer suelo no resistirme a hacerlo sobre la cama, porque me sé débil
y es invierno y en este pueblo siempre hace mucho frío. Por eso nunca se hacen
aquí las cenas de Año Nuevo, nadie resiste su brisa helada ni esas ganas de
arrebujarse entre cobijas y edredones para consolarse con su propio calor de la
soledad del cuerpo. No importa, aquí viví más de veinticinco años y el frío
siempre tiene solución, y una de ellas es recostarme un poco para leer a gusto -un poco nada más, no vayan a pensar
ustedes mal- y sumergirme
placenteramente, sin ningún tipo de presión externa en la…
…
sólo a las cosas viejas podemos mirarlas con cariño, pues las hemos
experimentado y podríamos reconocerlas como nuestras con cualquiera de nuestros
sentidos, como cuando tomamos una prenda con la luz apagada y sabemos cuál es
sin titubear por su olor o su textura, o por el modo en que se ciñe a nuestros
miembros y nos roza la piel… con suavidad, porque una prenda que más bien es
parte del mobiliario y luce tan agradable y afelpada que dan ganas de frotarse
en ella, aspirar su irresistible aroma a nuevo…
…
en la lectura, por supuesto, porque eso de dormir a cualquier hora del día no
se me da casi, y mucho menos cuando estoy leyendo en cama, pues se ha dicho en
este blog muchas veces aquello de la importancia de la literatura, casi tan real
como la vida, y el Ateneo sin juventud (qué lástima de generaciones) y la
tweeteratura (una aberración de la pereza mental) que sería una verdadera
desvergüenza interrumpir la lectura de Albert Camus en su idioma original por
obra de un retazo…
…
como un gato busca la caricia del amo en una mañana helada como las de este
pueblo, donde nunca se hacen las cenas de Año Nuevo -¿ya había dicho eso? No, no creo, aunque
lo tenía planeado-
porque, bueno, nadie resiste su brisa helada ni esas ganas de arrebujarse entre
cobijas y edredones. En fin, ponerse a ronronear y enroscarse sobre sí mismo y
consolarse con su propio calor de soledad del cuerpo -qué imagen, caray, disculpen la
vanagloria pero a veces se me ocurren cosas tan deslumbradoras, que cuando las
digo por primera vez…
…
de tela, ¡y qué tela, por Dios! Su existencia queda confirmada en el soplo de
inteligencia que le dio en gracia al fabricante de algo tan irresistiblemente
suave como el mink de alguna gorda perfumada en un salón parisino de los años
veinte (del siglo pasado, claro está, porque yo vivo todavía en él, aunque soy
consciente de que me leen algunos jóvenes hechos ya al nuevo milenio que no
acabo de asimilar)…
Ah!
Los hermosos y motorizados gatos como el de aquel cuento de Reyes que no esperamos
encontrar al otro extremo del ovillo. De pronto se me ocurre que soy gato y una
amable vieja, sin perfume ni abrigo de mink, me lanza una maraña del hilo con
que hicieron este cobertor y todo es corretear el cabo, jalar, enredarse en él
y hacer una camita, aplanarla bien con las gomitas de las patas, dar algunas
vueltas sobre sí mismo y descender, discretamente…
…una
gorda perfumada pero elegante de verdad, porque hoy el mink sintético se ve
hasta en la chaqueta barata de una doméstica o sobre la cama de un estudiante
atrapado de pronto por la suavidad, por la sensualidad, por la textura y el
olor a nuevo de un cobertor endemoniado que no deja leer ni escribir a gusto,
porque el democrático mink hace codearse a las criadas posmodernas con las
gordas elegantes del París de Gide que el mismo Reyes conoció en su diplomático
errar, porque la literatura es algo tan serio que no es posible rendirse a
ciertas suaves, muy pero muy suaves maravillas de la industria textil…
Ah, pa'tus hilados. Pensaría en Faulkner, pero allá no se necesita cobija. Y como los sueños, sueños son y hay cierta irresponsabilidad en ellos -como en el sopor, preludio de...- no me meteré en sus honduras, para qué, si tan a gusto uno se acurruca entre una cobija de variada hechura.
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