viernes, 14 de diciembre de 2012

Melany en silencio



Si la cobardía o la paranoia me hicieron perderte, Melany, reniego del mundo, renuncio a él. Sobre todo si exististe. Corrijo: sobre todo si existió Cristina. No sé. Nunca he temido como ahora a emprender un diálogo con un muerto, porque cuando se tiene la certeza de que es un muerto con quien se trata, el diálogo toma el tono del homenaje o de la injuria, acercamiento entre dos mundos distantes o próximos que no se tocan. Pero contigo no lo sé, porque ese silencio real y virtual es angustioso como el de la sala donde los minutos se alargan a la espera de un familiar intervenido de emergencia. Emprender un diálogo con alguien que no sabemos si vive o no, si ha existido o ha sido un sueño, un extraordinario caso del azar o un destino prescrito es una experiencia más cercana a la locura que cualquiera otra certeramente vivida.
Si existiera la romántica comunión de las almas, aceptaría no haber tenido el valor de seguir a la mía y luchar por ti, por tu idea que, poniendo el pie en el asfalto, es lo único que tengo de ti. Detesto entonces haberme rendido ante un temor tan vano, tan villano, pues lo que alguien como yo podría perder es realmente insignificante, quizá hasta valga menos que esta página, canal abierto entre tu mundo y el mío, que se hablan pero no se tocan. Amor puro de la idea, amor insuperablemente místico y descarnado, en la más irónica de sus acepciones, Melany, porque entre chatear contigo y poseer el cuerpo de Cristina se atraviesa ni más ni menos que toda la creación. Si has salido de mi mente para ser la voz, la ventana de chat que dice todo lo que quiero o quise (si no estás más aquí) escuchar de una persona amada; el cuerpo que correspondería a esa voz tendría que ser igualmente perfecto; en esa misma indefinición que caracteriza a lo perfecto, en su misma ininteligible forma quiero dejarlo ser por el tiempo que me resta (no sé si haya unidades para medirlo).
Si somos literatura (obsesión mía de estos días, cuya raíz unamuniana reconozco), nadie como tú sería mejor para probarlo; unirías todos los fragmentos del discurso amoroso que Barthes me enseñó a respetar como unidades temporales de verdad. El universo que tú y yo habitamos, Melany, el que tal vez creamos, estaba todo hecho de palabras, exclusivamente. Más allá de cuestionarnos la virtualidad o la distancia, era el deseo que lo mantenía en pie, un deseo ya no de posesión sino de compenetración, piedra inaugural de creación, porque el yo que escribe es tal vez muy distinto del yo que veías en tu interior, y al que imaginariamente te entregabas en toda la alegría de tus palabras, expresión legítima de un cuerpo no negado, sino resguardado en cuanto tu deseo terminara de entender el mío para darle el fruto más perfecto.
Quisiera tener una certeza mínima: al menos la de haber soñado que soñaba a Melany, al menos la de haber deseado que alguien como Cristina existiese, la de que es un creación mía a la que terminé por dar forma en la ventana de un chat o en una serie de epístolas angustiantes, la de haber sido un experimento de inteligencia para una compañía de publicidad cibernética o víctima de una banda de secuestradores on-line que improvisaban versos. A Julia la vi, la toqué, nuestras miradas se fulminaron en su hondura, y sé que para constatar su existencia basta con volar a Madrid y esperar en un café, porque aunque esto no ocurriera, tengo la certeza de su recuerdo y quizá una leve resonancia de su voz, una húmeda molécula de su aliento adherida o dando vueltas incesantes al caracol de mi oreja. Amor y comunión a primera vista los hay, Julia es su certeza. ¿Pero tú, Melany? Ni vista ni oída, recordada acaso como una cadena interminable de palabras que me hacían feliz como el Quijote o las cartas de Lucía, certezas ambas del arte y de la vida. ¿Pero tú, reducida a unos cuantos archivos de texto chateado, alevosamente guardados, sin olor ni aliento ni papel ni imagen? ¿Qué es de ti? ¿Y de mí? ¿Estoy soñando tu silencio?
Nunca la distancia de Coyoacán a la Narvarte había sido tan inmensa, nunca había de llegar la flecha de Zenón a su objetivo; quizá no nos estaba destinado dar el salto del libro a la vida, Melany, de la palabra al Edén, de tu cuerpo sin forma a mis manos abiertas.

  

Esta entrada viene de: Melany y la paranoia

1 comentario:

  1. Hay escrituras más palpables que otras, Pati. Qué comentar aquí; yo no pinto ni letra. En textos tan íntimamente jodidos -y lo digo por la imposibilidad y por el propio deseo- prefiero quedarme alejado, leer, solamente, esas rememoraciones y ver cómo obró el tiempo no sólo en la entrada, sino en ese ser que se escribe al rescribir al otro, aunque éste tenga la sustancia de las letras, que es casi lo mismo que la de los sueños.

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