Creo
que a todos nos ha ocurrido alguna vez que empezamos a gustar de una persona
sólo por oídas, por lo que nos dicen de ella, aun cuando no la hemos conocido.
Los amigos de nuestros amigos nos caen bien, nos agradan e incluso nos
divierten sin haberlos visto nunca, como si la emoción que produce su
existencia en quienes conocemos también nos alegrara; transmisión indirecta de
la simpatía.
Quizá sea un caso más para los del gremio, pero
ahora que se habla tanto de Bonifaz –la muerte engrandece tal vez porque explica
el sentido de la vida– recuerdo cómo lo conocí a través de otros, principalmente
de un muy apreciado amigo con quien he compartido la dicha de dar los primeros
pasos en esta profesión que ahora es vida en busca de sentido. Y este vago, que
deambula entre Garcilaso y los cafés, entre Góngora y los tacos de Bolívar,
entre Rilke y centenares de mujeres sin rostro, entre el jazz y el hospital, la
cava y el hotel me ha presentado, hace varios años, al poeta.
Al amor por Reyes y los muslos abultados, por
Cervantes y un trasero irrepetible que selló nuestra amistad, se agregó el
nombre de Bonifaz: “cuando conozcas a Bonifaz…, léete El manto y la corona…, léete Fuego
de pobres. Y como soy pobre y casi no compro libros, la tarea se iba postergando,
pero bastaba el nombre para “hacerme bien”, bastaba saber que había una “pulsera”
hecha de sonetos para Lucía Méndez, bastaba saber que reconocía su fin y su
amargura honda, inevitable, para tener siempre presente al amigo de mi amigo;
porque tal vez la concepción de los amigos está en la anécdota contada y el parto en la
palabra viva. Las primeras palabras que le oí decir fueron éstas:
Para los que llegan a
las fiestas
ávidos de tiernas
compañías…
y
escuchaba fluir los versos, con la amargura de la cerveza que se filtraba por
la hendidura que mi padre muerto había dejado, mirando en el vaho del tarro mi
futuro nebuloso, solitario, que al desvanecerse me hacía verme como él:
derrotado y solo, acabado y tierno, resignado; me imaginaba con mi traje –no el
mejor de los dos, sino el único– esperando en un sofá, en una sala vacía, sin
que la cita se cumpliera y a la vuelta ver la luz encendida de una casa pestilente
a dicha, despreciarme y arrastrar los pies, gastando los zapatos buenos,
hollando el deseo de no volver jamás a fiesta alguna. Todo para saber, en el
último verso que hay alguien que ha levantado la voz por los que son como yo. Entonces no me vi tan solo, y desde el rincón de la amargura vislumbraba algo
que tal vez fuera una mano tendida, o el fraternal y humano nombre de la
solidaridad. Humano en el sentido ideal, el que nos hace amar a los hombres y
sus sonrisas, sus palabras y el brillo de sus ojos; humano en el sentido
arquetípico donde la fiesta es una celebración del cosmos y no una pasarela de
viciosos que eternizan su estirpe.
No lloré, pero quería. Tal vez porque ya había
sufrido demasiado y me estaba haciendo un hombre; tal vez porque esa mano
tendida me daba fuerza y ganas de creer. Fue la mejor presentación, sin duda. Se
vale pensar que lo digo por justificar mi pereza, pero creo que hay minas que
deben explotarse poco a poco, hay lecturas para las que la avidez no vale igual
que la paciencia. Me alegra que haya un camino aun por recorrer, un amigo más que
ha dado todo y se ha ido dejándonoslo todo, el amigo que da la vida por sus
amigos, como reza el cristianismo, pero también la da para ellos, se da a sí
mismo. Me alegra tanto lo que queda como saber que ha existido lo que fue. Ese bien me ha hecho Bonifaz y no me pidió nada. A eso llamo también fraternidad, hermano Rubén.
Leer a y sobre Bonifaz para mí es motivo de dicha; y más si el texto parte de la amistad, de la comunión, bienaventurados esos textos, porque de ellos nace un poco de alegría, bienaventurada la amistad que nos hace cómplices, hermanos y nos permite conocernos mejor, ser más humanos y dejar de lado la mezquindad que la economía y los gobiernos del mundo nos quieren imponer; bienaventurada la mujer porque de ella -parafraseando muy, pero muy libremente a Bonifaz- nace el equilibrio y el caos del mundo.
ResponderEliminarEste texto Pati... es uno de los que más me han gustado. Un placer la lectura.