Coincido
con quienes insisten en la importancia de viajar. Es necesario aprender de
otras formas de vida, otras maneras de sobrellevarla día a día en las muy
diversas circunstancias en que se desarrolla en cada región y cultura. Es
importante aprender de otras maneras en que el hombre interactúa con su medio,
y la manera como lo interpreta. Durante siglos, el libro de viajes fue el
vehículo que permitía al hombre transportarse a regiones del mundo que podían
parecerle impensables, por ello el éxito memorable de Il milione de Marco Polo en la Edad Media, el de la Peregrinação de Fernan Mendes Pinto o la
Historia verdadera de la conquista de la
Nueva España de Díaz del Castillo, en el Renacimiento, o los viajes de
Humboldt hacia el siglo XVIII. Dice el especialista en literatura de viajes[1]
que el relato de la maravillosa experiencia de viajar fue agotándose conforme
las facilidades para viajar se fueron democratizando, para derivar después en
una muy lógica banalización de la experiencia.
Con
los aviones, con los cruceros, con los rápidos automóviles y las carreteras,
las distancias se recortaron y lo mismo ocurrió con los tiempos. Las barreras
físicas fueron franqueadas por la bendita tecnología y el bendito progreso,
pero nacieron nuevas. El turismo ha vuelto la experiencia de viajar un vehículo
más de ostentación; por eso al mexicano acomplejado, al que se siente
tercermundista y apocado le es necesario viajar, ¡y ahí va! París, Londres y
Nueva York son destinos indispensables – ¡O sea, no te puedes morir sin pisar
la Gran Manzana, gooey! Amsterdam, Berlin, Praga, Florencia, Roma… se suman
nombres de ciudades europeas que concentran lo más granado de la cultura
occidental en sus museos, y sus calles que sin duda son una belleza. Las
cámaras digitales pueden captar miles de imágenes y llenar discos duros enteros
de fotografías, ciudades y destinos. Hay que salir bien peinados, vestidos y
maquillados para estar a tono con el paisaje, para tener un recuerdo bello.
Las
fotografías se acumulan, y su cantidad ingente va formando la masa del olvido.
Llegan nuevos viajes y se apilan sobre los anteriores. Siempre serán un tema
excelente para la plática de viernes en el Starbuck’s. Una vez pasada la
plática es necesario viajar más. El turismo, nacido de la voracidad del
mercado, vuelve el viajar un codiciado hábito de consumo. Hay tantos turistas
que se vuelve necesario destruir las playas, los manglares, los arrecifes para
albergarlos con la calidad que merecen, hacerlos sentir como en casa. ¿No era
precisamente esa sensación de extrañamiento, de aventura, de incertidumbre lo
que volvía interesantes los viajes hace un par de siglos? ¿Por qué entonces
hacer sentir como en casa al turista?
El
mexicano que viaja a Europa, a Norteamérica, parece ir en busca de lo que no
puede encontrar aquí: bienestar económico (en los barrios turísticos, por
supuesto), ciudades limpias y organizadas, el ejemplo de un mundo
industrializado, higiénico; la utopía de la modernidad materializada. Sus
gustos banales se ven satisfechos. Habla inglés, come en restaurantes caros,
gasta dólares, compra cosas bonitas; en realidad está huyendo de sus
frustraciones. ¿Qué experiencia humana puede salir de un viaje así? ¿Qué
conocimiento del mundo? Mis dos semanas de experiencia en ciudades europeas me
hicieron darme cuenta de que en realidad no cambia nada, sólo la tecnología y
un poco el orden o la limpieza de las calles. La gente tiene metida la misma
mierda en la cabeza, las mismas aspiraciones que uno, los mismos problemas, las
mismas occidentales aspiraciones. Si en Granada pagué 1.5 euros por tomar un
camión que tardó cuarenta minutos en llevarme a un destino que estaba a ocho
kilómetros prefiero pagar los tres pesos mexicanos de la micro o la Ecobici, en
todo caso. Vale la pena asomarse a los museos, eso sí, porque las piezas
artísticas son únicas, y Sevilla no es la misma desde la orilla del
Guadalquivir que desde el campanario de la Giralda.
Pero
viajar por presumir es absurdo, viajar por consumir lo es más. Prefiero muchas
veces el desayuno rústico que me ofrece el maya-lacandón en Bonampak, sus
carreteras desechas, sus casas de palma repletas de mosquitos, que la charla sobre
los hijos de una granadina ignorante en un vehículo moderno. Y no fue mala mi
experiencia en Europa, lo garantizo. Sólo creo que no es necesario ir tan lejos
para decir que se ha viajado y conocido el mundo. A veces está más cerca de lo
que pensamos y podemos conocerlo en una gran variedad de aspectos más allá de
las fotos del recuerdo. Prefiero recordar rostros, nombres, veladas, miedos,
aventuras que mostrar la cámara a mis contertulios y esperar sus “¡Qué bonito!
¡Está padrísimo!”
Sin
duda he viajado demasiado poco como para sentirme autoridad en el tema. Pero
una experiencia como viajar ha de aportarnos cosas dignas de ser relatadas por
lo hondo de la vivencia personal que los sitios y personas que la conforman nos
brindan, no por el sólo brillo de las fotografías, no sólo por decir “estuve
ahí” o preguntar en un café “¿nunca has ido a Europa, gooey?” El que sabe
buscar encuentra un viaje en su ciudad, en su estado y lo recuerda para
siempre. Alguna vez leí una nota sobre García Márquez, donde decía que la más
bella melodía que recordaba (y el señor sabe de música) la había escuchado en
voz de una niña guaraní, en su propio país. No es necesario ir lejos cuando se
tiene la sensibilidad, el ánimo de ser transportado.
Lo peor es que el pasaje ya cuesta 5 pesos, no más viajes por la ciudad =(
ResponderEliminarPuts!, ¿y las fotos goey? Tu entrada no sólo ilustra sobre lo importante y denuncia lo que se hace en la mayoría de los viajes, también es un consuelo para aquel que no tiene un quinto, léase Vago, para dar la vueltecita al mundo. AUnque de igual modo, incrementa las ganas de tomar la maleta y salir hacia ninguna parte.
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