De
ningún modo puede ya ser novedoso un escritor que relate cómo no sabía de qué
escribir y termine haciéndolo de todos modos. La falta de temas ha derivado en
genialidades como el soneto de Lope que da título a esta entrada e implica una reflexión
a veces lúdica sobre la forma o sobre el ejercicio mismo de la escritura.
Pero mi anécdota implicaría que el título se acercara
más bien a Bécquer, con eso de: “podrá no haber poetas, pero siempre habrá
poesía” pues pasé de no tener idea de qué escribir al exceso de temas en el
breve recorrido del Metro Etiopía hasta mi casa, diez minutos de caminata
apenas. Cuestión de cruzar la calle y ver un balcón: una pareja joven regaba
las macetas en pijama, tomados de la mano (recién casados, seguro) ¡qué dulzura
de cotidianeidad! Y me vi abajo, pateando calles apestosas, solo. Recordé a
Bonifaz: “para los que miran desde afuera,/ de noche, las casas iluminadas,/ y
a veces quisieran estar adentro:/ compartir con alguien mesa y cobijas…” Tenía
un tema, que a la vez hubiera sido un homenaje.
Bastaron unos pasos masticando esto para que
recordara que no estaba tan solo, y que precisamente por no estarlo había
pasado un par de horas esperando en una sala. Pensé en hablar del tiempo, en lo
irónico que suele ser cómo lo valoramos tanto para terminar perdiéndolo en
cosas tan fútiles y absurdas; para temas así era necesario que el soneto del
tiempo y la cuenta de Guevara dejara sonar sus ecos. Pero lo descarté, porque
el tiempo es un tema muy ambicioso para textos tan breves, aunque se le pudiera
acotar la perspectiva.
En esa misma sala de espera había leído un par de
columnas en un periódico gratuito; tan mal escritas, tan mediocremente
críticas: en una, el escritor dedicó más líneas a presumir sus bicicletas y su
jeep que a juzgar el programa Ecobici del gobierno de la ciudad. Un texto
intragable, la verdad, pero dedicar más de diez líneas a los malos periodistas –
y hablar de los malos es como pasarle lista al gremio –da verdadera hueva. Se
aprovecha mejor el tiempo en la sala de un dentista que no nos va a atender.
Al cruzar Petén recordé esos años en que mi padre me
había prohibido dedicarme a la literatura por ser oficio poco lucrativo (con lo
bueno que había sido él para lucrar, y mi madre para lidiar con las deudas de sus
redituables negocios) y cómo un día, desesperado y necesitado de soledad, salí
corriendo al campo con una libreta y una pluma, a escribir cinco o siete
páginas por puro impulso, hasta que cayó la noche y seguí escribiendo a
oscuras, casi a ciegas, calculando los espacios en el papel, garrapateando,
para que al volver a casa mi padre me interrogara y yo hiciera del
interrogatorio un nuevo motivo de escritura. Una anécdota que quizá podría
sazonarse mejor, con el tiempo necesario. Era sólo un recuerdo, y cuando éstos
no se relacionan con otra cosa son sólo actos involuntarios de memoria, carentes
de sentido. Las anécdotas sin sentido son para contarse junto a la hoguera, no
para ponerse por escrito. Descartado.
Treinta pasos más, pudieron ser cincuenta. Una
pareja mal encarada bajaba bultos voluminosos de un elegante Audi blanco: Apúrate
porque me pican los moscos –dijo ella. “Apúrate” –repetí yo– presente de
imperativo. La entrada también podría versar sobre las desventajas de ignorar
el lenguaje: hablar con tanto imperativo podría hacer que a la larga esta chica
terminara por parecerle demasiado mandona al marido. Si al menos tuviera conciencia,
la más mínima, de lo que podía significar el empleo de ese tiempo quizá cambiara
el rumbo de su relación: conocer sus palabras para conocerse ella misma, para
hacer menos infeliz al infeliz. Puse en contraste a estos casados parlanchines (les
di por lo menos tres años de un cada vez más degradado matrimonio) con los
empijamados silenciosos que regaban las plantas: la felicidad y el silencio. Un
tema que podía ser dos; eso de las parejas daba buena tela, pero este sastre es
misceláneo y puede que hoy no tuviera muchas ganas de aterrizar. Al menos no hay
Violante que me mande a hacerle nada, ni estoy obligado a contar los catorce
versos que “dicen que es soneto”. Lo que sí, es que “está hecho”, de eso no me
cabe la menor duda.
mira tú, haciendo homenajes en prosa. Me gustó la última historia o el último terceto, digo, párrafo, allí hay un cuento o una novela con un crimen. Pero, también los recuerdos del pasado me gustan Pati..., el amor, la pareja, diría algo, pero no soy cursi. Del gremio periodístico, no diré nada, digo, uno nunca sabe de qué terminará tragando.
ResponderEliminarMe gustó tu entrada me hizo caminar por ese barrio ya casi mío. Saludos