No
sé por qué me hubiera gustado empezar diciendo, como el narrador de Proust: “Desde
hace tiempo he estado acostándome temprano”, pero es falso, las vacaciones me
permiten darle mis mañanas al sueño y casi siempre me acuesto tarde; además, la
misma relajación vacacional o quizá los medicamentos para la gripe hacen de mis
noches un recinto inmejorable para el sueño que en nada se parece a los
atormentados insomnios del pequeño personaje de la novela.
Una de las ventajas del sueño radica
precisamente en la clase de cosas que nos hace ver y el modo como las hace
parecer verosímiles por absurdas que parezcan. Aunque no siempre son absurdos y
muchas veces nos espante su parecido con la realidad, se trata de un material
al que difícilmente renunciaríamos. Hay sueños que no olvidamos nunca y a los
que guardamos el mismo particular afecto con que solemos rememorar pasajes
especiales de nuestra vida. Es así como esta noche me encontré a la puerta de
mi casa a uno de los mejores amigos de mi infancia, a quien ahora veo con muy
poca frecuencia. Su mirada estaba ensombrecida, la atmósfera, casi siempre azul
de mi pueblo, ahora lucía fúnebre como el rostro del amigo. Venía a decirme,
tratando de vencer la turbación de sus emociones, que acababa de enterrar a su
padre en el terreno baldío que ha habido siempre junto a mi casa, para –según
él– dejarlo en compañía del mío que él sabía sepultado también en ese lugar
–para que se hagan compañía–. De haber estado lúcido la carcajada hubiera sido
inevitable: si bien mi padre yace ya bajo tierra, está en un panteón bastante
lejano; y el padre de Ricardo, hasta donde tengo noticia, relativamente
reciente, vive aún y todavía tiene las fuerzas para trabajar.
Sin embargo, la atmósfera del sueño y el
dolor en el rostro de mi amigo hicieron que mi reacción en el sueño fuera
totalmente en conformidad con sus circunstancias. Me vi a mí mismo presa de un
dolor tan terrible como si mi padre hubiera muerto de nuevo, como si la empatía
causada por el sueño fuera capaz de despertar ese recuerdo tormentoso tan vívidamente
como si volviera a experimentarlo. Sobre la intensidad de estos recuerdos se ha
escrito una novela única, tal vez por eso me hubiera gustado empezar la entrada
con las palabras de Proust.
Más grave aún es pensar en aquellos
sueños que representan una conexión extraña con el mundo porque nos adelantan
cosas de él, inesperadas para nosotros, pues están dotados de un poder
premonitorio. Afortunadamente, esos sueños son muy poco frecuentes en mí, y
cuando ocurren, generalmente se relacionan con eventos de poca importancia. De
ser el caso, tendría que salir en busca de mi amigo y de ese pasado que él
representa. Esa búsqueda sería una forma quizá de recuperar el tiempo perdido,
donde mi pasado infantil se reconectaría con el presente no sólo a través de la
memoria, sino más radicalmente con la fuerza material de los hechos.
Evidentemente las circunstancias del reencuentro serían de lo más oscuras, pero
también, por eso mismo, podrían revestirse de la intensidad necesaria.
Sé que el Psicoanálisis está bastante
superado, pero presiento que volver a ese pasado por un mandato del sueño o del
inconsciente podrían tener alguna significación especial, como la de que mi
amigo es un hermano perdido y como si esta pérdida común (todavía imaginaria)
del padre me lo hiciera nuevamente necesario, o me hiciera a mí necesario
nuevamente para él. Porque en el remoto pasado de la infancia los afectos son
más bien necesidades que vamos perdiendo conforme la vida nos hace conscientes
de nuestras propias fuerzas o conforme nos obliga con su dureza a valernos de
ella por nosotros mismos, haciendo de los afectos una carga inútil o un estorbo
para la realización de nuestras metas, quién sabe si no impuestas por nuestro
enrolamiento en el mundo de los adultos, en el que las cosas “importantes” no
tienen nada que ver con aquello que en verdad nos importaba cuando niños y que
por alguna inesperada razón, tan anodina –dirán algunos– como lo es el sueño,
vuelven de pronto a sernos importantes y necesarias. ¿Buscaré a Ricardo?
¿Llevaré las peroraciones a los hechos? Tal vez, pero eso ya será otra
experiencia que quizá tenga menos relación con Proust y con los sueños y quizá
tampoco sea una pérdida de tiempo.