Como
todo profano, una canción de Café Tacuba me llevó a la lectura de Las batallas en el desierto de José
Emilio Pacheco. La canción me agradaba, y la novelita, que leí en un par de horas
mientras regresaba a casa (tal vez de la preparatoria o de mi primer fallido
intento de universitario) me pareció bastante divertida. Nada como el placer de
haber leído un libro completo en un día. Algún comentario favorable debí hacer
llegando a casa, pues mi madre tomó el libro; a la noche de ese mismo día ya lo
había terminado. No sabía qué hacer con
él. Faltaba una semana para devolverlo a la biblioteca, así que pasó por las
manos de mis hermanas y luego volvió a mí. Luego me enteré de que los préstamos
podían devolverse antes de la fecha indicada en la tarjeta y respiré. Podía
sacar otro libro.
Pocos
años después, Carlos y Mariana compartieron el sinuoso y vomitivo camino hasta
la costa de Oaxaca en un viaje de fin de semana. Mi primo había comprado el
libro y al parecer estaba por terminarlo. Yo llevaba alguna otra lectura, y en
esas horas ociosas sin sueño de la playa no había para nosotros mejor ocupación
que la lectura. Mi otro primo no se hallaba, había dormido demasiado, había
comido hasta saciarse y no sabía nadar; el aburrimiento lo llevó al acto en él
insólito de tomar un libro y sentarse con nosotros. Algunas risotadas se le
escapaban mientras se sacudía las moscas de la espalda enrojecida. Hora y media
después se levantó –Está chido. Y fue a refrescarse con las olas. Lo acompañé. Tras
subir la sierra de regreso, Carlos y Mariana volvieron a su sitio en la casa de
La Viga.
Caerían
después en mis manos El principio del
placer y Los elementos de la noche, para tener algo más de que asir este
texto revisé un par de antologías poéticas en la red. No daba aún con el filón de
esa mina dicen ser la obra de Pacheco, y no soy muy paciente que digamos, mas
no lo tomé a mal.
Ya
en los años de la maestría, me invitaron a un círculo de lectura sobre Borges.
Asistí a las sesiones que pude, pues respetaba mucho a los compañeros
organizadores, amantes y expertos de su obra, defensores de ella en el terreno del
texto académico sin titubear tampoco en llevarla al de los puños. Aunque yo no
lo haría (quizá soy demasiado lego), lo entiendo. Borges lo merece. Un buen
día, uno de los invitados llevó la Sangre
de Medusa y propuso su lectura en clave borgiana. Funcionaba, sí, pero el
autor quedó muy mal parado. Si se llevó a cabo la reunión para comentar los
textos hice bien en no asistir. Los compañeros del círculo borgiano siguen
siendo mis amigos.
Sin
ser una declaración oficial, presiento que he tenido suficiente. Hay mucho por
leer y prefiero buscar otras minas. No me lamento de lo encontrado, no. Mas no
es ni de lejos el caso de los libros que decía Borges enorgullecerse de haber
leído.
Entre
la pompa fúnebre, entre la letanía lacrimosa de los homenajes públicos, entre
las elegías intelectualoides de las redes sociales, un compañero compartió un
enlace donde se podían leer cinco textos de Gerardo Deniz sobre José Emilio
Pacheco (pongo el enlace al final). Quien aprecie la belleza de la entraña, la
estética del odio y el sabor del chisme literario encontrará cinco joyitas de la
farándula cultural mexicana. No abogo por Deniz, y reconozco no tener elementos
suficientes para apoyar sus opiniones, pero esos textos son, probablemente, entre
todo aquello donde el nombre de Pacheco salga involucrado, lo más rescatable
que he leído.
Es
curioso, porque en el coro de las elegías escucho las voces de personas a las que
respeto mucho como lectores y me parece que su llanto es sincero. El problema podría
ser yo, sin duda. Pero mientras no logre entenderlo como se debe (o como dicen
que se debe), mi opinión no será más benevolente que la de mi primo en la playa.
–Está chido. Y lo seguiré recomendando a los alumnos con tal de que no
descuelguen por los senderos iniciáticos de Coelho, Gaby Vargas o Bucay.
Tanto los textos de Deniz, el detractor, como
las sentidas lágrimas de mis compañeros, los fans, tendrán sus razones no
siempre fáciles de penetrar. A fin de
cuentas, por muy José Emilio Pacheco, por muy Premio Cervantes que seamos,
también se nos pueden caer los pantalones en público, y no nos quedará más que reírnos.
Tan humanos y divinos a la vez. http://www.scribd.com/doc/132835979/Cinco-textos-de-Gerardo-Deniz-acerca-de-Jose-Emilio-Pacheco
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