Uno
de los de los personajes más abyectos que recuerdo en nuestra literatura aparece
en la novela más breve de José Revueltas, El
apando. Como resultado del arte del narrador, mi imaginación y la buena
adaptación cinematográfica de Felipe Cazals, los tres elementos se congregan en
la figura imborrable del “Carajo”, cobarde y feo humanoide indiferente a la
ignominia, adicto a cualquier placer, por indigno y efímero que sea, capaz de
“chingar” a su madre con tal de salvar su propio pellejo.
Ante
la necesidad de hacer pasar cocaína al penal, el Carajo no tiene reparos en
hacer que su madre se introduzca la droga en la vagina, bajo el entendido de
que a ella no la revisan en los controles de seguridad, como a las novias de
los otros presos. En el sentido simbólico-sexual, el Carajo chingó a su madre.
Una vez descubierta la droga por los custodios, los culpables son enjaulados y
golpeados por los oficiales para que confiesen cómo consiguieron la coca. En el
límite de la humillación y del dolor, el Carajo grita que “ahí, en las verijas”
de su madre encontrarán la droga. La chingó de nuevo.
La
patria y la tierra son madres simbólicas violadas una y otra vez por los
vencedores de la historia y de la guerra por el dinero. En la mañana leía sin
sorpresa un artículo sobre los “niños de la guerra”, hijos de violaciones que,
sin ser un escándalo histórico, perpetraron los soldados aliados contra las
mujeres alemanas. Los ganadores tienen más de un botín. Pero la guerra por el
dinero no parece contentar nunca sus ambiciones: suenan cada vez más fuerte los
rumores sobre la privatización del agua en el país. Los hijos de puta son y
serán siempre hijos de puta. Ningún remordimiento les cabe en el hecho de que
al limitar el acceso al líquido incurren en una violación a los Derechos
Humanos, instancia –dicho sea de paso– de lo más accesorio en países como el
nuestro.
No
sé si haya quien los juzgue alguna vez. Pero ellos no son lo preocupante,
porque los hijos de puta saben lavarse las manos y las camisas detrás de
costosos escritorios, cargos públicos y una capacidad inagotable de soborno y
compra de silencios. Esos ni pisan la cárcel ni han aparecido en obras
literarias que yo recuerde ahora.
A
mí me preocupa el Carajo, los miles de carajos y carajas que habitan nuestro
país y sirven a los hijos de puta en espera de no sé qué absurdas recompensas. Ignoro
con cuánto dinero se les incita para irrumpir en asambleas democráticas,
alborotar, destruir y golpear gente que defiende lo poco que tiene. Voy al grano con tres ejemplos: 1) en el
municipio de Nicolás Romero un grupo de personas, entre ellos el Director del
Gobierno Municipal, irrumpió en una asamblea de la Comisión Local de Agua
Potable; golpeó e incluso se acusa de abusos sexuales contra integrantes de la
asamblea que discutía el suministro de agua en la comunidad; 2) un grupo de antorchistas entran por la
fuerza en una escuela en Guerrero y golpean a palos a los maestros, no puedo ya
recordar el supuesto motivo; 3) todos hemos visto los abusos de la policía en
las manifestaciones ciudadanas.
Ese
ser tan miserable que parece mentira, cuidadosamente colocado en una cárcel por
su autor, no sólo logró escapar de ella; además ha dejado una descendencia que
debería atemorizarnos. Si quinientos pesos valen irle a romper cobardemente la
cabeza a una maestra con un palo, pisotear con escudos, botas y toletes a
familias; si un bono en el cheque quincenal o una despensa o una playera son
suficientes para reventar una asamblea que intenta resolver problemas reales,
la progenie del Carajo nos vigila.
Como intento de esperanza aludo a su cobardía:
el Carajo siempre actuaba por miedo y por comodidad; tal es su miseria que
chinga a su madre para no recibir un golpe además de los que ya le han dado.
Una vez fugado de donde siempre debería de estar (la cárcel o la sala de
esterilizaciones), el Carajo actuará en grupo y a la sombra de quien pueda
brindarle temporalmente algún refugio, echarle un hueso. No dudará, cuando las
cosas cambien, en clavarles un tornillo o un trozo de vidrio por la espalda. Si
los hijos de puta se fían demasiado, van a ser traicionados. El día que el Hijo
de la Gran Puta sea vencido, el Carajo encontrará cómo sobrevivir. Son
cucarachas, son la escoria, pero son plaga y estamos rodeados de ellos por todos
lados. En la literatura estaban bien, pero son reales. Me disculpo por la bilis
segregada. Me tranquiliza saber que estas líneas no dañan más que la sed o un
garrotazo en la cabeza.
En clase hablamos un poco sobre el Carajo, aunque en otros términos, no sé si se pueda eximir a este personajeo, simbólicamente hablando, pero a esos hijos de la chingada que lucran con la vida de todo un pueblo por supuesto que no. Buena entrada.
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