PAX y olvido
Veo
esta palabra en el papel que acaban de darme en la ventanilla de una estación de
autobuses. Ese día estuve en cuatro ciudades, no vale la pena
recordar dónde fue. PAX y el número del asiento que debo ocupar. Varias de
esas ciudades están construidas sobre ruinas romanas. PAX y la ausencia de minúsculas
en el abecedario latino. Paz, en nuestra lengua suavizada por las minúsculas, por dos
milenios de guerras y cristianismo. Una lengua acaso no tan augusta y sin
mayúsculas en piedra. Tal vez será olvidada.
PAX
y olvido, dejar atrás momentos y ciudades para ganar kilómetros, millas aéreas,
ítems para el repertorio de los rostros, cruces para las ciudades del mapa que
adorna el muro de nuestra recámara y traza el itinerario de nuestra vida. Siempre
tuve claro que la palabra se refería al pasajero, a varios, incluso. En ninguna
de las lenguas que creo conocer la palabra tiene una equis. Me pregunto de
dónde salió y la pregunta es la respuesta, la incógnita. PAX es la casilla
vacía que llenamos con nuestro nombre al registramos en la taquilla, con
nuestro cuerpo al abordar el autobús. Podemos ser cualquiera.
En
los no lugares del tránsito, los que están al pie del camino, somos cualquiera.
Ninguno llega para quedarse. Rostros y nombres son indistintos para los
espacios dedicados al pasaje. El registro carece de sentido, atranca el
engranaje de las partidas y las llegadas. Veo mi nombre en la parte superior
del billete y entiendo que la única concesión que recibimos es poder conservar,
en ese diminuto rectángulo de papel, la memoria de nuestro tránsito. Pero esto
solo ocurre para viajes largos, los que merecen algún recuerdo.
NO
TE ENAMORARÁS DURANTE EL VIAJE. Los romanos habrían escrito con mayúsculas, en
piedra, este mandamiento que parece incompatible con la disposición a encontrar,
característica de los viajeros. Hay que aprender el amor del soldado, que toma
la ciudad y la abandona o se queda a cuidarla para otros, sin establecerse. Hay
viajes que duran menos que un verano, así que recordar tu rostro, el ademán con
que te acomodas el cabello o me sonríes, atenta contra mi condición de PAX, me
perturba, y aunque la turbación también suele ser pasajera, su naturaleza es sedentaria.
El amor y los placeres quieren durar, pero pronto habremos de ocupar un nuevo asiento (palabra paradójica para quien
ha decidido no asentarse) y habrá que dejar atrás. Me quedo con tu nombre que
cada día pronunciaré menos veces; con alguna foto, tuya o nuestra, a la que se
irán sobreponiendo fotos de nuevas ciudades y paisajes, tantas, que pronto me
será imposible encontrarla. PAX y olvido.
Cuatro
ciudades en un solo día: la de partida, dos visitadas, la de llegada; Viana,
Braga, Guimarães, Aveiro. Aunque los horarios en las estaciones rodoviarias y de trenes nos recuerdan
que somos itinerantes, la costumbre del sedentarismo parece empujarnos a
detenernos en un mirador, en el cuarto de hotel, en la voz que precede a un rostro
sabio, a una cara bonita. Como el viaje es una experiencia estética y las
portuguesas son mayoritariamente guapas, vale la pena detenerse, pero esto contradice
mi condición de PAX, que cuenta el tiempo justo para alcanzar mi lugar en el
autobús, los muy pocos minutos de retraso con que parte cada vez. Me detengo
como puedo, cuando necesito recobrar el aliento después de una cuesta muy
pronunciada. Habrá que hablar de la correlación entre la belleza de las
ciudades portuguesas y su tortuosa disposición de montaña que rompe mis hábitos
andariegos, mi costumbre arquitectónica de mesetas y lagos desecados.
Aveiro.
Me siento a la mesa de una pastelaria
después de haber dejado la mochila en la habitación más fea de todo mi viaje. Como
con avidez lo que es casi mi primer alimento del día: rissois fríos de camarón, croquetas frías de bacalao, una superbock. Dan las diez de la noche y en
la tele juegan dos equipos africanos. Mañana será un día de playa y fotos
coloridas. Basta de ser PAX por hoy (para los hoteleros lo sigo siendo).
Un
inconveniente previsto: tendré que cambiarme de hostal. La mochila pesa porque
he cometido el error de llenarla de vino que, por una diferencia razonable, podría
comprar en Évora, en casa, pues. El calor, la soledad y el precio del vino me
han convertido en un alcohólico bastante funcional. Dejo la habitación inhumana
y salgo a recorrer la ciudad, la “Venecia portuguesa” –rezan las guías turísticas.
Un fraude que se vuelve asequible conforme el sol aviva los colores de las
fachadas. Me dirijo a la segunda habitación inhumana (sin recepción, sin nadie
que se haga cargo de cualquier eventualidad) dispuesto a todo. No sólo la
habitación es mejor y está a veinte pasos de la estación del tren, sino que me
entregan la llave dos lugareñas guapísimas. Sé que no van a quedarse, pero el aislamiento
en estos días ha sido tal, que me reconforta escuchar la explicación de los
horarios mientras una de ellas me muestra la casa de banho, la cozinha,
el balconcito para fumar. Estaba malhumorada, pero ya sonríe cuando me escucha
el obrigado al alargarme la llave. Devuelvo
la sonrisa y la veo llevarse la mano al escote, sonrojarse. Tal vez he visto de
más. Las escucho discutir escaleras abajo, yo no era la causa del mal humor.
Ir
a la playa en bicicleta es impensable con este sol. Habrá que ser PAX otra vez.
El barrio de los pescadores y sus casas pintadas con franjas, dunas de arena
casi blanca, agua fría que se vuelve soportable conforme avanza la tarde. Me
baño y soy feliz unas horas. PAX prolongada en el camino de vuelta, en la
botella de vino que voy vaciando a lo largo de la noche en una cama que me
queda demasiado grande.
Una
vieja ciudad universitaria es la última parada antes de volver a casa, Coimbra.
Estoy tan cansado (y probablemente tan crudo) que me dejo llevar como turista.
No doy con los espíritus de Pedro e Inés ni el puente que lleva su nombre, ni
en el Penedo da Saudade. Todo lo bueno está en la Universidade y tal vez en el
monasterio gótico que ya no tuve tiempo de ver…
Tener
tiempo, hacerse tiempo. Leo a Kapuscinski, tres días después, en casa: “Los
hombres del lugar, los africanos, perciben el tiempo de manera bien diferente.
El tiempo es algo que el hombre puede crear, pues la existencia del tiempo se
manifiesta a través de los acontecimientos, y el hecho de que un acontecimiento
se produzca o no, no depende sino del hombre. En alguna parte del mundo fluye y
circula una energía misteriosa, la cual, si viene a buscarnos, si nos llena,
nos dará la fuerza para poner en marcha el tiempo: entonces algo empezará a
ocurrir”. Pensado en modo africano, no vi el monasterio porque no quise. Pude
ser PAX con destino a Évora algunas horas más tarde y crear el tiempo del
monasterio gótico.
NO
TE ENAMORARÁS DURANTE EL VIAJE. Pensándolo así, en modo africano, esta regla
romana carece de sentido, porque el tiempo creado no es pasajero, no es PAX.
Que el tiempo dependa de la voluntad, esa energía misteriosa, es la más
schopenhaueriana de las soluciones, y al mismo tiempo, la más fatal y
accidental. Corrijo entonces: no vi el monasterio porque no quise, sino porque
no tenía que verlo. No fue por falta de tiempo, fue por falta de voluntad, de
fuerza. Este elemento incide en que pueda crear el tiempo del amor y dedicarte mi
energía, mis palabras. Incide también en mi capacidad para crear el tiempo del
olvido cuando tenga la certeza de que me traerá la PAX, provisoriamente, en lo que un nuevo tiempo
del amor viene a pedirme que lo forje.
Coimbra
y las ciudades del norte se han quedado atrás, contigo. Estoy una vez más en
modo alentejano, en esta casa improvisada que me exige crear el tiempo del
silencio.
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