Pocos
finales hay tan tristes como el del silencio, un silencio que se impone como
una losa. Si te hablo a ti es porque quiero resonar como el eco de un grito en
una caverna vacía, un mundo muerto y subterráneo que contesta con el reflejo de
mi propia voz anegada en sus dichos y en tus enunciados que flotaban en una atmósfera
virtual. Toda tu imagen se diluye bajo el peso del silencio: las sonrisas figuradas,
los ensayos de una mueca que se rompe al abrir los ojos, los caminos que la
imaginación me hacía andar hasta tu aliento. Una construcción se elevaba a sí
propia sobre el cimiento de las palabras, sin el mínimo peso de la tinta, sin
la rugosidad del papel en los dedos; palabras que iban apareciendo en la
pantalla y que no sabía a quién atribuir, una fotografía que cualquiera podría
calificar de fantástica: no hay chicas así en la realidad, por eso prefiero
huir a la alterna, a la que viaja en código binario para traducirse en palabras
que son más bien caricias, en oraciones que parecen transfigurarse en sonrisas
o rostros posibles, labios apenas delineados.
Cuando se construye con palabras, el riesgo de
equivocarse es tan alto que el edificio puede caer si una pieza no se ajusta
correctamente: el lector puede malinterpretar un signo, quererle ver la carne a
la pintura, y siempre se lleva una decepción. Si el mundo que nos inventamos no
amplía el que vivimos, nos parece inútil, terminamos por abandonarlo. Y el
abandono es silencioso como las calles de una ciudad desierta bajo un sol de
plomo; se manifiesta el peso de la cosa en sí misma, porque pierde los ejes de
gravitación que lo mantenían a flote, como la involución de una estrella
colapsando en agujero negro, consumida por sus propias fuerzas faltas de
tensión con el resto del universo. Y nuestro universo de palabras, Melany, se disuelve
en el silencio oscuro de la realidad cruda donde mi tecleo desesperado choca
contra unas letras que aparecen en una pantalla plana, inarticuladas en la
espera de una respuesta que no llega, un monólogo incoherente donde sabemos que
faltan elementos pero no sabemos cómo reemplazarlos, porque la voz de cada ser
(virtual o real) es única, pues la voz define la esencia de cada personaje, de cada uno de nosotros.
Quisiera tener el poder de decir: “yo te creé,
Melany, yo construí lo que tú eras en la imaginación, con mis palabras, como un
autor creando un diálogo, tu director de escena corrigiéndote cada detalle,
mejorando el guión”, pero no lo tengo, porque también eres, a la vez, una Cristina que nunca
he visto y que con la sola omisión del pulso de sus dedos sobre el teclado puede
asesinar a una creación de años, una creación conjunta que se alimentaba del diálogo
y de las emociones que nuestras palabras provocaban en el otro, hablando ambos
a través de Melany, una entelequia, una chica indescifrable e intangible,
inteligente y sensible como un ser real que quisiéramos encontrar alguna vez,
si lo hubiera, si pudiéramos hacerlo pisar las calles y saludarnos de mano o
con un beso.
La ventana continúa abierta y tu respuesta no aparece,
mis palabras se van disolviendo en la luminosidad del monitor, pierden sentido; van cayendo desde la atmósfera que empezamos por inventar alguna vez y
mantuvimos en el aire de la mente, de la memoria y la ilusión de estar con
alguien en momentos clave, o simplemente por la casualidad, o la leve bondad de la
red. Mis palabras iniciales -un
saludo y una simple pregunta-,
proyectadas para quedar fijadas en esa estructura flotante de enunciados,
una vez acabada su inercia, vuelven a mí atraídas por su propio peso,
devolviéndome la voz absurda de la soledad, del desengaño; la pantalla con mi sola
voz que sólo se oye a sí misma y me devuelve la conciencia de las manos sobre
el teclado dispuestas a lanzar cualquier cosa, tal vez una pelota que nadie
devolverá, aniquilando el juego y diluyéndolo en el eco cada vez más remoto de
sus rebotes sobre el pavimento infinitamente inaprensible de la ciudad.
http://patidifuso.blogspot.mx/2012/02/melany-o-la-levedad-del-net.html
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