viernes, 22 de junio de 2012

Echando al aire tus carnes

Spencer Tunick, México, 2007.

  
[…] mientras yo duermo, obedeciendo tus consejos, tú te desviases un poco lejos de aquí, y con las riendas de Rocinante, echando al aire tus carnes,
 te dieses trecientos o cuatrocientos azotes...

Todos las tenemos y todos las ocultamos. En la carne encerramos el poder elemental  -tal vez incontrolable- de nuestra naturaleza, pero también la debilidad de lo sensible y la inocencia primigenia, porque en la desnudez está la pureza del cuerpo que abandonamos al negar a otros lo que somos con el disfraz de las prendas. Tapar un pecho o un pubis, tapar incluso el pliegue de la piel en el codo o en el cuello, es negar parte de la verdad de lo que soy, ponerle un velo a la rama del árbol donde podría estar escondido el verdadero fruto. Algo nos guardamos para nosotros y lo retiramos de la vida, lo dejamos pudrir dentro, avaramente.
La plancha del zócalo en México, como muchos otros lugares públicos del planeta han servido, al menos a quienes hemos sido parte de ello, para quitar esos velos y conocer la verdad de los cuerpos en toda su pureza. Una fiesta de absoluta diversidad: se rompen los estereotipos, sin la etiqueta de la ropa no somos más que nosotros mismos y acabamos por darnos cuenta de que somos únicos, irrepetibles en cada gramo y cada centímetro de la carne y de la piel. El aire se llena de desnudeces y la mole de cemento huele a naturaleza; es la experiencia estética de un cuerpo reducido a su verdad, se respira comunión y fiesta, también temor: alguien observa desde lo alto, parapetado en la cobardía de un balcón: hombres de iglesia con una mano en los catalejos y otra en la entrepierna, hombres de esos que usan mucha ropa para enseñarnos a vivir y arrepentirnos de los pecados, dirigiendo nuestras vidas y agregándoles disfraces, ocultándonos, ocultándose.
El paraíso está abajo, en las calles donde caminamos los miles, con las carnes al aire, sin tocar más que al cuerpo ya conocido, sin mostrar la menor intención de violentarnos ni dejarnos llevar por el deseo, que no tiene lugar en condiciones de igual susceptibilidad: soy tan frágil como todos. Tengo tantos defectos como el de al lado y a la vez soy tan bello como la joven que camina sobre la banqueta; un trasero gordo y asimétrico vale igual que uno liso y torneado porque se corresponden en la unidad del cuerpo que los porta. Los lisiados son perfectos en su diferencia, venus de Milo redivivas más de veinte siglos después.
El fotógrafo aprecia los tonos disímiles de cada piel, los reflejos y sombras de la luz naciente sobre sus hombros. Amor de la imagen y de la lente. Quizá no sabe que la atmósfera creada por la desnudez matiza sus obras y las adoba de humanidad, pero de humanidad primera que no conocía la tela ni el harapo. El espacio se transforma, reverdecen los símbolos arquitectónicos de las cosmópolis y se siente un fluir de agua pasada que nos devuelve al encanto adánico. Eva no volverá a pecar, está desnuda nuevamente y no conoce la verdad, la lleva consigo.
Se nos condena por darle la espalda a la catedral, por mostrarle abiertamente nuestras carnes. La indecencia y la inmoralidad nos persiguen, nos azotan desde los púlpitos, desde las palestras ultramodernas del progreso. Pero no hicimos más que echar las carnes al aire, caminar y mostrarnos, solidarizarnos con el arte y con la verdad, tomar el sol y a la vez padecer frío la mexicana mañana de mayo de 2007, mucho tiempo después de que Cristo se mostrara desnudo en una cruz y de que otros “venerables” hombres le cubrieran las vergüenzas a quien no podía tenerlas.

1 comentario:

  1. Al menos la letra me protege del olor o el "perfume humano" de esa mañana de Mayo fría de 2007, aunque la baja temperatura, ciertamente, hace más interesante la desnudez.
    ¿La verdad de la carne –no me acuerdo de quién era ese verso- estará en su desnudez o en el ojo de quien la observa? Ya sea la religión, el arte mismo -que muchas veces la oculta al develarla- o el otro. Siempre ese otro que tanto temo -que puedo ser yo mismo mirándome ante el espejo- y me impide ser parte consustancial -mirón podría serlo- de ese tipo de experiencias tan a lo vivo, tan al natural.

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