sábado, 15 de septiembre de 2012

Una pasajera idea sobre algo no tan pasajero



Te vi desde que estabas en la acera a través del paño traslúcido de la ventana del autobús recién formado por la lluvia y el calor de los que venimos dentro. Reconozco difícil no recurrir a los lugares comunes que suelen se usarse cuando tu silueta desplegaba un brazo para que pedir parada y abordar. Y es que, con todo y su olor a gente cansada -de la jornada laboral o de la monótona vida de una ciudad abigarrada en su propia uniformidad- el calor humano de la cabina era acogedor frente a las sombras frías que la brisa trazaba en las banquetas a la intemperie. Y no sé si un instinto paternal de protección, la nostalgia de un cuerpo frío que contagiara al mío de sus temblores, un mero afán de posesión, dictaron que tomara a mi cargo la misión de que te sentaras en el asiento contiguo, misión inexplicablemente lograda con ese solo lenguaje de la voluntad, que ni mira, ni habla, que apenas disimula desinterés, desenfado, tal vez concentración en un lectura interrumpida desde tu aparición en la acera.
Y ya una vez a mi lado, la sensación de orgullo se evaporó sobre los asientos y los pasajeros que te miraban como el recién llegado que eras, un elemento extraño que apenas empezaba a definir sus contornos para romper el silencio monótono de las imágenes que, para quien viaja en autobús a diario, forma parte de un escenario grismente habitual. Pero hablaba del orgullo, porque aun habiendo varias plazas, te sentaste al lado mío y llenaste esa ansiedad de aire y de intemperie, de frío y belleza viva que la larga exposición a la indolencia cálida de adentro me había despertado junto con el hormigueo en las piernas. Sin conocerte, sin haber cruzado palabra o mirada premonitoria alguna, me sentí privilegiado por tu presencia, como si en tu sola belleza -fácil de notar incluso a través de un vidrio empañado- se encerraran más cualidades silenciosas del mundo. La belleza debe ser un don, un presente que se da de gracia –pensé. No es el enamoramiento ni el ansia de la carne viva bajo una chaqueta de piel, no es mi galanteo frustrado ni la vaga influencia de películas cursis lo que me hizo sentir especial por compartir contigo el asiento. Tampoco pensé en el azar ni en destinos entrecruzados, porque al fin y al cabo, esta experiencia es tan sólo pasajera, como cualquier retorno a casa.
Ni siquiera voluntad de poseer, de tomar por asalto un edificio y hacerlo mío. Sólo ser partícipe, compartir de cerca un obsequio dado al mundo; los platónicos dirán que un reflejo de las ideas, pero yo no me meto en filosofías. La experiencia es más viva que cualquier abstracción y las palabras no dan, porque también parcelan la experiencia. Frente a Platón, Petrarca o Ficino, prefiero la llana sentenciosidad de Enrique Iglesias y su “experiencia religiosa”, o el “un alma y un sentido” que otro Enrique quería que buscáramos en todas las cosas. Una vivencia del bien, así de simple, que se toma la mano con la belleza y nos hace pensar que el mundo nos habla a través de sus manifestaciones más habituales, para decirnos que también es nuestro todo lo bueno, lo bello o lo sabio que hay en él.  
Y estas experiencias --instantes que quisiéramos retener como en un éxtasis-- al igual que el autobús sobre la avenida, avanzan y se desvanecen, cumplen su destino. Los pasajeros bajan en sus paradas habituales; la canción que desde el flamante iphone5 reventaba los oídos del chico de adelante también llega a su fin. Muevo apenas los labios para pedirte permiso porque voy reconociendo las calles de mi colonia, tengo que bajar. Una mirada y una sonrisa cordial coronan la vivencia, junto con tus piernas girando para no obstruirme el paso. Y tras tocar el timbre, una brizna húmeda me recuerda que es hora de afrontar mi destino, en un mundo que, desde ahora, compartimos.

1 comentario:

  1. Ese Odiseo o mi Simbad desbarado, entre tantas temperaturas me recordaste el "hielo abrasador" o "el fuego helado" o el "me vengo en seco" -ya de autor más contemporáneo. Pero a pesar del frío y del calor, el texto está muy bien atemperado.

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