Maquíllate
bien, recuerda que el brillo no es necesariamente lo más atractivo. Ellos seleccionan
a ojo, rápido, porque casi siempre están ansiosos; una gota de sudor, un brillo
fuera de lugar y lo pierdes. En cuanto se desconecta estás jodida, es esperar
de nuevo hacer caras estúpidas o fingir un ardor, una desesperada ansia de
saciedad. Algo que a nadie, finalmente, le es ajeno. Sonreír mientras te
retuerces sobre el colchón, actuar como muchachilla traviesa, curiosa y sin
temor, les encanta. Creen que en verdad lo tienen todo: juventud, compañía,
sensualidad; tres en uno. Ésta es la parte divertida, la más artística, si así
lo quieres: puedes sentirte actriz y dar placer al mismo tiempo. Bueno, las
actrices suelen darlo, pero sabes de qué hablo, de ese placer en el que nos
especializamos.
Hay
que practicar elasticidad, les gusta ver que las piernas se levantan sin dolor,
que hay fuerza de voluntad y goce a la vez en hacerlo. Eres de él, aunque en
realidad es tuyo: mientras está en línea el crédito de su tarjeta viene a dar a
tu cuenta y el banco se encarga de cobrar, tú ya no tienes nada que ver ahí,
haz lo que sabes y si lo haces bien, prosperas. Así es, como casi todo.
Sí,
claro que todos los trabajos tienen su parte aburrida. Si se llega a estropear
o desconfigurar la cámara hay que mover cables, sacudir el polvo, meterse entre
las carpetas y sabes que eso lleva tiempo; el tiempo es varo, y por eso estás,
bueno, estoy aquí. Es peor cuando no
puedes con el problema sola, porque entonces hay que llamar al idiota de las
computadoras. Ese cerdo que sólo porque es amigo del dueño (otro cerdo) se
siente con derecho de meterte mano, de darte nalgadas o si no, no soluciona
nada. Y todavía se hace el simpático el muy hijo de puta, de puta de a de
veras. El maldito se ha atrevido a pedirles cosas a otras, a las que están peor,
obligadas a esto para no vivir en la calle, a las que tienen chavos que
alimentar. Asqueroso. Pero tú sólo lo haces porque si no acabas a los estudios
no te aceptan de regreso en tu país; en cualquier momento lo dejas y buscas
otra cosa, pero casi no hay trabajos de cuatro horas que paguen como aquí y si
los tienes pegados y jadeando un buen rato te va mejor. Dicen que la maldita
vieja del dueño puede verlos también. Algunos no están tan mal, se podrían conseguir
algo real, en el mundo de afuera siempre hay buenos ligues si te quitas el
miedo, pero les gusta la seguridad de la pantalla. Se echan la mano ellos solos
-oí
decir a una.
Esto
también se disfruta: no es sólo disfrutar las posiciones, las sonrisas, las
estupideces que dicen cuando se quieren poner románticos o bloquear las bocinas
cuando empiezan a insultarte y creen que estás oyendo sus sandeces, sino
verlos: sus bocas húmedas, sus hombros cuando están desnudos, sus jadeos, su
ansiedad, sus ojos de niños a punto de cometer una travesura, el cuerpo y el miembro
de los más atrevidos. Es una buena gama de tonos, de grosores; luego no hay
proporción entre sus cuerpos debiluchos y los monstruos que cargan, o al revés.
Una se imagina cosas: un actor, un hombre de negocios, un jugador de rugby o un
futbolista. ¡Asquerosa perra a la que le se encontró con Ronaldinho! ¡Pobre de
él! Encima lo ponen en evidencia ante todo el mundo, este hipócrita mundo más
turbado de lo que debe por insignificancias. Ser puta cibernética y estudiosa
no está tan mal. Una se imagina cosas, cosas tontas e infantiles, por ejemplo, como
que un joven estudiante escribe una historia sobre ti al otro lado de la
pantalla y te busca sin encontrarte cada noche en el desván de las videollamadas
donde disfrutas con lo que provoca tu
propia imagen en el otro, cuando sabes que el tono del gemido fue adecuado, la
palabra justa o la excitante posición de tu pelvis ante la cámara, la abertura
exacta de los muslos como puerta a un mundo imposible que él sustituye con la
obstinación de su mano, y por supuesto, de su bolsillo. Una imagina tantas
cosas…
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