Me
he descubierto reflexionando y soliloquiando varias veces sobre lo que me
gustaría compartir de los textos que leo -y
en general de los hallazgos de la vida-
con los florecientes jóvenes a los que doy clase. Asuntos trascendentales que da gusto
penetrar, porque llevan del individuo hasta la patria, de la tradición
literaria a la metafísica, de nuestro modo de decir a nuestro modo de ser… pero
pronto descubro también que estoy escuchándome a mí mismo, viendo rincones del
mundo que muy, pero muy pocos vemos. No es un don que deba agradecerse, duele
de verdad notar lo incomprensible que llega a ser el hecho de que alguien se dé
a pensar en cosas que entran en la médula de la vida misma, por encima de nuestra
abarrotada cotidianeidad falta de tiempo.
Me siento en un bar con un par de amigos. Si hiciera
cuenta de mis conocidos que se dedican a esto por verdadero gusto, difícilmente
reuniría diez personas, a pesar del abarrotamiento de la Facultad de Filosofía.
Suponiendo que juntara a diez con las
buenas intenciones, la convicción y fuerza de trabajo de buenos ateneístas,
nada habríamos ganado. Los Reyes, los Vasconcelos, los Henríquez Ureña y quizá
los Torri vivían en una ciudad manejable, sin malls, teléfonos celulares,
pantallas de plasma y anuncios espectaculares. El eco de las balas revolucionarias
aún sonaba en aquel aire, había una sola Escuela Nacional Preparatoria, la
gente se ocupaba más por vivir, salía a las calles a enterarse del mundo que la
rodeaba, se conocía; no estaba obligada a barrer con la mercancía de los
escaparates, el dinero quizá rindiera más. No digo que fuera una edad de oro,
pero definitivamente no era ésta.
Si los ateneístas fueron monstruosos, tuvieron
pupilos cuyo brillo también envidiamos: de
su magisterio surgieron los Contemporáneos, los Paz, los Fuentes. Hay
conferencias de Reyes pronunciadas con menos años de los que tengo ahora; no me
culpo, quizá no fui dotado de talento, ser como Reyes es demasiado pedir. Pero
miro a mis muchachos preparatorianos que no saben ubicar Alemania en un mapa,
ignoran lo qué pasó en 1492 o en 1521, que difícilmente terminarán de leer esta
entrada, peor aun esa fabulosa novela que es Niebla y que, a pesar de sus iPhones, su ropa de marca y la
colegiatura que pagan cada mes a una institución que más que educar vende
certificados, jamás se les ha ocurrido lo vacío que es un hogar hispanohablante
sin un ejemplar de Don Quijote de la
Mancha. La pobreza se perdona, es una desgracia con la que se nace, un
accidente, quizá, al que muchos estamos expuestos; pero cuando hay medios, la
indolencia es un pecado terrible que ya empezamos a pagar ha largo tiempo.
Atrapados por la necesidad de sobrevivir en un mundo
donde todo es trabajar para pagar y pagar por vivir, los nuevos ateneístas (si
llegáramos a serlo) tendríamos que compartir nuestro proyecto cultural con el
mal recompensado magisterio, con el estudio (las becas de posgrado son uno de
los últimos milagros sociales), las labores domésticas (no tenemos criados como
los ateneístas), la administración del dinero, la lectura, la creación
literaria, la difusión, además de la ya casi prescindible vida privada. Nos
enfrentaríamos a un público envejecido por el mucho trabajo, aturdido por los
anuncios publicitarios y su obsesión de compras; una “aristocracia” frívola y
elegante, secundada por una clase media igualmente frívola pero envilecida por
una pobreza que sólo le produce frustraciones; la clase de los pobres sabemos persistirá
inamovible en su vivir de alimaña. Los nuevos ateneístas hablaríamos para un
público de jóvenes atolondrados que buscan un lugar en el mundo, un club de
cultas damas que luciría su “inteligencia” en colonias bien y un montón de
pretenciosos que usan la literatura para ostentar la “clase” que no tienen. ¡Al diablo los asuntos
trascendentales! ¡Vivan los productos culturales que no son más que
entretenimiento! La vida es dura, y sin trabajo se vuelve absurda y aburrida:
ese nicho, esa hendidura entre las losetas de la agitación urbana sería el
espacio de los nuevos ateneístas que con la misma aceleración de nuestros
tiempos van perdiendo también la juventud, entiéndase que el rey burgués puso
al poeta a darle vueltas a un cilindro, como adorno helado de su jardín.
Rifado¡¡¡
ResponderEliminar¿Ateneo? ¿Qué es eso? En la actualidad ¿qué podríamos tener en común con el otro? ¿Cultura hoy? Si ya es triste ver que cuatro, cinco piojos que les guste leer no les llegan a las rodillas -al menos yo, ni intelectual ni éticamente- a esos cabrones.
ResponderEliminarSi formáramos un grupo sería más de carencias que de proyectos, de ideas y no de palabras. Podríamos a modo de broma formar un ateneo alcohólico, digo, al menos se podría sostener media mentira y justificar que nos sostengamos unos de los otros.
Pero ya no hay monstruos así, a lo mucho piojos.
Saludos pati...