viernes, 4 de enero de 2013

Cualquier hombre es un espejo

Fotografía de Francisco Mata


Tuve que apartarme para que pasara, casi acrobático al llamado de las puertas del vagón que se cerraban con un pitido. Mi movimiento fue ágil y le franqueó el paso a la puerta más próxima, pero requirió previsión, reflejos y una involuntaria solidaridad con el prójimo, un esfuerzo que me pude haber evitado con toda facilidad y sin remordimiento.
Al reparar en ello pensé que no tenía ninguna necesidad de comportarme así: hubiera sido más fácil endurecer el hombro y recibir el impacto del suyo, lo cual lo retardaría lo suficiente para hacerlo perder el convoy; tampoco hubiera requerido tanto esfuerzo apartarme un poco, dejando el pie estirado para obsequiarle una bonita caída como pilón a la pérdida del tren, sin embargo actué como ya he dicho e ignoro por qué.
Su rostro pasó como un flashazo: era feo, muy moreno, de estatura media, con gafas, un poco calvo de la frente. Dada mi reacción debe entenderse que su rasgo más característico era la premura, la ansiedad ¿a quién le extraña eso en esta ciudad, qué tiene de extraordinario?
Mi vida es relajada, al menos en estos días, y tanto, que me puedo dar el lujo de acompañar a mi novia a su casa, al otro extremo de la ciudad y volverme a la mía después de haber pasado casi toda la jornada con ella. Venía de vuelta cuando el hombre corrió, desesperado por alcanzar el tren. La rudeza del trato de los hombres debería haberme insensibilizado. No quitarme o estirar el pie hubieran sido acciones menos civilizadas tal vez, pero esto de la civilidad es casi un mito ya en la dura realidad de la vida urbana, más aún en la del metro.
¿Por qué había de apartarme ante alguien como él? ¿Por qué no sólo permitir sino contribuir incluso a la turbación de mi relajamiento? ¿Por qué ante un desconocido, feo, ordinario y apresurado hombre cuando mi holgura era casi un elemento de superioridad? ¿Fue miedo al golpe, repugnancia de su contacto? Podía ser, cualquiera de estas posibilidades pudo explicar mi reacción. Al pensarlas lo maldije, ¿qué culpa tenía yo de su prisa, de que no fuera a llegar al trabajo o a la entrevista o a la cita con su novia? ¡Qué novia iba a tener! Si estaba horrible, viejo, pelón y ciego y pobre y desesperado. Me culpé por blandengue, por poco viril, por temeroso en un mundo donde las personas muerden y matan por el hueso infecto del dinero, por su ostentación. 
La respuesta llegó unos pasos después, cuando vi de reojo la puerta cerrarse a sus espaldas, bueno, a mis espaldas, porque el tiempo ató una red entre mi yo de hoy y uno de los muchos yo posibles que, veinte años después, cuando tenga yo la edad, aspecto y prisa de ese hombre, cuando el fracaso haya llenado las arcas de mi miseria, me gustaría que alguien, un despreocupado joven tal vez, se reflejara en mi rostro de un flashazo y comprendiera, casi sin querer, mi apuración para llegar a esa cita ineludible con la restitución de mi dicha y mi destino. Dicha es una palabra exagerada para una entrevista de trabajo, pero obtenerlo sería una dicha pequeña que abriría el camino de otras progresivamente mayores. Tal vez mi currículum no sea el mejor ni el más interesante, tal vez mi edad no sea la que requieren, pero tomar ese vagón haría la diferencia entre llegar puntual y cinco minutos tarde, tal vez lo que les interese más por ahora sea que los contratados (profesores de literatura ¿por qué no? ) estén a tiempo en sus puestos. A sus espaldas -a las mías- se habrá cerrado la puerta de la dicha, gracias a alguien que sin saber el motivo se echó hábilmente a un lado.
Karma, efectos mariposa, antípodas temporales, saltos cuánticos… las teorías y los bautismos son siempre secundarios. La cuestión es comprender que cualquier hombre es un espejo, opacado y luido a veces pero siempre espejo, porque el mundo gira.

2 comentarios:

  1. Esta entrada no la quería comentar, para no dañar susceptibilidades, digo, cuando describes a ese señor pensé que harías una especie de cuento fantástico donde aquel era tu futuro, porque digo, estudiaste letras y eres profesor, y en México esa combinación, al menos por el lado económico, lleva las de perder mi estimado.

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  2. Y si ese hombre no fuera mi futuro entonces por qué cualquier hombre no sería un espejo: era feo, muy moreno, de estatura media, con gafas, un poco calvo de la frente?

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