viernes, 11 de enero de 2013

Desempaquetar la vida



A uno que se casa

No se sentía ni bueno ni malo. En realidad la vida le era fácil, se le había dado como empaquetada, a lo largo de ella lo único que hizo fue abrir paquetes. Estaba bien.
En un paquete de cinco hijos, él era el último, el menos sujeto a los rigores de la pobreza y del hacinamiento urbano; sus ojos de ganso, enormes, parecían absorber la oscuridad de la recámara para adaptarse a ella. Recibía en paquete juguetes de sus hermanos mayores y de su padre, un poco más aliviado por la crianza de cinco hijos (y otros cinco, ocultos en el silencio del secreto) y recibía dulces y mimos, en paquete también. Pronto llegaron los interminables paquetes de videojuegos que se llevarían por lo menos la cuarta parte de su existencia. Mientras tanto el desempaquetaba y desempaquetaba.
Los libros jamás le interesaron. A una mirada hecha a los colores vivos, al brillo de la pantalla, la monotonía de las páginas le era inadmisible; a una mente hecha para recibirlo todo del exterior, le era difícil crear algo internamente que pudiera modificar su idea del mundo, que era como era, como tenía que ser: un montón de paquetes esperando a ser abiertos.
Logró pasar la escuela sin grandes sobresaltos: una mente hábil, entrenada durante años para reaccionar rápido, resolver acertijos y tomar decisiones en momentos clave, aunque fuera frente a una pantalla desbordada de héroes y problemáticas ficticias ofrecía ventajas inesperadas y una gran capacidad de comprensión. La escuela era un paquete de problemas a resolver que él abría con desgano y a regañadientes, pero terminó por develar todo su contenido hasta terminar una carrera cualquiera. Era lógico que su elección fuera la informática o algo parecido a lo que mejor sabía hacer: interactuar con pantallas y paquetería de software. Paquetes, paquetes, paquetes…
Desarrolló sus instintos naturales: el de comer se educó en la cultura de los tacos, las hamburguesas y el tepache; el de dormir, en hábitos inusuales que le daban la capacidad de no despertar hasta por trece horas cuando la ocasión lo permitía; su elegante manía de tirar el papel sanitario con la cara usada hacia el techo respondía seguramente a su gusto por el color intenso; el gusto por las mujeres vino también a su tiempo, acompañado del anime donde las chicas son exageradamente hermosas y su piel tan lisa como el plástico de un salvavidas. No había heroína de videojuego o manga cuyas proporciones carnales hubiera dejado sin explorar y tal vez sin experimentar en el gemido sordo de sus sueños húmedos. Los años venían en paquete, de la secundaria a la escuela superior.
Aprendió que la vida es un paquete inagotable que puede manejarse sin dificultades cuando no se ambiciona demasiado. Tal vez nunca reflexionó en la suerte que tuvo y de la que otros carecían, pero esas cosas son intrascendentes ante el apuro de estrenar una consola o un juego. Desempaquetar y vivir.
En su joven adultez era forzoso que se rozara con la realidad, con el trabajo, pero éste le llegó en paquete también, por lo que sus preocupaciones fueron mínimas, la vida no cambiaba. Fue el tiempo de los primeros contactos con mujeres reales, pero nunca les dio importancia. Una noche, en un auto lleno de amigos, camino de un burdel al que se encaminaba para pasar el trago amargo de haber sido despedido de un trabajo, sospechó la existencia de paquetes de problemas a los que era preciso enfrentarse aun sin buscarlos. El hallazgo de un nuevo y mejor trabajo un mes después lo hizo olvidarse de eso.
Pronto aparecería ella, en el paquete del trabajo nuevo y los cursos gratuitos de inglés. Parecía no tener importancia pero su hondura estaba oculta. Este paquete implicaría que volteara atrás y viera los que había dejado rasgados en el camino, vio que eran demasiados, como sus años. Entonces exploró el fondo de ése en el que estaba ella y vislumbró algo así como un futuro. “Si no das un paso te estancas”, dijo para sí. Recibió el paquete de la religión, el compromiso y la realidad como otro cualquiera, tal vez con un poco más de solemnidad y de duda. Los videojuegos, que eran su sello personal, quedaron empaquetados en el pasado.
Ayer lo vi empacar todo el día, y en por la noche lo escuché repasar los pasos del vals. Está decidido a abrir el paquete tras haber pagado el del salón, banquete, vestido y todo lo necesario. Si todo sale bien a partir de ese día habré aprendido una lección de vida: vivirla puede ser tan fácil como recibir un montón de paquetes que los mismos años acomodan.

1 comentario:

  1. Estás viendo y no ves, Pati. Yo entiendo eso de los paquetes, a mí me toco en suerte un paquetote y qué hacer. Ni modo lo que natura da...

    Esperemos que ese paquete tocado al estimado lo haga feliz y que los que nos toquen podamos aceptarlos con muy pocas reticencias.

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