Que
si tiene celulitis, que si no están bien torneadas, que si es inmoral, que si
por eso nos acosan… Esta imagen puede abrirse a muy variadas lecturas desde
diferentes trincheras, pero aun a riesgo de hacer saltar al lector, es
inevitable usar el lenguaje de la calle para declarar una verdad irreversible:
un culito es un culito, así sea cincuenta metros bajo tierra en un vagón o en
una habitación oscura, tanto en la plaza pública como en la intimidad de la
alcoba. Es material y carnal como una mano o un rostro, sólo que no estamos
acostumbrados a verlo así tan al aire y de frente, no nos hacemos a la idea de
ver lo que hay debajo, las verdades individuales que invalidan los estereotipos
colectivos. Porque cada culito es una verdad personal y por ello arrinconamos
el nuestro en la sombra de nuestra habitación, al amparo del pantalón o la
falda.
¿Qué tanto dice de quiénes y cómo
somos en realidad? No lo sé, quizá sea una pregunta que cada quien deba
responder para sí. Lo importante es que nos mostramos de pronto con la más
franca de nuestras verdades, la del cuerpo. Un día es un día, como en el
carnaval donde el mundo se pone de cabeza y el tonto es rey. La borregada es
infinita, no se duda, pero es necesaria para el éxito de estos eventos en el
fondo de los cuales hay una búsqueda ¿estética?, quizá, ¿política?, puede ser. El
Metro de nuestra ciudad se rige por su propia ley de vida.
Leo otra vez (porque al parecer ya es un evento
anual) los comentarios del público en la prensa, me encuentro lo mismo de
siempre: salen a relucir los prejuicios sexuales, la doble moral, el machismo,
la incomprensión del fenómeno, la incomprensión de muchos participantes al
respecto de lo que hacen, los prejuicios regionales donde el chilango siempre
es un ser de la más baja calaña (yo digo que es envidia del Metro), la
intolerancia, el morbo, la envidia de las que no se atreven y descalifican
moral o anatómicamente a sus pares que se dejan fotografiar, la de los
homosexuales por 1) no haber nacido mujeres, 2) no estar así de buenas, 3) no
atreverse a hacerlo.
¿Exhibicionismo? No lo creo, porque ese único día la
ley se ha relajado, como las costumbres. Hay que aprovechar. En lo personal me
pregunto cómo se sentirá en los muslos desnudos el aire fresco que el convoy
empuja. Es algo que no se experimenta siempre, como tampoco el ver la desnudez
parcial de las personas, su despreocupación dominical de día de fiesta, aunque
lo único que se festeje sea la verdad que cada quien lleva debajo de la ropa y
que nos hace únicos, la alegría de que lo privado se vuelva público, dejándonos
a todos indefensos, desenmascarados.
No es la desnudez total y pura, también el calzón
dice algo de nosotros, sobre todo si se ha preparado el atuendo con
premeditación. En muchos casos se agradece la espontaneidad de quienes, de
pronto, dominados por la atmósfera de carnes que se orean y se refrescan ante
la mirada, se despojan de la falda o del pantalón, uniéndose a la fiesta, porque
lo es, como las de disfraces, a donde se puede ir sin él pero así qué chiste;
nunca faltan los señores serios que más vale ignorar para no aguarla, para no
agüitarse y sentirse mal consigo mismo, con lo que uno es en realidad, sin
ambiciones ni falsas perspectivas. El cuerpo es tan verdadero como la tierra
que pisamos y tan digno como trabajarla honradamente.
Un happening
es sólo eso, algo que sucede de pronto y llama la atención, efímero pero digno
de ser recordado. Su valor estético reside en su volatilidad: algo que ocurre y
no entendemos se esfuma de pronto, no sin antes dejarnos para siempre una
experiencia, un disgusto, un deleite, una duda sobre nuestro propio
atrevimiento, el peso de la ropa sobre la carne, el de la máscara sobre el
rostro, el del personaje sobre la persona. ¿Quiénes somos? Tal vez nuestro
cuerpo nos responda, tal vez sólo nuestras piernas reflejadas en la figura
irrepetible de otras de piernas, culitos y entrepiernas que al salir de la estación
volverán a su prisión de tela.
Esta entrada se relaciona con: Sin pantalón, sin pudor ¿sin opresión?
A qué impúdico Pati... debería denuncir tu blog por andar posteando tales retaguardias. Yo agradezco que este tipo de eventos sólo se den una vez por año porque agradezco el descubrir lo que hay de bajo de una falda o pantalón y si fuera de todos los días perdería el encanto. Aunque sí, en ese día uno podría estar como niño en dulcería, lo malo que si voy en ese tenor, niego el sentido del desnudo: la libertad y posesión del propio cuerpo, el negar la cotidianidad de la vida; y quedaría como un simple lujurioso. Aunque la verdad no he ido a ninguno de esos eventos, la parquedad de mis nalgas me hace quedarme en casa.
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