Hay
señoras que viajan muy ufanas en la combi con sus bolsas de Liverpool o de Zara
y señores en los cruceros que casi te arrollan con sus volvos y mercedes con
tal de que los mires, admires y remires; otros más modestos presumen la belleza
de sus novias. Si de presumir se trata yo tengo mis dieces: los tres de este
semestre y los seis de los otros dos. Se los echo en cara a todos los que van
por ahí echando cosas en cara al resto del mundo, como dándose a notar en un
punto para evitar que miren en los demás, donde hay flaqueza y grisura…
momento, ¿nueve dieces de nueve posibles?
Pues sí, y la verdad es que yo mismo no me los creo,
pero ahí están y son míos y no los vendo ni los presto. Podría pensarse que soy
un ñoño (a veces pienso que soy un crack de los trabajos escolares) cuando en
realidad sólo aplico lo que más me gusta hacer a lo que se me pide. Si eso es
ser ñoño, qué más da si lo soy.
Pero, para ser sincero, me parece que un diez en
este tipo de trabajos no significa nada. Significará para la gimnasta o para el
clavadista, para el joven que quiere obtener una beca o para el padre cuyo niño
prometió enmendar y aplicarse a los estudios, mas en una universidad, para
juzgar un trabajo de literatura, el diez no es más que una ruda satisfacción de
trámite cumplido a tiempo.
Sería mucho mejor recibir un correo electrónico con
un breve comentario, sin que tenga que ir más allá de las cinco líneas, no
necesariamente elogiosas o condenatorias, pero líneas al fin que den constancia
de que el diálogo está vivo, de que el curso no se fue en vano y donde el
profesor haga saber al alumno de que está al tanto de su aprendizaje, sea éste
satisfactorio o no, esté o no de acuerdo con lo que ha dicho en el trabajo
final. No me imagino poniendo dieces y cincos a los poemas o cuentos de los
amigos que me los dan a leer, no adoptaría una escala para calificar los besos
de una novia o de una nueva amiga en el bar ni las injurias de un enemigo.
Besos a los besos, señores, peladeces a las injurias
y letras a las letras. Quien tiene que ver con estas cosas ha puesto en ellas
algo de sí y es justo que se corresponda de la misma manera, vamos, que se
pague con moneda corriente y no con cuentas de cristal. Porque ver el diez así
de pronto en la boleta me hace imaginar a un profesor que entra cansado en la
oficina o llegando a casa después de un agotador día de coloquios,
presentaciones de libros y asesorías, cuando de repente recuerda que es último
día para calificar a los pobres alumnos de la maestría, cuyos trabajos están en
el auto o en el casillero del colegio y además es tarde. Entonces se abre la
página electrónica de evaluación y se llena la lista con dieces, bajo la
solemne promesa de leer mañana los trabajos y corregir después si es necesario,
aunque los alumnos sean brillantes y eso de las correcciones se pueda excusar.
A la mañana siguiente el despertador suena tarde y hay que llegar corriendo a
un examen profesional o a la junta del colegio, y entonces el muy atareado
profesor se vuelve a hundir en el incesante día a día de la universidad…
Pepito Pérez, alumno de maestría en Letras, ha
pasado dos o tres semanas escribiendo un trabajo final para el seminario de
Ensayo, para el del Siglo de Oro español, para el de Machado de Assis, no
importa para cuál; entra la página y se encuentra tres dieces. Sonríe y los
presume a la novia, al compañero, fanfarronea un poco con ellos. Para sus
adentros siente como si hubiera escrito una carta de quince cuartillas a una
novia para recibir un “ok” por respuesta; como si después de trabajar dos horas
con el cuerpo de una joven, ella sonriera con apenas timidez sobre la cama
fría; como si al decir algo importante a un amigo en la cantina, ambos sobrios
aún, él chocara la copa y cambiara de tema.
Un buen día, después de llevar el auto a lavar, el
profesor encuentra un folder en el asiento de copiloto. Lo mira con curiosidad
y al abrirlo descubre siete trabajos del semestre anterior que “ya calificó”.
Repite la promesa de leerlos y los coloca, silenciosos para siempre, en algún
estante del enrevesado laberinto del cubículo. Un diez por un Mercedes, ¿cómo
ven?
Salud y bueno, el clima... No, la verdad es que tanta entrada y tanta modestia no oculta la única verdad de todo esto, querías presumirnos tus dieces, usar el tópico de falsa modestia es caer muy bajo, digo no te pondría un nueve, pues un diez es un diez, pero estaba tentado a sólo comentar con un: ok. Pero bueno, cómo no felicitar -aunque la felicitación es forzada- a mi amigo por sus estrellitas en la frente. Ya quisiera yo tener al menos uno, para sorrajarle la cara con una entrada de a diez.
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