¿Lo
ves, te dije que te ibas a cansar? Veintinueve años no se cumplen en balde, y
tampoco de gratis dicen los médicos que es necesario dormir por lo menos ocho
horas al día, aunque te parezca una desvergonzada pérdida de tiempo. Pero
luego, aunque no lo perdieras ¿te has preguntado si ha valido la pena? Todo ese
tiempo no ha ido a dar en algo de lo que te puedas enorgullecer o cuando menos
sentir satisfecho. Llevas dos semanas leyendo El malestar en la cultura, apenas cien páginas. Debería darte
vergüenza, y más cuando ves la cantidad de novelas y cuentos, la fila de
personajes que se fastidian en la espera de serte presentados, como si fueras un
hombre importante, o como si fueras a arreglarles la vida. Stephen Dedalus se
dio una palmada en la cabeza el día de tu cumpleaños y volteó a ver a tu
hermana con reproche: hace un año, cuando cumpliste veintiocho, te fue
presentado por ella junto con el gordo Mulligan, y les dijiste que sí, por
supuesto, que Dedalus y tú eran viejos conocidos, desde El retrato, era cosa de un par de meses, pero después de dos
capítulos decidiste que era suficiente y le echaste la culpa al traductor, a la
ediciones de Tomo Libros, que llevas muchos años evitando, y ahí sigue en la
congeladora; Stephen tomó al gordo del brazo y se fue, humeando su cólera
irlandesa, resignado a la posibilidad de que algún día retomes sus asuntos. No
quieres levantar la vista, porque sabes que acaba de llegar a la fila el
caballero Tristram Shandy y sabes que será difícil negarte, pero no te sientes
con las fuerzas suficientes, los señores Freud y Said no te dejan de importunar
con sus importantísimas ideas.
Pero tenías
que levantarte a correr trece kilómetros en una hora, como si la vida te
correteara o como si quisieras huir de todos los compromisos que te echaste
encima al decidir que la literatura era tu vida o como si tuvieras pavor de
llegar a ser uno de esos escritores encerrados en la grasa de sus ideas y su
hipertensión. Ahora sólo quieres dormir y te enerva ese vecino que ni los
domingos puede estarse quieto (porque es domingo, te lo recuerdo, y esta
entrada debió haberse escrito el jueves, aunque de haber sido así lo más seguro
es que fuera otra) con su máquina de podar. Quizá le excite la vibración del
motor, o sienta el infinito placer de su dominio sobre la máquina. ¿Te das
cuenta de que suenas a Freud, de que estás contaminado por su lenguaje y por
sus verdades? Ayer leíste algo sobre los plagios y el sinsentido de las
palabras como invocaciones, ¿no? Fue ese vago el que lo escribió, y aquí estás
dándole, aunque muy superfluamente, vueltas al mismo asunto, seguramente se
quedó en tu inconsciente. Dios bendiga a los psicoanalistas.
Pero habías de
llevar a tu abuela al hospital, viajar a casa de tu madre, ver a tu novia (como
si no supieras lo que eso implica en términos de desgaste físico), ir al
gimnasio, ver a los amigos, pasear al perro, acabar el tercer capítulo de la
tesis, y luego ese documental sobre los suricatos en el Kalahari y el viaje que
planeas hacer en verano, el que planea hacer tu madre y te puso a investigar
sin tener ni idea de lo que quiere hacer, y ¡cómo resistirse a acariciar al
gato cuando, una vez que por fin lees, en la madrugada, va y se acomoda sobre
tu ombligo, encendiendo su motor que no hace un ruido tan desagradable como la
podadora de Jaime o las cornetas de los papás que echan porras a sus retoños en
el campo de futbol americano que está cruzando la avenida…
Pero no te
puedes permitir dormir, porque es domingo y esa entrada no puede pasar de hoy,
aunque la vayan a leer sólo veinte gatos. Lo importante es no perder la
disciplina, aunque te duela ser tan ñoño. Al menos tienes la satisfacción de
que nada de esto lo haces por dinero, no te ha alcanzado esa maldición o te es tan
indiferente que no hizo falta hablar de alumnos ni de quincenas. Pero ya no
puedes, cuando menos te lo esperes vas a quedarte dormido. ¡Uh, qué lástima!, llegó
tu hermana que es igual de ñoña que tú y tiene veinticuatro años, así que su
resistencia es mayor, y al verla llegar nada te duele más que la certeza de que
es cantante y esas ganas de ensayar que le revientan por los ojos…
Duerme si
puedes, ¿crees terminar hoy con el asunto del señor Freud? ¿Te llevarán de
compras por la tarde? ¿Crees ver algún día terminada tu novela? ¿Te hará bien
un baño de agua fría? ¿Será buena idea inyectarse una Bedoyecta®?
El oficio, la constancia, todo sería tan sencillo, pero entonces: novia, tesis, compromisos familiares; amigos que nos hacen leer su blog. Escribo esto pensando en ti y entonces el horror se acumula; porque parece que algo así podrías escribirme, pero los libros me esperan y si encuentro un doble prefiero que sea allí y no en esta realidad que de bastantes horrores ya está llena. Un abrazo, me gustó tu premura y tu tardanza de esta semana.
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