7 de mayo 2013
También
yo sé que es una impertinencia, una necedad, que debería dejar todo hundirse en
el silencio del pasado. Pero a la vez sé que en su insonoro polvo se esconden
las partículas –tal vez sólo las cenizas– de la vida remota que se manifiesta
en ese último testimonio. Algún día fertilizarán la tierra y volverán a generar
vida, porque los espacios siempre deberán ser habitados, porque incluso en el
desierto habitan las formas irrepetibles de las dunas y las tormentas, el cacto
pertinaz que nadie toca.
Seguramente
desearás que borre todas las huellas, que destruya toda la evidencia de tu
paso, porque dicen que es preciso cerrar ciclos, porque todo recomienzo es una
ruptura. Pero son palabras baratas de quienes no pueden lidiar con el pasado y
prefieren tragárselo, cargarlo en las entrañas para que nadie lo note en el
rostro, porque cada beso y cada palabra, cada instante vivido deja una
cicatriz, una marca única que, unida al resto de las vivencias, conforman el
paisaje de lo que somos, entonces el pasado no es un fardo que arrastremos,
sino la redondez misma de nuestra barbilla o la profundidad de una arruga que
enmarca la mirada. Negar, suprimir, desechar el pasado es una indolencia por
nosotros mismos, es desinteresarnos de la obra que la vida se ha encargado de
cincelar o es también como echarse a caminar por la espesura sin dejar un
rastro de guijarros o migajas, un hilo de Ariadna que nos traiga de regreso.
Dirás: “un regreso es lo que menos necesito”, mas no se trata de volver a la
vivencia del pasado, sino de hacerse uno con el camino: saber qué significó
para mi vida el atardecer de tus ojos en esa alberca de Playa del Carmen o esa
subida a la patrulla en Mar de la Fertilidad termina por volverme reconocibles
las señales para saber que aún ando el camino, me ayuda a entenderme: ahora sé
que plegar mi mandíbula hacia abajo y un poco hacia la derecha es un gesto que
mi vida debe al cruce con la tuya; descubrirme haciéndolo es como recordar una
lección que creí haber olvidado, reconectarme con todo lo aprendido y aplicar,
por mucho que pueda doler la memoria del aprendizaje duro y duradero.
En
verdad que no esperaba una respuesta, quizá sea mejor si no la emites nunca:
las cicatrices pueden no doler ya más, mas no dejan de ser heridas muertas,
muescas en la piel de una mirada o una tarde de cornetas y buñuelos en la Plaza
de la Constitución que me hiciera llorar de alegría, como ese otro anochecer de
fuegos artificiales en una azotea de Guanajuato, o un chorro de agua hirviente sobre
tu cabeza en Tolantongo; cada instante deja la costra de sus imágenes, el
contorno de sus sonidos, el eco de los latidos que en ese entonces produjeron y
eso es parte irremediable de un ser, que para ser, precisa de construirse sobre
lo que ha sido. Porque así como quedan en lo álbumes las fotos de los muertos,
queda el trazo inconfundible de un lápiz que perdimos o la tentación de comprar
con el dinero que nos fue robado.
No
faltará quien hable de los daños, de la incapacidad de superar las pérdidas;
pero también en cada pérdida hay legado,
y el tuyo es saber que sigues cumpliendo, un mes después, la misma cantidad de
años que yo, aunque tampoco sepas cómo reaccionar ante ese hecho, ni qué cara
ponerle a ese pastel o a la gente que rodea la mesa de tu cocina y arranca las
hojas del calendario. Te imagino subiendo entonces la escalera hasta tu cuarto,
sentada un momento en la cama, buscando una guía para el mañana, cuando tengas
oficialmente un año más y sigas sin explicarte cómo se te ha formado esa nueva
línea junto al párpado, cuando más segura creas estar de que el pasado está
borrado y nada tiene ya que ver contigo, como estas líneas que no leerás a
propósito, como estas manos que no pueden ni deben ya tocarte.
Hoy parece que es día de partos, unos postizos: 10 de mayo; y el tuyo, parto y pacto con la muerte. Ese regreso, no a la matriz, sí a la semilla. No quiero comentar tu entrada porque me recuerdas a Reyes, unos textos en particular, que me hacen verte en ellos más que al propio Alfonso o a su padre. Me friegas el día inventado y frívolo, pero al fin de cuentas, de unión, de concentrar mis sonrisas y mis energías en no ser tan antipático con las tías, abuela y en especial con mi madre; me lo friegas porque acabas de resucitar un funeral cuando creí, que al menos por hoy, los cirios se habían apagado.
ResponderEliminarPero te doy las gracias, porque, finalmente, ¿qué somos sin pasado?
Animo Pepe!! Muy buena entrada me evocó el sentimiento de la melanciolía frente al ocaso de un día soleado y cielo azul mar.
ResponderEliminar