Como
sabrán, la política no es mi tema favorito. Tampoco me gusta erigir altares
cuando el sujeto a quien había de construírsele aún se cuenta en el número de
los vivos. Sin embargo, no puedo negar la importancia de la política en estos y
en otros tiempos cualesquiera, así como tampoco me parece justo dejar pasar
desapercibidos los esfuerzos y la lucha de quienes siguen levantando su voz en
una pugna que parece casi personal contra la dirección que llevan los hechos.
Por eso hablo de Gerardo, porque los políticos de
verdad hacen política siempre y donde sea, no sólo en tiempos de elecciones o
desde el curul o la silla. A los otros no les vemos la cara más que en el
reality show de las campañas electorales donde una camarilla de ladrones bajo
siglas y escudos de contadas formas y colores nos obligan a oír sus
merolicadas. El sistema de partidos es una simulación. Bajo el “nuevo” PRI, la seudoizquierda
metió el rabo, la ultraderecha se cuadró y se suprimió a sus centinelas, la
izquierda auténtica reconoció estar aplastada y desarticulada. Colectivamente, hay
sólo ruinas de lo que fue un movimiento #Yosoy132 implosionado que agotó su
combustible luego de la derrota electoral y el 1DMX; los grupos de autodefensa
tienen un interés muy específico; los ejércitos populares se resguardan en su
madriguera bajo el temor del desarme y mantienen apaciguadas sus regiones con
un ojo al gato; pudiendo encabezar una efectiva resistencia civil en un momento
clave, Andrés Manuel se reincorporó al sistema con un partido nuevo de futuro
previsible: la tercera crucifixión del mesías… en pocas palabras, el dinosaurio
tiene el campo libre.
Quedan –aunque las esperanzas estén ya depositadas
en el terreno de la fantasía– los esfuerzos individuales como el de Gerardo.
Quienes lo vimos hablar en la tribuna sabíamos que los fariseos de la política
iban a dejarlo solo, que en ese retorcido juego de gente retorcida, mirar de
frente y a los ojos, decir verdades y decirlas con firmeza es un recurso
impactante pero inútil, un escándalo, según la gente “bien” del Congreso, que
duerme desvergonzadamente en esas sillas que son más bien sofás, que se arrancan
a los golpes, que se manosean en plena sesión, esa gente bien que deja pasar
iniciativas de ley sin siquiera leerlas, que se sube el sueldo por ocupar un
puesto en el que brilla por su ausencia, que acude a hacer relaciones para
escalar personalmente y no para elaborar leyes; gente “bien” a la que el rumbo
del país le tiene sin ningún cuidado. Esto lo saben muy bien todos ustedes,
pero es un alivio poder decirlo yo.
Gerardo, en fin, aunque milita en el PT, carece de
puesto público, así como carece de sueldo, de lujos y comodidades. Sin que sean
tiempos electorales de los cuales obtener algún beneficio, no deja de hacer
política. Semanalmente (aunque a veces lo haga con más frecuencia) se dirige a
un pequeño público vía twittcam que rara vez rebasa los mil visitantes; en ella
se puede ver el mobiliario de su casa, que es absolutamente humilde, como el de
cualquiera de nosotros. Esa casa no está en las Lomas o en una colonia chic,
sino en el corazón de la Ciudad, cerca de la Plaza de Santo Domingo. Este
hombre, que dice bañarse con agua fría, da lecciones de política en dichas
sesiones y no pide a cambio más que un poco de consciencia, de actividad, de
interés en las cuestiones públicas. En esas conversaciones semanales sale a
relucir un pasado humilde y de lucha, ¿qué lucros políticos podrá tener quien
después de toda una carrera política se ha mudado del barrio de Tequesquinahuac,
en Tlalnepantla a una vecindad del Centro Histórico? ¿Qué interés puede haber
detrás de una sesión virtual donde se habla de los problemas que aquejan y
aquejado desde siempre al país? Un congresista cualquiera ha de irse de
compras, o a su casota o de putas en cuanto termina la sesión y se olvida por
completo del “estrés” de la Cámara.
Pero es la cámara a donde Gerardo llega tras una
jornada de compra, venta, acomodo y traslado de libros, porque una vez acabado
su periodo como congresista (y tras haber renunciado a la mitad de su dieta),
Gerardo vende libros para obtener algunos ingresos. Y no es un librero como los
de Donceles, que no saben ni lo que tienen, o como los empleados de Gandhi que
miran el reloj cada quince minutos; Gerardo sabe lo que vende, y si no ha leído
todo lo que vende, cuando menos lo ha hojeado con la suficiente agudeza para
hacer una recomendación. No se puede decir que su gusto sea exquisitamente
literario, porque a él lo que le interesa, y le interesa de verdad, es la
política, perdón, la Política, porque el sentido que la política con minúsculas
tiene ahora es el que la gente entiende en tiempos de elecciones o el chismorreo manipulado del que se entera en
la televisión. Para Gerardo la Política es un oficio, una profesión que no está
exenta de una base cultural y humana; su capacidad de lectura le permite
conocer los fundamentos de lo que dice, sustentar lo que piensa y sostener sus
convicciones. Yo quisiera conocer a algún otro político con esa calidad de
humanista, porque no puedo negar que en ese farragoso medio haya gente
inteligente, pero la aplicación de esa inteligencia se vuelve cuestionable ante
su visión utilitarista de la política, ante su reducción a un medio de
ascensión social que pisotea traficando con la ley, haciendo de la gestión pública
un negocio. Gerardo viaja más de una vez por semana a varios rincones del país,
a veces al extranjero, para informar, para participar en pequeños mítines de
gente con problemáticas reales, para extraer experiencia política; lo hace con
sus propios medios y algún apoyo de la gente que lo admira o que requiere de su
capacidad para desenmascarar a los sinvergüenzas del poder, nunca se cansa.
Después de ver la twittcam de ayer,
recibí la respuesta al correo que le envié. Me informa qué hacer para comprarle
El manuscrito carmesí, de Antonio
Gala. Quizá ya lo leyó, porque lo recomienda; un amigo que sabe de cosas
literarias me lo ha recomendado a mí. Gerardo no es el gallo en turno de algún partido desgastado, es un ser humano que
manda y recibe libros y correos electrónicos; se da abasto para todo. Envidio,
en verdad, esa vitalidad, esa fuerza. Me admira la rapidez de la respuesta,
pues el hecho de ser político no lo hace burocrático ni divo, al contrario:
ante la necesidad (que no le avergüenza en absoluto) trabaja mucho y pronto. Sin
pensar que sea la panacea de nuestra política, Gerardo Fernández Noroña es una
muestra de que el trabajo y el gusto por el oficio dignifican cualquier
profesión, hasta la más satanizada y desacreditada. Con este ejemplo, me rio en
la cara de quienes se atrevan a decir que “un político pobre es un pobre
político”. Esa frase debió inventarla algún un pobre político de los que se
aplatanan en las curules y en las sillas presidenciales, algún mafioso en busca
de votos, algún mierda hambriento con camisa de seda.
No conocía a este Gerardo, pero espero que de verdad tenga una espina ética muy bien clavada y que su casa de verdad sea su casa; aunque ya al vender libros lo hace un personaje fuera de lo común, al menos a lo que en política se refiere. Luego me dices dónde vende.
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