viernes, 17 de mayo de 2013

Jaquecas, rockocidios y periodismo “hipster”

Nunca me había preocupado tanto por el posible origen de mis dolores de cabeza. Tal vez el de hoy tampoco me preocupara tanto, pero a esa preocupación se debe, si no esta entrada, por lo menos sí la intención de escribirla. El par de aspirinas y el sueño interrumpido por una amable llamada telefónica a media noche me han puesto en condiciones para escribir esto que han estado leyendo y cuyo asunto aún no acaban de esclarecer. 
      --¿Nos vas a hablar de las jaquecas, no? ¿Qué con eso? ¿O va a ser otra de esas entradas donde no sabes qué escribir y terminas por sacarte un tema de la manga: “Un soneto me manda a hacer Violante”, qué es eso? 
       Como ven, acabo de incluir sus voces en mi texto, porque cuando uno escribe, digo, cuando pretende uno que lo lean, lo mínimo que debe uno imaginar son las reacciones de nuestros lectores con cada una de las líneas o palabras que le hacemos leer, con el tiempo que les tomamos de la vida. Es una cuestión, cuando menos, de urbanidad. Pero confieso que la inclusión de sus voces se debe a la mera imitación de este recurso observado en una novela del siglo XXI, pero escrita en 1759, esa novela se llama Tristram Shandy y aunque a veces resulta algo cansada o demasiado juguetona, tranquiliza saber que la gente lleva leyéndola, traduciéndola y editándola por lo menos un par de siglos a diferencia de los nuevos “genios” que hoy se usan.
       Y como veo que empiezan a impacientarse y a buscar la relación entre la novela de Laurence Sterne y mi dolor de cabeza, pongo como contraste su verdadero motivo. Fue una de esas jaquecas premonitorias, que anuncian que algo muy desagradable va a pasar y lo que pasó fue el hallazgo, siempre ocurre en las redes sociales, de un texto con un título tan llamativo que no pude evitar leerlo Cinco bandas que deberían ser eliminadas de la faz de la tierra de un joven escritor y editor mexicano. En realidad se trata de un top five, según él cuenta, al estilo de las listas de una novela que ha leído, y como seguramente él mismo se ha sentido lo suficientemente autorizado para elaborar el suyo, con estas bandas: Metallica, U2, Calle 13, Radiohead y The Beatles. Mucho hay que decir ya sobre la inclusión de Calle 13 en la lista, pues no embona ni por el género. Los argumentos esgrimidos contra Metallica me parecieron válidos, parecían ir por la cuestión política; cuando habló contra U2 no puse objeciones, porque además de tener su buena dosis de política, debo aceptar, personalmente (ponga usted las objeciones que guste), que es una banda que nunca ha logrado convencerme; los argumentos contra Calle 13 (una vez que, con mucho esfuerzo, el lector pasa por buena la inclusión) van contra lo musical –se le acusa de ser reguetón– así como de repetir un discurso aparentemente combativo aprovechado por las disqueras para volverlo estrategia de venta (¡qué descubrimiento portentoso! Como si no hiciera lo mismo el capital con toda producción contracultural).
       Aunque el lector del señor Tryno Maldonado, que así se llama el musicólogo, ha arrugado un poco el entrecejo y entreabierto la boca para objetar algo, su buena educación en la lectura, que le ha enseñado cómo a veces la clave de los textos se encuentra al final de ellos, por eso sigue adelante. Sería bueno preguntar cómo pudo aguantar el lanzamiento a las llamas de las últimas dos bandas: en pocas palabras, haciendo alarde de grandes conocimientos de teoría musical, condena el autor a Radiohead por aburrido: “en todos sus años de carrera jamás se han atrevido a salirse de la métrica sosa de 4/4 en una sola canción” ¡También a mí me enseñaron a llevar el compás en la primaria! Y aunque acepto la existencia de momentos de Radiohead bastante aburridos, me parece que sus fans han encontrado algo en su música que les ha despertado esa pasión por la banda, experiencias respetables, por humildes que sean los conocimientos musicales del escucha, pues es ésa una de las intenciones más primitivas de la música. Tampoco faltaron argumentos políticos, pero ¿borrarlos de la faz de la tierra?
       Al llegar a los Beatles la antipatía ya es tanta que no me sorprende la mención. ¿El argumento? “Los Beatles son una boy band y le han hecho tanto daño a la cultura como Mickey Mouse”. Canciones que sustentan la afirmación: I wanna hold your hand, Obla di obla dah, She loves you… ¿Eso son los Beatles? Es probable, sí, que hayan sido lanzados como bajo la modalidad boy band para beneplácito del mercado, pero algunos de esos niños demostraron ser verdaderos músicos, y desde mi humilde posición levanto los puños para defender cuando menos a George y a John: ¿While my guitar gently weeps es una  canción de boy band?
       No está mal tirar piedras –dice uno de los comentaristas– a los becerros de oro. Concuerdo, pero hay que saber argumentar, y si el espacio de la columna no es suficiente para hacerlo,  hay que saber abstenerse. La publicación tuvo a bien poner una fotografía del autor: efectivamente es uno de esos “nuevos hipsters” entre cuyos preceptos están el uso del lenguaje y la aparente inteligencia para crearse imagen y autoridad. Se muestran críticos del mainstream –palabra innecesaria y pedante para poco más que llamar la atención–, la misma intención se lee en el título de la nota. Me dolió la cabeza al comprobar, una vez más, las fachadas de que se reviste todo: unos lentes de pasta y una serie de títulos rimbombantes hacen a un intelectual. En ese momento el camión pasaba junto a las oficinas de Telefórmula, vi la foto de Eduardo Ruiz Healy pero también vi el futuro. ¿La revista? Emeequis. Juzguen ustedes, de ser necesario búsquense unas aspirinas. Lo siento, si llegaron aquí los hice leer casi mil palabras, les debo una.

1 comentario:

  1. Mira que sobre los beatles... jajajaja. Qué crítico más extremista, eso de borrar al estilo Rambo. Y para qué pensar en los lectores, bola de... Momento, yo soy tu lector, sí, sí, me desdigo, piensa en nosotros. Y la foto de tu entrada me dio miedo. Saludos y más malas noches tengas como ésta.

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