Nunca
me había preocupado tanto por el posible origen de mis dolores de cabeza. Tal
vez el de hoy tampoco me preocupara tanto, pero a esa preocupación se debe, si
no esta entrada, por lo menos sí la intención de escribirla. El par de
aspirinas y el sueño interrumpido por una amable llamada telefónica a media
noche me han puesto en condiciones para escribir esto que han estado leyendo y
cuyo asunto aún no acaban de esclarecer.
--¿Nos vas a hablar de las jaquecas, no?
¿Qué con eso? ¿O va a ser otra de esas entradas donde no sabes qué escribir y
terminas por sacarte un tema de la manga: “Un soneto me manda a hacer
Violante”, qué es eso?
Como ven, acabo de incluir sus voces en mi texto, porque
cuando uno escribe, digo, cuando pretende uno que lo lean, lo mínimo que debe
uno imaginar son las reacciones de nuestros lectores con cada una de las líneas
o palabras que le hacemos leer, con el tiempo que les tomamos de la vida. Es
una cuestión, cuando menos, de urbanidad. Pero confieso que la inclusión de sus
voces se debe a la mera imitación de este recurso observado en una novela del
siglo XXI, pero escrita en 1759, esa novela se llama Tristram Shandy y aunque a veces resulta algo cansada o demasiado
juguetona, tranquiliza saber que la gente lleva leyéndola, traduciéndola y
editándola por lo menos un par de siglos a diferencia de los nuevos “genios”
que hoy se usan.
Y
como veo que empiezan a impacientarse y a buscar la relación entre la novela de
Laurence Sterne y mi dolor de cabeza, pongo como contraste su verdadero motivo.
Fue una de esas jaquecas premonitorias, que anuncian que algo muy desagradable
va a pasar y lo que pasó fue el hallazgo, siempre ocurre en las redes sociales,
de un texto con un título tan llamativo que no pude evitar leerlo Cinco bandas que deberían ser eliminadas de
la faz de la tierra de un joven escritor y editor mexicano. En realidad se
trata de un top five, según él
cuenta, al estilo de las listas de una novela que ha leído, y como seguramente
él mismo se ha sentido lo suficientemente autorizado para elaborar el suyo, con
estas bandas: Metallica, U2, Calle 13, Radiohead y The Beatles. Mucho hay que
decir ya sobre la inclusión de Calle 13 en la lista, pues no embona ni por el
género. Los argumentos esgrimidos contra Metallica me parecieron válidos,
parecían ir por la cuestión política; cuando habló contra U2 no puse
objeciones, porque además de tener su buena dosis de política, debo aceptar,
personalmente (ponga usted las objeciones que guste), que es una banda que
nunca ha logrado convencerme; los argumentos contra Calle 13 (una vez que, con
mucho esfuerzo, el lector pasa por buena la inclusión) van contra lo musical
–se le acusa de ser reguetón– así como de repetir un discurso aparentemente
combativo aprovechado por las disqueras para volverlo estrategia de venta (¡qué
descubrimiento portentoso! Como si no hiciera lo mismo el capital con toda
producción contracultural).
Aunque
el lector del señor Tryno Maldonado, que así se llama el musicólogo, ha arrugado
un poco el entrecejo y entreabierto la boca para objetar algo, su buena
educación en la lectura, que le ha enseñado cómo a veces la clave de los textos
se encuentra al final de ellos, por eso sigue adelante. Sería bueno preguntar
cómo pudo aguantar el lanzamiento a las llamas de las últimas dos bandas: en
pocas palabras, haciendo alarde de grandes conocimientos de teoría musical,
condena el autor a Radiohead por aburrido: “en todos sus años de carrera jamás
se han atrevido a salirse de la métrica sosa de 4/4 en una sola canción”
¡También a mí me enseñaron a llevar el compás en la primaria! Y aunque acepto
la existencia de momentos de Radiohead bastante aburridos, me parece que sus
fans han encontrado algo en su música que les ha despertado esa pasión por la
banda, experiencias respetables, por humildes que sean los conocimientos
musicales del escucha, pues es ésa una de las intenciones más primitivas de la
música. Tampoco faltaron argumentos políticos, pero ¿borrarlos de la faz de la
tierra?
Al
llegar a los Beatles la antipatía ya es tanta que no me sorprende la mención.
¿El argumento? “Los Beatles son una boy
band y le han hecho tanto daño a la cultura como Mickey Mouse”. Canciones
que sustentan la afirmación: I wanna hold
your hand, Obla di obla dah, She loves you… ¿Eso son los Beatles? Es
probable, sí, que hayan sido lanzados como bajo la modalidad boy band para beneplácito del mercado,
pero algunos de esos niños demostraron ser verdaderos músicos, y desde mi
humilde posición levanto los puños para defender cuando menos a George y a
John: ¿While my guitar gently weeps
es una canción de boy band?
No
está mal tirar piedras –dice uno de los comentaristas– a los becerros de oro.
Concuerdo, pero hay que saber argumentar, y si el espacio de la columna no es
suficiente para hacerlo, hay que saber
abstenerse. La publicación tuvo a bien poner una fotografía del autor:
efectivamente es uno de esos “nuevos hipsters” entre cuyos preceptos están el
uso del lenguaje y la aparente inteligencia para crearse imagen y autoridad. Se
muestran críticos del mainstream –palabra
innecesaria y pedante para poco más que llamar la atención–, la misma intención
se lee en el título de la nota. Me dolió la cabeza al comprobar, una vez más,
las fachadas de que se reviste todo: unos lentes de pasta y una serie de
títulos rimbombantes hacen a un intelectual. En ese momento el camión pasaba
junto a las oficinas de Telefórmula, vi la foto de Eduardo Ruiz Healy pero
también vi el futuro. ¿La revista? Emeequis. Juzguen ustedes, de ser necesario
búsquense unas aspirinas. Lo siento, si llegaron aquí los hice leer casi mil
palabras, les debo una.
Mira que sobre los beatles... jajajaja. Qué crítico más extremista, eso de borrar al estilo Rambo. Y para qué pensar en los lectores, bola de... Momento, yo soy tu lector, sí, sí, me desdigo, piensa en nosotros. Y la foto de tu entrada me dio miedo. Saludos y más malas noches tengas como ésta.
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