viernes, 14 de junio de 2013

"Corazón de perro". Las joyas del azar


Lo interesante de las buenas novelas es que siempre aceptan varias lecturas y en estos tiempos donde la información viaja rápido y no siempre con profundidad, la brevedad es una cualidad que debe agradecerse cuando los asuntos no dan mucho de sí. Otra cualidad que suelo agradecer es lo fortuito. Como no soy precisamente un lector sistemático ni necesariamente disciplinado, me es demasiado grato que caiga en mis manos alguna novela divertida, de fácil lectura, sin que por ello pierda otras cualidades como la cohesión del sentido, la invitación a varias reflexiones, así como una especie de chispa saltona donde sea posible detectar eso que alguna vez la crítica llamó “genio”.
Me declaro abiertamente ignorante de la literatura rusa: más allá de los monstruos de la segunda mitad del XIX (Tolstoi, Dostoyevski, Gógol, Chéjov), la lista de mis lecturas se dispersa en algunos otros “hitos” canónicos como Pushkin, el folklore de Afanasiev, el siempre polémico Nabokov; poco sé decir sobre Maiakovski, sobre todo tomando en cuenta mi ignorancia del ruso, su manejo político y lo dudoso de la traducción que conocí. La cuenta no va más allá y todavía declaro mi conocimiento superficial de estas obras. El hábito (no sé si bueno o malo) de volver siempre a las mismas fuentes, así como mi pobreza, me llevaron a la biblioteca en busca de Humillados y ofendidos o Las almas muertas, que no he leído, para sazonar un poco y entrar en el espíritu de digresión que reina de principio a fin el Tristram Shandy en cuanto terminaba de leerla. Sin embargo, la extensión de ambas novelas me hizo ver que su lectura no serviría para sazonar nada y sí para distraerme y correr el riesgo de abandonar a Sterne. La solución era, ya estando ahí, buscar alguna otra lectura que no se alejara en latitud pero que tampoco me tentara a dejar de lado la actual.  Sé que para muchos lectores, la solución habitual sería un buen volumen de cuentos, pero dada mi indisciplina, sé que un libro de cuentos lleva siempre el camino de la inconclusión, pues rara vez leo una colección completa.
¿Alguien había oído antes el nombre de Bulgákov? Felicidades, yo no. Me apena reconocer que su hallazgo se debió a una búsqueda cuyos únicos criterios eran el género, el país y el volumen, pero así suelen ser siempre mis búsquedas. El título Corazón de perro era lo suficientemente atractivo como para sacar el libro del estante y comenzar a hojearlo. La comprobación de que era una novela y que además no pasaba de las doscientas páginas me llevó a las primeras líneas: un aullido y unas parrafadas encolerizadas que despotricaban contra el género humano dieron a ese fragmento algo del espíritu dostoyevskiano que había ido a buscar…
Ya estaba capturado por la intriga de la novela  cuando me preocupó no saber nada sobre el autor. Luego de enterarme un poco de quién fue Bulgákov, me sorprendió saber que aquello que yo leía había sido considerado en algún momento como ciencia-ficción. En realidad sigo teniendo poca certeza sobre lo que leí: que uno de los personajes principales fuera científico e hiciera cosas nunca vistas por la ciencia no justificaba la ciencia-ficción; el tono satírico, de crítica social y ética hacia varios de los sectores de la sociedad rusa revolucionaria, así como el manejo disparatado del argumento científico indicaban otra lectura. Se trata, sin duda, de una de las cosas más raras que he leído en mi vida y que no por ello ha dejado de gustarme.
No me atrevo a juzgar la calidad de la obra, pero ha cumplido con la virtud de dejarse leer en menos de tres días sin entorpecer la normalidad de mis actividades. Una obra entretenida, divertida, crítica y que, poniendo de nuestra parte, puede llegar a ser profunda. Si se piensa que fue escrita hacia 1925 también resulta vanguardista, por cuestiones formales como el hecho de que uno de los capítulos sea un parte médico.  
De vuelta a la Wikipedia, resalta que la obra no sea de las que más reconocimiento le valieran al autor, de donde infiero que, o soy un pésimo lector, o las obras importantes de Bulgákov son magníficas. Como dudo de ambas, vuelvo a meter el dedo en la llaga de la fiabilidad del canon y a regodearme en la infinidad de tesoros que tiene la literatura, la cual, de una búsqueda insulsa y sin métodos, me puso en las manos una joya muy extraña y canónicamente carente de importancia, mas no por ello menos entrañable en lo personal. La biblioteca es infinita, dice Borges; así han de ser también las posibilidades de encontrar joyas como Corazón de perro de cuando en cuando.


1 comentario:

  1. Ay, qué mi patiperrodifuso amigo, ganas me dan de morder esa novela rareza tuya. Pero mi espíritu en este momento no anda en los albores del XX, pero ya está apuntada. Gracias por la reseña, saludos.

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