Lo
interesante de las buenas novelas es que siempre aceptan varias lecturas y en
estos tiempos donde la información viaja rápido y no siempre con profundidad,
la brevedad es una cualidad que debe agradecerse cuando los asuntos no dan
mucho de sí. Otra cualidad que suelo agradecer es lo fortuito. Como no soy
precisamente un lector sistemático ni necesariamente disciplinado, me es
demasiado grato que caiga en mis manos alguna novela divertida, de fácil
lectura, sin que por ello pierda otras cualidades como la cohesión del sentido,
la invitación a varias reflexiones, así como una especie de chispa saltona
donde sea posible detectar eso que alguna vez la crítica llamó “genio”.
Me
declaro abiertamente ignorante de la literatura rusa: más allá de los monstruos
de la segunda mitad del XIX (Tolstoi, Dostoyevski, Gógol, Chéjov), la lista de
mis lecturas se dispersa en algunos otros “hitos” canónicos como Pushkin, el
folklore de Afanasiev, el siempre polémico Nabokov; poco sé decir sobre
Maiakovski, sobre todo tomando en cuenta mi ignorancia del ruso, su manejo
político y lo dudoso de la traducción que conocí. La cuenta no va más allá y todavía
declaro mi conocimiento superficial de estas obras. El hábito (no sé si bueno o
malo) de volver siempre a las mismas fuentes, así como mi pobreza, me llevaron
a la biblioteca en busca de Humillados y
ofendidos o Las almas muertas,
que no he leído, para sazonar un poco y entrar en el espíritu de digresión que
reina de principio a fin el Tristram
Shandy en cuanto terminaba de leerla. Sin embargo, la extensión de ambas
novelas me hizo ver que su lectura no serviría para sazonar nada y sí para
distraerme y correr el riesgo de abandonar a Sterne. La solución era, ya
estando ahí, buscar alguna otra lectura que no se alejara en latitud pero que
tampoco me tentara a dejar de lado la actual.
Sé que para muchos lectores, la solución habitual sería un buen volumen
de cuentos, pero dada mi indisciplina, sé que un libro de cuentos lleva siempre
el camino de la inconclusión, pues rara vez leo una colección completa.
¿Alguien
había oído antes el nombre de Bulgákov? Felicidades, yo no. Me apena reconocer
que su hallazgo se debió a una búsqueda cuyos únicos criterios eran el género,
el país y el volumen, pero así suelen ser siempre mis búsquedas. El título Corazón de perro era lo suficientemente
atractivo como para sacar el libro del estante y comenzar a hojearlo. La
comprobación de que era una novela y que además no pasaba de las doscientas
páginas me llevó a las primeras líneas: un aullido y unas parrafadas
encolerizadas que despotricaban contra el género humano dieron a ese fragmento
algo del espíritu dostoyevskiano que había ido a buscar…
Ya
estaba capturado por la intriga de la novela
cuando me preocupó no saber nada sobre el autor. Luego de enterarme un
poco de quién fue Bulgákov, me sorprendió saber que aquello que yo leía había
sido considerado en algún momento como ciencia-ficción. En realidad sigo
teniendo poca certeza sobre lo que leí: que uno de los personajes principales
fuera científico e hiciera cosas nunca vistas por la ciencia no justificaba la
ciencia-ficción; el tono satírico, de crítica social y ética hacia varios de
los sectores de la sociedad rusa revolucionaria, así como el manejo disparatado
del argumento científico indicaban otra lectura. Se trata, sin duda, de una de
las cosas más raras que he leído en mi vida y que no por ello ha dejado de
gustarme.
No
me atrevo a juzgar la calidad de la obra, pero ha cumplido con la virtud de
dejarse leer en menos de tres días sin entorpecer la normalidad de mis actividades.
Una obra entretenida, divertida, crítica y que, poniendo de nuestra parte,
puede llegar a ser profunda. Si se piensa que fue escrita hacia 1925 también
resulta vanguardista, por cuestiones formales como el hecho de que uno de los
capítulos sea un parte médico.
De
vuelta a la Wikipedia, resalta que la obra no sea de las que más reconocimiento
le valieran al autor, de donde infiero que, o soy un pésimo lector, o las obras
importantes de Bulgákov son magníficas. Como dudo de ambas, vuelvo a meter el
dedo en la llaga de la fiabilidad del canon y a regodearme en la infinidad de
tesoros que tiene la literatura, la cual, de una búsqueda insulsa y sin
métodos, me puso en las manos una joya muy extraña y canónicamente carente de
importancia, mas no por ello menos entrañable en lo personal. La biblioteca es
infinita, dice Borges; así han de ser también las posibilidades de encontrar
joyas como Corazón de perro de cuando
en cuando.
Ay, qué mi patiperrodifuso amigo, ganas me dan de morder esa novela rareza tuya. Pero mi espíritu en este momento no anda en los albores del XX, pero ya está apuntada. Gracias por la reseña, saludos.
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