jueves, 6 de junio de 2013

De uno y otro lado del charco: escribir y rodar



Escribió Muñoz Molina que estaba feliz de volver a su ciudad y rodarla en bicicleta, luego de una larga estancia en Nueva York. Como no lo conozco personalmente lo imagino con el corte de barba y la camisa que muestra en su blog, como tampoco conozco Madrid (no salí del aeropuerto), ignoro si la ciudad tiene vías para ciclistas como las que me supongo existen en otras ciudades europeas (aunque no las recuerdo en las ciudades que visité) para seguridad quienes gustan de rodar las metrópolis.
De este lado del charco y de la antípoda, Julia, mi querida madrileña, ahora que Muñoz Molina vuelve a casa, acaba de llegar a Nueva York. Mientras pedaleo sorteando los baches del Eje Central Lázaro Cárdenas bajo el casi insoportable calor de mi ciudad, caigo en la cuenta de que tampoco he estado nunca en la Gran Manzana, ¿por qué entonces tanta emoción de ver que estos queridos españoles vienen y van, volando o rodando, sin el más mínimo respeto a las dimensiones de un océano que hoy no nos merece ningún respeto y socarronamente llamamos charco?
Puedo asegurar que hoy quiero más a Julia y a Muñoz Molina que a casi todos mis compañeros de la facultad. Se trata de una situación desconcertante, tan irónica como el hecho de que Julia llegue cuando el escritor se va, y se hayan cruzado, tal vez, en el camino: “Mi bicicleta de aquí es más ligera y más rápida, más adecuada a esta ciudad de cuestas y de topografía desordenada, de tráfico con un filo de agresividad que en Nueva York sólo tienen los taxistas” –dice Muñoz Molina, esbozándome unas pinceladas de Madrid, que puedo figurarme gracias al recuerdo de algunas fotografías y a la ligereza y aire que me comunican las palabras de Antonio.
La escritura puede ser también una topografía desordenada y un tráfico, o cuando menos un vehículo. Colegas hubo con los que apenas compartí las cuatro paredes de un salón, acaso el saludo. De Julia tengo, en cambio, la inolvidable impresión de sus ojos, de su sonrisa escoltando su vermú en la irrepetible noche granadina; de Antonio, la intriga de Beletenebros, las lágrimas a las que me orilló algún pasaje del Jinete Polaco, el cuerpo de Inés en Beatus Ille; tengo a Mágina y sus calles a Solana y a su padre…
Al asegurar mi bicicleta a un poste, vuelvo al angustiado rostro de Julia cuando hablamos de inhumanidad, a su ponencia sobre la importancia de las utopías, a sus anteojos implacables buscando el punto flaco de mi texto, vergonzantemente improvisado para ganarme la oportunidad de sobrevolar el charco inmenso y comparecer ante ellos. Quizá en esos momentos Antonio guardaba su bici en la cochera, absolutamente ajeno a lo que su entrada del blog acababa de despertar en un joven profesor, al otro lado, varios miles de kilómetros al sur de Nueva York.
Lo que tenemos en común, los mundos interiores que nos forjamos y nos hacen ser quienes somos necesitan un avión, una bicicleta livianísima para poder llegar a los demás y compartir los horizontes. Ese vehículo milagroso es la palabra. Pero algunos difícilmente hablamos o tal vez sólo nos envalentonamos al calor de las copas o al roce de la pluma con el papel; más frecuentemente  frente a la pantalla. Dirán unos que el milagro es la red, la fibra óptica, la banda ancha. Algo habrá de eso, sin duda. Gracias a eso puedo leer a Antonio, día con día, y ver las imágenes que Julia, publica o el video de sus ponencias. Mas tampoco es garantía. Tengo amigos en facebook que publican cada veinte minutos y difícilmente logran interesarme. La virtud está en la escritura y en el pensamiento, el diálogo cara a cara que implica leer, escribir, compartir a través de los filtros de la experiencia, la razón y el lenguaje. Julia es demasiadas cosas para mí; aun así, dada su lejanía, los lazos se debilitan. Es natural.  Pero basta la maestría de Antonio para lograr que un texto de 218 palabras me haga ver al ciudadano que rueda por la Puerta del Sol, recién llegado de una ciudad, cuya mención me pone nuevamente a Julia en la imaginación: Madrid-Nueva Yok, Julia-Antonio, una bicicleta-un avión, la vida-la palabra, la escritura-la sonrisa; en medio de todo eso está el Atlántico, había dos metros entre mi pupitre y el del colega de cuyo nombre no quiero acordarme… El silencio puede ser también una muralla.

1 comentario:

  1. Si vas a contar el chisme cuéntalo bien. Cuál colega, nombres... jajajaja, Es una entrada que se pedalea con cierta gracia, aunque con algo de melancolía. El recuerdo rara vez provoca otra cosa. Tú entrada, para qué mentir, la leí sobre todo por la mención de Antonio. Quizá algún día, con los textos de mi amigo y el de mi escritor favorito, me anime a comprar una bicicleta y ver la ciudad y a los recuerdos desde ese frenesí.
    Una entrada que se lee con una agua de limón al lado. Me gustó.

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