viernes, 23 de agosto de 2013

Botas enlodadas en un mapa de Asia



Me digo a mí mismo que también se escribe cuando se está deshecho y desasido de cuanto uno cree que es. Me lo digo y trato, aunque sea como consecuencia de repetirlo muchas veces, de convencerme de esa certeza. Porque está lloviendo y vamos arrastrando los zapatos, vamos oyendo su roce con el suelo, similar a algo muerto que se arrastrara, no similar sino efectivo que va encima de ellos, ocupándolos, previéndose cadáver y camino.
     Y nos gustaría escuchar los pasos menos sordos, más seguros de que andan y de que llevan prisa o algún rumbo seguro. Saben de su olor a muerto que atrae los faros de los automóviles, y le gustaría de pronto que las luces se acercaran más y más hasta el deleite del encontronazo que cortaría todo de golpe y daría certeza a su estado. Los neumáticos que no suenan sordos a pesar de ser también de goma, como las láminas aplastando cabezas ansiosas de tierra, de finales dramáticos. Porque esas cabezas no saben si sólo quieren llamar la atención de la gente, aparecer, curiosa analogía, en los encabezados, junto a los descabezados que también vuelven a su polvo y sin preguntar.
     Pero esa luz eléctrica es demasiado divina, demasiado digna para molestarse en alumbrar algo tan muerto y entonces pasa con la premura que corresponde a su estatus: el de lo metálico y lo novedoso, el que no se preocupa por la ubicación de Arabia y al que no parece aquejarle ningún contratiempo, ninguna mala noticia y se aleja en la oscuridad de la calle, revelando fragmentos de una ciudad vacía, que los pasos no perciben, tratando de anestesiar su dolor en su propio dolor, su olvido y su imagen del futuro en ésta que perciben del presente: cansada, monótona y ajena.
     Tal vez le contaron la historia de un niño especial y la creyó, y la leyó una y mil veces en cada uno de sus libros, creyéndoles a todos, formándose la idea de un mundo lleno de peculiaridades, de destinos enmarañados que se habían revelado desde los primeros años, desde las primeras palabras pronunciadas o el poema infantil sobre las nubes en un cuaderno de primaria. Por eso sigue tratando de convencerse de que en momentos donde el peso de la realidad no se amortigua ni con el oscuro saco de profesor con que trata de cubrirse también de la lluvia. Porque aunque le sea indiferente el mojarse, habrá que poner el despertador muy temprano para confundirse una vez más en la mayor negación de las peculiaridades, el hormigueo de la ciudad que soporta el paso  y el peso de tantos cadáveres.
     Hace algunos años, la juventud le consolaba, lo llenaba de esperanza y postergación: aún sería temprano para lo que había de venir, y trabajó como supo, y vivió como mejor entendió, y descubrió la falta de cabello en su frente y nunca vino nada ni nadie; por el contrario todo se fue yendo y desgastando, incluso los mismos recuerdos. La juventud se había aletargado demasiado y nunca estuvo listo para la adultez, los pasos le dolían, la lluvia seguía cubriéndolo como a una piedra que avanzara por las calles del cansancio. Las luces no se apiadaban de él, pasaban indiferentes y llenas del respeto que se habían ganado a fuerza de ser costosas y aparentes, deseables para todos porque cubrían la lluvia, el frío, porque viajaban rápido evitando que los pies dolieran y los zapatos se encharcaran.
     No eran las páginas ni la cortesía lo que volvía a la gente respetable, no era la sangre hirviente ni las ideas vivas, ni saber dónde está Arabia porque la gente respetable apenas pisa las calles y sabe escuchar la alegría en una alarma de automóvil o en las obscenidades de los adolescentes. 
Entonces vuelvo a la página que dejé a medias y veo que, efectivamente, se escribe cuando se está deshecho y agrietado, cuando el futuro se muestra en la continuación envejecida de un presente triste, cuando uno ve qué es y no se gusta y no puede decírselo a nadie, porque a quién chingados le importa dónde está Arabia en el mapa de Asia, aunque tenga la forma de las botas que vamos metiendo en el lodo, porque escribir tal vez no sea más que eso, inmersión que acaso deje alguna mancha en el papel.   

2 comentarios:

  1. sin ignorancia qué sería de la felicidad o del mito de Circe, sin los años qué sería de la escritura o de la geografía porque de las propias personas, ya lo decía sor Juanita: escrito está en mi alma... Además no es que célebre, pero si no llegas deshecho a escribir esta entrada no estaría este blog tan hecho. saludos.

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  2. Es el dolor como uno de los principales culpables de la creatividad, y acompañando a esta fiebre interna con la humedad copiosa de la lluvia se vuelve un placer peligrosamente voluptuoso. Sin duda que buena entrada down...

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