Me
digo a mí mismo que también se escribe cuando se está deshecho y desasido de
cuanto uno cree que es. Me lo digo y trato, aunque sea como consecuencia de
repetirlo muchas veces, de convencerme de esa certeza. Porque está lloviendo y
vamos arrastrando los zapatos, vamos oyendo su roce con el suelo, similar a
algo muerto que se arrastrara, no similar sino efectivo que va encima de ellos,
ocupándolos, previéndose cadáver y camino.
Y
nos gustaría escuchar los pasos menos sordos, más seguros de que andan y de que
llevan prisa o algún rumbo seguro. Saben de su olor a muerto que atrae los
faros de los automóviles, y le gustaría de pronto que las luces se acercaran
más y más hasta el deleite del encontronazo que cortaría todo de golpe y daría
certeza a su estado. Los neumáticos que no suenan sordos a pesar de ser también
de goma, como las láminas aplastando cabezas ansiosas de tierra, de finales
dramáticos. Porque esas cabezas no saben si sólo quieren llamar la atención de
la gente, aparecer, curiosa analogía, en los encabezados, junto a los
descabezados que también vuelven a su polvo y sin preguntar.
Pero
esa luz eléctrica es demasiado divina, demasiado digna para molestarse en
alumbrar algo tan muerto y entonces pasa con la premura que corresponde a su
estatus: el de lo metálico y lo novedoso, el que no se preocupa por la
ubicación de Arabia y al que no parece aquejarle ningún contratiempo, ninguna
mala noticia y se aleja en la oscuridad de la calle, revelando fragmentos de
una ciudad vacía, que los pasos no perciben, tratando de anestesiar su dolor en
su propio dolor, su olvido y su imagen del futuro en ésta que perciben del presente:
cansada, monótona y ajena.
Tal
vez le contaron la historia de un niño especial y la creyó, y la leyó una y mil
veces en cada uno de sus libros, creyéndoles a todos, formándose la idea de un
mundo lleno de peculiaridades, de destinos enmarañados que se habían revelado
desde los primeros años, desde las primeras palabras pronunciadas o el poema
infantil sobre las nubes en un cuaderno de primaria. Por eso sigue tratando de
convencerse de que en momentos donde el peso de la realidad no se amortigua ni
con el oscuro saco de profesor con que trata de cubrirse también de la lluvia.
Porque aunque le sea indiferente el mojarse, habrá que poner el despertador muy
temprano para confundirse una vez más en la mayor negación de las
peculiaridades, el hormigueo de la ciudad que soporta el paso y el peso de tantos cadáveres.
Hace
algunos años, la juventud le consolaba, lo llenaba de esperanza y postergación:
aún sería temprano para lo que había de venir, y trabajó como supo, y vivió
como mejor entendió, y descubrió la falta de cabello en su frente y nunca vino
nada ni nadie; por el contrario todo se fue yendo y desgastando, incluso los
mismos recuerdos. La juventud se había aletargado demasiado y nunca estuvo
listo para la adultez, los pasos le dolían, la lluvia seguía cubriéndolo como a
una piedra que avanzara por las calles del cansancio. Las luces no se apiadaban
de él, pasaban indiferentes y llenas del respeto que se habían ganado a fuerza
de ser costosas y aparentes, deseables para todos porque cubrían la lluvia, el
frío, porque viajaban rápido evitando que los pies dolieran y los zapatos se
encharcaran.
No
eran las páginas ni la cortesía lo que volvía a la gente respetable, no era la
sangre hirviente ni las ideas vivas, ni saber dónde está Arabia porque la gente
respetable apenas pisa las calles y sabe escuchar la alegría en una alarma de
automóvil o en las obscenidades de los adolescentes.
Entonces
vuelvo a la página que dejé a medias y veo que, efectivamente, se escribe
cuando se está deshecho y agrietado, cuando el futuro se muestra en la
continuación envejecida de un presente triste, cuando uno ve qué es y no se
gusta y no puede decírselo a nadie, porque a quién chingados le importa dónde
está Arabia en el mapa de Asia, aunque tenga la forma de las botas que vamos
metiendo en el lodo, porque escribir tal vez no sea más que eso, inmersión que
acaso deje alguna mancha en el papel.
sin ignorancia qué sería de la felicidad o del mito de Circe, sin los años qué sería de la escritura o de la geografía porque de las propias personas, ya lo decía sor Juanita: escrito está en mi alma... Además no es que célebre, pero si no llegas deshecho a escribir esta entrada no estaría este blog tan hecho. saludos.
ResponderEliminarEs el dolor como uno de los principales culpables de la creatividad, y acompañando a esta fiebre interna con la humedad copiosa de la lluvia se vuelve un placer peligrosamente voluptuoso. Sin duda que buena entrada down...
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