sábado, 3 de agosto de 2013

Crápula total



Estar tumbado en una cama un día entero, sudoroso, despreocupado y semidesnudo podría no parecer placentero en lo absoluto a nadie. La diversión y el provecho lo asociamos con la  actividad, con el trabajo. Si no nos movemos no producimos, si no producimos, no existimos. Es como si el imperativo de las empresas para las que trabajamos se hubiera vuelto ley de vida y más allá de hacernos ver la ociosidad como un pecado, simplemente la desaparecen de nuestro imaginario.
Asociamos el descanso con algo divertido y lejano, playas abarrotadas de gente, ciudades coloniales con exquisito café  o en todo caso con remotos lugares llenos de aventura, naturaleza indomeñable, agua y limpieza: hoteles o cabañas, campamentos en la montaña y una indispensable cámara fotográfica que nos ayude a probar nuestra intrepidez. Las vacaciones son algo merecido y digno de contarse, para ello la cámara (ahora digital) es una inagotable productora de evidencias.
Pero encerrarse en la habitación cotidiana, en la que nos recibe cuando llegamos del trabajo y alberga toda nuestra vida y lo que somos, nuestra desnudez y la manera de vestirnos, de ser y sentirnos nosotros mismos parece carecer de todo encanto, habituados al trato diario con ella, con los muebles y percheros donde colocamos los residuos de nuestro día en cada camisa sucia, con cada vaso de leche dejado por descuido o prisa, y que descubrimos días después, hecha cuajo bajo un bonche de papeles. El espacio es tan parte de nosotros que podría parecer una experiencia vacía, y en verdad podría serlo si no pudiéramos evadirnos a través de la música, la lectura, la televisión o el sueño. Sin embargo, agregar a este espacio la compañía de alguien que nos es grato puede renovar los muros y nuestra relación con cada elemento de la habitación puede parecernos distinta. La cama se vuelve el mundo o cuando menos el continente, la isla adánica de donde no es preciso salir para obtenerlo todo: el calor y el frío se solucionan con abrir la ventana o abrazarnos más a quien nos acompaña; no sentimos hambre, la sed se sacia en los labios vecinos, en sus humedades. Para ella (o para él), esa habitación es una selva, un campamento guerrillero, un atrevido baile ante un coro de católicas embozadas.
La presencia del otro en nuestra habitación nos la hace parecer distinta, la inactividad –pues lo que ocurre al interior de la alcoba es casi tan íntimo como lo que ocurre al interior de la mente– nos hace creer que el tiempo se ha detenido y vemos, por las traslúcidas cortinas, el día que se va volviendo oscuro aunque siga resplandeciendo ventana adentro. En algún instante de reposo percibimos la realidad inexorable de las horas, el gruñido ya resignado de las tripas y la pegostiosa sensación de sudor seco en el abdomen y en las piernas. Entonces descubrimos el placer único de la crápula, el fatigante descanso del abandono del mundo sin salir de la habitación y comienza a fustigarnos el remordimiento, la sensación de haber dejado que el tiempo se escurriera…
Al volvernos, la sonrisa de nuestro compañero nos desengaña: no hay tiempo que se pierda ni obligaciones por cumplir; aun contraviniéndolas, si las tuviéramos, la experiencia única de dejar pasar los días sin hacer nada más que ver cómo transcurre la vida y comprobar que se puede seguir viviendo en la aparente zona marginal donde no existimos para nadie es algo que nadie nos va a quitar, porque de entrada estamos conscientes de su transitoriedad, pues sabemos imposible permanecer así. La naturaleza del mundo es dinámica pero tenemos tanto el derecho como la capacidad de alejarnos de ella para disfrutar de lo que somos en nosotros mismos y en el otro, como una introspección que en vez de volcar nuestra mirada al interior tuviera que pasar por el espejo ofrecido por el otro, su mirada, su sonrisa o el ceñido justo de sus labios cuando reposa frente a nosotros sereno y desnudo, mirándose a sí mismo en nosotros, reconociéndose tal vez sin estar consciente de ello.  

 

1 comentario:

  1. El espejo, el Jano: la habitación. El otro, el testigo, el que nos da las dimensiones, los ángulos que a veces perdemos. Aunque me gustó tu entrada hubiera estado mejor para el comienzo de las vacaciones y no para cuándo ya es demasiado tarde.

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