Antes
que nada, tienes que cambiar ese foco. Y dile que ya se calle, que llevaba
meses con lo mismo y no dejaba de rasparte los oídos cada que te sentabas a
escribir o a ver un video o a charlar con esa joven que se burlaba de ti, de tu
frustración. Tu único consuelo era quizá que también te parecía gracioso, te
esforzabas por encontrarle el chiste y terminabas riéndote con ella,
reproduciendo el zumbido y aceptando que podía no tener ninguna importancia.
A veces parecía que iba a elevarse y
salir volando hacia la sala con los cables arrastrando, y te tapabas los oídos
frenéticamente mientras veías el trabajo perdido y deseabas en el fondo que se
fuera, que cayera y se hiciera pedazos, pero luego pensabas en todas tus obras y corrías tras ella para
traerla de vuelta y respaldabas porque ese traqueteante anuncio podía serlo de
cualquier cosa y no podías arriesgarte a perder el trabajo de tantas noches e
impulsos espontáneos por escribir. Porque cada noche era lo mismo, y ni
apretando los oídos contra la cabeza dejabas de oírlo. Tratabas de controlarte
y poner atención en lo que hacías, en cada una de las líneas o las palabras,
pero el rasguido se colaba entre las letras, ya ni siquiera entre las palabras
o entre las frases, sino entre una letras y otra, haciéndote perder toda
concentración; subías el volumen y seguías oyendo en el fondo su monótono
gemido.
Había algo en ello: unos pasos que
asechaban, una amenaza de aire caliente que parecía arrojado hacia ti mientras
tratabas de escribir, tratando de ignorarlo bajo el sonido de tus propias
palabras que no surgirían entre la cadena discontinua, a veces de medios
eslabones en los que engarzabas maldiciones y uno que otro golpe del cual luego
te arrepentías.
Y
no ibas a poder con ello y menos sin luz, por eso había que cambiar el foco,
porque temías que de pronto la sombra saliera del armario y saltara por la
ventana echándote en cara el crimen, ¿cuál crimen? Si estabas en todo tu
derecho y lo mejor era que nadie se había dado cuenta, porque aunque el motor
no funcionaba como antes, había trabajado silenciosamente mientras veías cómo
aumentaban los pedazos y los ibas guardando lentamente en esos sacos negros y
los apilabas en el armario, ¿quién iba a quedarse a solas con eso, con el foco
fundido y el zumbido pidiendo sus propias cuentas, como si la cosa también
fuera consigo.
Veías la hilera de cucarachas pulular
hacia el armario pero eso podía esperar, lo indispensable era terminar el
reporte, pero ese maldito ventilador persistía en el zumbido y tú en las
jaquecas como esas veces cuando sales bajo el sol intenso y no llevas tus
anteojos oscuros. Porque te sientes seguro tras ellos y detrás también de tus
palabras como si te permitieran mirar y juzgar sin ser mirado y juzgado de
vuelta. Eso te gustaba porque nadie te cuestionaría, que era lo importante o
había de serlo al final, pues tú imaginabas la condena; es más, hasta sospechas
que puedes investigarla en la red pero esa cosa no deja de hacer su ruido y la
línea de cucarachas va engrosado como la cuenta de las horas y el sonido
omnipresente del ventilador de la computadora que tantas veces has intentado
reparar; inclusive lo has llevado, pues, como siempre has sido muy inseguro, no
sabes si seguiste todos los pasos del instructivo que descargaste, la primera
vez, o todos los que decía el video de youtube cuando volviste a desarmarla
antes de intentar en República de Uruguay
y Eje Central…
Pero dile, de verdad, que ya se calle,
porque parece que la sierra eléctrica siguiera trabajando en medio de la noche
y tú te niegas a confrontar, ya no los hechos o la siniestra evidencia del
armario, sino el solo recuerdo o la certeza de que está ahí, de que las
cucarachas forman una marabunta y crujen sobre el suelo, lo horadan y
cortan en dos como cuando empezaste la parte más dura de la faena. Terminaste
el reporte y quisiste investigar si había más casos como el tuyo o si ya se
había reportado la desaparición…
Todo asciende: las letras, el recuerdo,
la luz de la pantalla, la jaqueca, la incertidumbre, la marabunta, el crujido,
el zumbido-dile-que-ya-se-calle, los nervios, las náuseas, el repiqueteo del
teléfono, la angustia, el zumbido-zumbido-dile-que-ya-se-calle sss zzz, los
golpes en la puerta, los muy severos golpes en la puerta….
¡Qué bueno que cambiaste el foco!
Qué miedo de casa o de loco. No me quiero imaginar sí tuvieras un reloj de pared. Espero que esa novela esté avanzando a pesar de... Es agradable leer narrativa en la mañana aunque con tanta cucaracha mi café no es lo que debía ser.
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