sábado, 7 de septiembre de 2013

El parque abierto del libro público



He dicho que para los lectores nuestros libros son un espacio de trabajo en el cual sería insensato no dejar  huellas de la faena y del uso que le damos; los subrayados, las anotaciones, las marcas personales que trazamos para recordar pasajes particulares son la evidencia de ese trato constante con el libro y no tienen por qué avergonzarnos. Salvo en casos especiales, el libro en sí no puede ser objeto de veneración como sí ha de serlo el texto –el que no raya no lee– dije.
Quedó abierta la cuestión de los libros públicos, y se adelantó cuando menos la idea de que no nos pertenecen en tanto que objetos, aunque sí podamos gozar de su contenido, a lo cual hay que agregar el plus de un goce compartido y disponible para toda la comunidad. El libro público –decía– es como un parque abierto y no un bosque personal donde podamos dejar nuestras huellas o senderos de piedra y migajón para volver mañana. Cuando marcamos nuestros pasos la nieve, en el papel de un libro que es de todos, dejamos abierta la posibilidad de que lleguen otros después a marcar los suyos; una tras otra las huellas irán sumándose a una trama informe donde los pasos individuales no podrán ya reconocerse. Es como si la marca de apropiación dejadas por unos amantes bucólicos en la corteza de un árbol no fuera respetada por una segunda, por una tercera o cuarta pareja que a su vez grabaran en ella sus nombres y la fecha de su idilio: más que a la refrescante sombra de un lugar ameno, la madera se reconocería en la cama de un hotel al borde de una carretera suburbana.
De las bibliotecas he sacado libros con más colores que una feria, con indolentes marcas de bolígrafo que prácticamente tachan los renglones y botan la tinta del reverso; notas al margen que no aclaran nada o que simplemente evidencian la confusión, la inopia de algún lector precedente, porque así como el buen macho de Pedro graba en la madera del hotel “Pedro y Ana estuvo aquí” para marcar su territorio, echándonos en cara el carácter público de la cama en la que buscamos un placer o un descanso, los libros de las bibliotecas se ven hollados en la pureza del texto cuando un “brillante crítico” pone: Engels opinaba lo contrario, al margen de una novela de José Revueltas que queríamos leer por mero interés estético, o simplemente subraya frases carentes de relevancia para nosotros.
Por más rápido que lo hagamos, por menos interés que nos merezca, es difícil no preguntarnos por qué alguien habrá puesto el ojo en las palabras subrayadas, qué buscaría, cómo sería él, así como el porqué de su acercamiento al texto. Si somos lo suficientemente obsesivos, sospecharemos un sentido adicional detrás de las palabras subrayadas que nuestra ignorancia o distracción no nos permiten desentrañar.
En este sentido, hacer el amor en un parque no es algo tan distante de rayar el libro de una biblioteca: el deseo y la sagacidad sexuales, así como la sensibilidad y e inteligencia lectoras habitan las profundidades más remotas de nuestra intimidad. No es el espacio público de un parque o de un libro prestado el lugar más adecuado para externarlos, aunque no ha de negarse la posible atracción de nos genera el riesgo de mostrarnos desnudos, de ropas y de ideas, frente al mundo que observa en las ventanas de los anteojos y las casas vecinas.
Paradójicamente, estos alardes de inteligencia lectora casi nunca llegan a las últimas páginas. Es tanto el esfuerzo, tan agotadora la actividad mental, que las notas y los subrayados rara vez llegan al final del libro. No quiero acusar de pereza, es más, ni siquiera lo sospecho. Quizá nada relevante fue dejado hacia el cierre del libro o la muy fina penetración de nuestro predecesor adivinó todo sin necesidad de pasar a las páginas finales. Pedro y Ana estuvo aquí, sobre esta cama pública al borde de una carretera. Es todo lo que sabemos, otra historia aclararía cómo les fue, sobre todo a ella, tan silenciosa en las tres letras de su nombre.

1 comentario:

  1. Sería divertido poder marcar tus entradas con notas y que así cada uno dejara constancia más sustancial de su paso por tu blog, yo por ejemplo adelantaría el final o pondría un resumen al principio nada más por pura mala leche. Yo menos diplomático que tú diría: hijos de la chingada no rayen los libros que no son suyos. En fin, un bosque o una biblioteca son tan públicos que a veces pensamos que sólo a nosotros pertenecen. Saludos.

    ResponderEliminar