He
dicho que para los lectores nuestros libros son un espacio de trabajo en el
cual sería insensato no dejar huellas de
la faena y del uso que le damos; los subrayados, las anotaciones, las marcas
personales que trazamos para recordar pasajes particulares son la evidencia de
ese trato constante con el libro y no tienen por qué avergonzarnos. Salvo en
casos especiales, el libro en sí no puede ser objeto de veneración como sí ha
de serlo el texto –el que no raya no lee– dije.
Quedó abierta la cuestión de los libros públicos, y
se adelantó cuando menos la idea de que no nos pertenecen en tanto que objetos,
aunque sí podamos gozar de su contenido, a lo cual hay que agregar el plus de
un goce compartido y disponible para toda la comunidad. El libro público
–decía– es como un parque abierto y no un bosque personal donde podamos dejar
nuestras huellas o senderos de piedra y migajón para volver mañana. Cuando
marcamos nuestros pasos la nieve, en el papel de un libro que es de todos,
dejamos abierta la posibilidad de que lleguen otros después a marcar los suyos;
una tras otra las huellas irán sumándose a una trama informe donde los pasos
individuales no podrán ya reconocerse. Es como si la marca de apropiación dejadas
por unos amantes bucólicos en la corteza de un árbol no fuera respetada por una
segunda, por una tercera o cuarta pareja que a su vez grabaran en ella sus
nombres y la fecha de su idilio: más que a la refrescante sombra de un lugar
ameno, la madera se reconocería en la cama de un hotel al borde de una
carretera suburbana.
De las bibliotecas he sacado libros con más colores
que una feria, con indolentes marcas de bolígrafo que prácticamente tachan los
renglones y botan la tinta del reverso; notas al margen que no aclaran nada o
que simplemente evidencian la confusión, la inopia de algún lector precedente,
porque así como el buen macho de Pedro graba en la madera del hotel “Pedro y
Ana estuvo aquí” para marcar su
territorio, echándonos en cara el carácter público de la cama en la que
buscamos un placer o un descanso, los libros de las bibliotecas se ven hollados
en la pureza del texto cuando un “brillante crítico” pone: Engels opinaba lo contrario, al margen de una novela de José
Revueltas que queríamos leer por mero interés estético, o simplemente subraya
frases carentes de relevancia para nosotros.
Por más rápido que lo hagamos, por menos interés que
nos merezca, es difícil no preguntarnos por qué alguien habrá puesto el ojo en
las palabras subrayadas, qué buscaría, cómo sería él, así como el porqué de su
acercamiento al texto. Si somos lo suficientemente obsesivos, sospecharemos un
sentido adicional detrás de las palabras subrayadas que nuestra ignorancia o
distracción no nos permiten desentrañar.
En este sentido, hacer el amor en un parque no es
algo tan distante de rayar el libro de una biblioteca: el deseo y la sagacidad
sexuales, así como la sensibilidad y e inteligencia lectoras habitan las
profundidades más remotas de nuestra intimidad. No es el espacio público de un
parque o de un libro prestado el lugar más adecuado para externarlos, aunque no
ha de negarse la posible atracción de nos genera el riesgo de mostrarnos
desnudos, de ropas y de ideas, frente al mundo que observa en las ventanas de
los anteojos y las casas vecinas.
Paradójicamente, estos alardes de inteligencia
lectora casi nunca llegan a las últimas páginas. Es tanto el esfuerzo, tan
agotadora la actividad mental, que las notas y los subrayados rara vez llegan
al final del libro. No quiero acusar de pereza, es más, ni siquiera lo
sospecho. Quizá nada relevante fue dejado hacia el cierre del libro o la muy
fina penetración de nuestro predecesor adivinó todo sin necesidad de pasar a
las páginas finales. Pedro y Ana estuvo aquí,
sobre esta cama pública al borde de una carretera. Es todo lo que sabemos, otra
historia aclararía cómo les fue, sobre todo a ella, tan silenciosa en las tres
letras de su nombre.
Sería divertido poder marcar tus entradas con notas y que así cada uno dejara constancia más sustancial de su paso por tu blog, yo por ejemplo adelantaría el final o pondría un resumen al principio nada más por pura mala leche. Yo menos diplomático que tú diría: hijos de la chingada no rayen los libros que no son suyos. En fin, un bosque o una biblioteca son tan públicos que a veces pensamos que sólo a nosotros pertenecen. Saludos.
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